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Will tuvo que admitir que sólo tenía una vaga noción al respecto.

— Y para decirle la verdad — dijo Ranga con una carcajada que atravesó, irreprimible, la costra de su pedantería —, en realidad yo no sé mucho más que usted. El Tantra es un tema enorme, y creo que la mayor parte de él es nada más que tontería y superstición… no vale la pena de molestarse. Pero tiene un duro núcleo central de sensatez. Si uno es tantrista, no renuncia al mundo ni niega su valor; no trata de huir a un Nirvana alejado de la vida, como lo hacen los monjes de la escuela del sur. No, acepta el mundo y lo usa; usa todo lo que hace, todo lo qué le sucede, todas las cosas que ve y oye y gusta y toca, como otros tantos medios pata su liberación de la cárcel del yo. — Bien dicho — dijo Will en tono de cortés escepticismo. — Y otra cosa más — insistió Ranga —. Esa es la diferencia — agregó, y la juvenil pedantería moduló la ansiedad del juvenil proselitismo —, esa es la diferencia entre la filosofía de ustedes y la nuestra. Los filósofos occidentales, incluso los mejores… no son nada más que buenos conversadores. Los filósofos orientales son a menudo malos conversadores, pero eso no tiene importancia. No se trata de hablar. La filosofía de ellos es pragmática y operativa. Como la filosofía de la física moderna… aparte de que las operaciones en cuestión son psicológicas y los resultados trascendentales. Los metafísicos de ustedes hacen afirmaciones sobre la naturaleza del hombre y el universo, pero no ofrecen al lector manera alguna de comprobar la veracidad de dichas afirmaciones. Cuando nosotros hacemos afirmaciones, les agregamos una lista de operaciones que pueden usarse para poner a prueba la validez de lo que hemos dicho. Por ejemplo, Tat tvam asi, «eres Eso»… el corazón de toda nuestra filosofía. Tat tvam así — repitió —. Parece una proposición de metafísica; pero en realidad se refiere a una experiencia psicológica, y las operaciones por medio de las cuales es posible vivir la experiencia son descritas por nuestros filósofos, de modo que cualquiera que esté dispuesto a ejecutar las operaciones necesarias puede verificar por sí mismo la validez de Tat tvam así. Las operaciones se denominan yoga, o dhyana, o Zen… o, en circunstancias especiales, maithuna. — Cosa que nos lleva a mi pregunta primitiva. ¿Qué es el maithuna?

— Quizá será mejor que se lo pregunte a Radha.

— ¿Qué es? — preguntó Will volviéndose hacia la joven.

— El maithuna — respondió ella con gravedad — es el yoga del amor.

— ¿Sagrado o profano?

— No hay diferencia alguna.

— Ese es el asunto — intervino Ranga —. Cuando se hace el maithuna, el amor profano es amor sagrado.

— Buddhatvan yoshidyonisansritan — citó la joven.

— ¡Nada de sánscrito! ¿Qué quiere decir eso?

— ¿Cómo traducirías Buddhatvan, Ranga?

— Budanidad, budaneitad, esclarecimiento.

Radha asintió y se volvió a Will.

— Quiere decir que Buda está en el yoni.

— ¿En el yoni? — Will recordó los pequeños emblemas de piedra del Eterno femenino que había comprado, como regalos para las muchachas de la oficina, a un giboso vendedor de bondieuseries en Benarés. Ocho annas por un yoni negro, doce por la imagen, más sagrada aun, del yoni-lingam. — ¿Literalmente en el yoni? — preguntó —. ¿O metafóricamente?

— ¡Qué pregunta tan ridícula! — exclamó la pequeña enfermera, y lanzó su clara y natural carcajada de diversión pura —. ¿Acaso cree que hacemos el amor metafóricamente? Buddhatvan yosbidyonianaritan — repitió —. No podría ser más absoluta y totalmente literal.

— ¿Oyó hablar alguna vez de la comunidad oneida? — preguntó Ranga.

Will asintió. Había conocido a un historiador norteamericano que se especializaba en comunidades del siglo XIX.

