— ¿Cómo pudieron elegir? — preguntó Will.
— Las personas adecuadas fueron inteligentes en el momento oportuno — respondió Ranga —. Pero es preciso admitirlo… también tuvieron suerte. En rigor, Pala ha tenido una buena suerte extraordinaria. Tuvo la fortuna, en primer lugar, de no ser colonia de nadie. Rendang posee un magnífico puerto. Eso les granjeó una inversión árabe en la Edad Media. Nosotros no tenemos puerto, por lo cual los árabes nos dejaron en paz, y seguimos siendo budistas o partidarios de Siva… es decir, cuando no somos agnósticos tantristas.
— ¿Usted es eso? — inquirió Will —. ¿Un agnóstico tantrista?
— Con adornos del Mahayana — aclaró Ranga —. Bien, volviendo a Rendang. Después de los árabes recibió a los portugueses. Nosotros, no. No tenemos puerto, no tuvimos portugueses. Por lo tanto, no tenemos minoría católica, ni tonterías blasfemas sobre que la voluntad de Dios es que la gente debe multiplicarse hasta llegar a la miseria subhumana, ni resistencia organizada contra el control de la natalidad. Y esa no es nuestra única bendición: después de ciento veinte años de los portugueses, Ceilán y Rendang tuvieron la visita de los holandeses. Y después de los holandeses vinieron los ingleses. Nosotros escapamos de ambas infecciones. Nada de holandeses, nada de ingleses, y por lo tanto nada de plantadores, de mano de obra de coolies, de cosechas de exportación, de agotamiento sistemático de nuestro suelo. Y, además, nada de whisky, calvinismo, sífilis, administradores extranjeros. Se nos permitió seguir nuestro propio camino y cargar con la responsabilidad de nuestros asuntos.
— Por cierto que tuvieron suerte.
— Y además de esa asombrosa buena suerte — continuó Ranga — hubo la asombrosa buena administración de Murugan el Reformador y de Andrew MacPhail. ¿Le habló el doctor Robert sobre su bisabuelo?
— Unas pocas palabras.
— ¿Le contó lo de la fundación de la Estación Experimental?
Will negó con la cabeza.
— La Estación Experimental — dijo Ranga — tuvo mucho que ver con nuestra política de población. Todo eso comenzó con el hambre. Antes de llegar a Pala, el doctor Andrew había pasado unos años en Madras. El segundo año que estuvo allí, el monzón no llegó. Las cosechas se agostaron, se secaron los tanques y aun los pozos. Salvo para los ingleses y los ricos, no hubo alimentos. La gente moría como moscas. En las memorias del doctor Andrew hay un famoso pasaje sobre el hambre. Una descripción y luego un comentario. Tuvo que escuchar una cantidad de sermones cuando era niño, y había uno que recordaba en especial mientras trabajaba entre los indios muertos de hambre. «El hombre no puede vivir sólo de pan»; ese era el texto, y el predicador se había mostrado tan elocuente, que muchas personas se convirtieron. «El hombre no puede vivir sólo de pan.» Pero sin pan, se dio cuenta entonces, no hay mente, ni espíritu, ni luz interior, ni Padre Celestial. Sólo hay hambre; sólo hay desesperación, y luego apatía y finalmente muerte.
— Otra de esas bromas cósmicas redijo Will —. Y esa fue formulada por el propio Jesús. «A los que tienen les será dado, y a los que no tienen les será arrebatado incluso lo que tienen»… la pura posibilidad de ser humanos. Es la más cruel de las bromas de Dios, y además la más común. He visto cómo se la hacían a millones de hombres y mujeres, millones de niños… en todo el mundo.