— ¿Pero cómo sabe usted de eso? — inquirió. — Porque se lo menciona en todos nuestros textos de filosofía aplicada. En lo fundamental, el maithuna es lo que el pueblo oneida llamaba Continencia Masculina. Y lo mismo que los católicos romanos designan con el nombre de coitus reservatus.

— Reservatus — repitió la pequeña enfermera —. Siempre me dan ganas de reír. «¡Un joven tan reservado!» — Reaparecieron los hoyuelos y hubo un relámpago de dientes blancos.

— No seas tonta — dijo Ranga con severidad —. Esto es serio.

Ella expresó su contrición. Pero «reservatus» era en realidad demasiado gracioso.

— En una palabra. — concluyó Will —, se trata nada más que del control de la natalidad sin el uso de anticonceptivos.

— Pero eso es sólo el comienzo del asunto — dijo Ranga —. El maithuna es también algo más. Algo más importante aun. — El pedante universitario había vuelto por sus cabales. — Recuerde — continuó con seriedad —, recuerde el punto sobre el que siempre insistía Freud.

— ¿Qué punto? Había tantos…

— El punto sobre la sexualidad de los niños. Aquello con lo que nacemos, lo que experimentamos durante la infancia y la niñez, es una sexualidad que no se concentra en los genitales; es una sexualidad difundida por todo el organismo. Ese es el paraíso que heredamos. Pero el paraíso se pierde cuando el niño crece. El maithuna es el intento organizado de reconquistar ese paraíso. — Se dirigió a Radha. — Tú tienes buena memoria — dijo —. ¿Cómo es esa frase de Spinoza que citan en el libro de filosofía aplicada?

—«Haz que el cuerpo sea capaz de hacer muchas cosas — recitó ella —. Eso te ayudará a perfeccionar la mente y así llegar al amor intelectual de Dios.»

— De ahí todos los yoga — dijo Ranga —. Incluso el maithuna.

— Y es un verdadero yoga — insistió la joven —. Tan bueno como el raja yoga, el karma yoga o el bhakti yoga. En realidad, mucho mejor, por lo que se refiere a la mayoría de la gente. El maithuna los lleva realmente allí.

— ¿Dónde es «allí»? — inquirió Will.

— «Allí» es donde uno sabe.

— ¿Donde sabe qué?

— Sabe quién es en realidad… y créalo o no — agregó —.

Tai tvarn asi… eres Eso, y yo también; Eso es yo. — Los hoyuelos cobraron vida, los dientes relampaguearon. — Y Eso también es él. — Señaló a Ranga. — Increíble, ¿verdad? — Le sacó la lengua. — Y sin embargo es un hecho.

Ranga sonrió y le tocó la punta de la nariz con el índice.

— Y no sólo un hecho — dijo —. Una verdad revelada. — Dio un golpecito a la nariz. — De modo que ten cuidado con lo que dices, jovencita.

— Lo que yo me pregunto — dijo Will — es por qué no estamos todos esclarecidos… Quiero decir, si se trata de un problema de hacer el amor con una técnica de un tipo más bien especial. ¿Cuál es la respuesta a eso?

— Yo se lo diré — comenzó Ranga.

Pero la joven lo interrumpió.

— ¡Escuchen! — exclamó —. ¡Escuchen!

Will escuchó. Débil y lejana, pero aun así clara, oyó la extraña voz inhumana que le había dado la bienvenida a Pala. «Atención — decía —. Atención. Atención…»

— ¡Otra vez ese maldito pájaro!

— Pero ese es el secreto.

— ¿Atención? Pero hace un momento decían que era otra cosa. ¿Qué pasa con el joven que es tan reservado?

— Eso es para que resulte más fácil prestar atención.

— Y lo hace más fácil — confirmó Ranga —. Y ese es todo el meollo del maithuna. No es la técnica especial lo que convierte el hacer el amor en yoga; es el tipo de conciencia que la técnica permite. Conciencia de las propias sensaciones y conciencia de la no-sensación que hay en cada sensación.