— Entonces entenderá por qué el hambre produjo una impresión tan indeleble en los pensamientos del doctor Andrew. Se sintió decidido, lo mismo que su amigo el raja, a que por lo menos en Pala hubiese siempre pan. De ahí la decisión de ambos, de instalar la Estación Experimental. Rothamsted de los trópicos fue un gran éxito. En pocos años teníamos nuevas cepas de arroz, maíz, mijo y árbol del pan. Teníamos mejores razas de vacas y gallinas. Mejores maneras de cultivar y fertilizar; y en la década del cincuenta construimos la primera fábrica de superfosfatos que existe al este de Berlín. Gracias a todas estas cosas la gente comía mejor, vivía más. perdía menos hijos. Diez años después de la fundación de Rothamsted de los trópicos, el raja realizó un censo. La población se había mantenido estable, más o menos, durante un siglo. Y entonces comenzó a crecer. En cincuenta o sesenta años, previo el doctor Andrew, Pala se trasformaría en el tipo de conglomerado de hirvientes barrios bajos que hoy es Rendang. ¿Qué se podía hacer? El doctor Andrew había leído a Malthus. «La producción de alimentos aumenta en progresión aritmética; la población aumenta en progresión geométrica. El hombre sólo tiene una alternativa: o dejar las cosas en manos de la naturaleza, ene solucionará el problema de la población en la vieja forma familiar, por el hambre, las plagas y la guerra; o (no olvidemos que Malthus era un sacerdote) contener el aumento de su número por medio del freno moral.
— Fr-reno Mor-ral — repitió, la pequeña enfermera, haciendo resonar las enes en la parodia indonesa de un religioso escocés —. ¡Fr-reno mor-ral! De paso — agregó —, el doctor Andrew acababa de casarse con la sobrina del raja, de dieciséis años de edad. — Y ese — continuó Ranga — era otro motivo para revisar a Malthus. Hambre de este lado, freno del otro. Sin duda tenía que haber un camino mejor, más dichoso, más humano, entre los cuernos del dilema malthusiano. Y por supuesto que ese camino existía, incluso entonces, aún antes de la época del caucho y los espermicidas. Estaban las esponjas, el jabón, los preservativos hechos con todos los materiales impermeables, desde la seda impermeabilizada hasta el intestino ciego de la oveja. Toda la panoplia del Paleocontrol de la Natalidad.
— ¿Y cómo reaccionaron el raja y sus súbditos ante el Paleocontrol de la Natalidad? ¿Con horror?
— En modo alguno. Eran todos buenos budistas, y todo buen budista sabe que engendrar no es otra cosa que un asesinato postergado. Haga lo posible por salirse de la Rueda del Nacimiento y la Muerte, y por lo que más quiera, no lleve víctimas superfluas a la Rueda. Para un buen budista, el control de la natalidad tiene sentido metafísico. Y para una comunidad aldeana de plantadores de arroz, tiene sentido económico y social. Tiene que haber suficientes jóvenes para trabajar en los campos y mantener a los ancianos y a los pequeños. Pero no pueden ser demasiados, porque entonces ni los ancianos, ni los trabajadores, ni sus hijos, tendrán lo bastante que comer. En los tiempos antiguos las parejas debían tener seis hijos a fin de poder criar dos o tres. Luego vino el agua limpia y la Estación Experimental. Los antiguos esquemas de procreación habían dejado de ser sensatos. La única objeción al Paleocontrol de Natalidad era su tosquedad. Pero por fortuna existía una alternativa más estética. El raja era un iniciado del tantrísmo y había aprendido el yoga del amor. Se le habló al doctor Andrew sobre el maithuna y, como era un hombre de ciencia, consintió en probarlo. Se les proporcionó la necesaria instrucción a él y a su joven esposa.
— ¿Con qué resultados?
— Entusiasta aprobación.
— Eso es lo que todos sienten al respecto — dijo Radha.
— ¡Vamos, vamos, nada de tan amplias generalizaciones! Algunas personas opinan de ese modo, otras no. El doctor Andrew fue uno de los entusiastas. Todo el asunto fue discutido en detalle. A la postre decidieron que los anticonceptivos serían como la educación: gratuitos, pagados con los impuestos y, aunque no obligatorios, tan universales como resultara posible. Para los que sentían la necesidad de algo más refinado, habría instrucción en el yoga del amor.
— ¿Quiere decir que se salieron con la suya?
— En realidad no era tan difícil. El maithuna es ortodoxo. A la gente no se le pedía que hiciese nada contrario a su religión. Por el contrario, se le concedía una muy halagüeña oportunidad de unirse a los elegidos aprendiendo algo esotérico.