— Y no olvide lo más importante de todo — intervino la pequeña enfermera —. Para las mujeres, para todas las mujeres, y no me importa lo que digas sobre las generalizaciones demasiado amplias, el yoga del amor representa la perfección, equivale a ser trasformadas y sacadas fuera de sí y completadas. — Hubo un breve silencio. — Y ahora — continuó, en otro tono, más vivaz — tenemos que dejarlo para que haga su siesta.
— Antes de que se vayan — dijo Will — me gustaría escribir una carta. Una breve nota a mi patrón diciéndole que estoy vivo y que no corro peligro inmediato de ser comido por los nativos.
Radha fue al estudio del doctor Robert y regresó con papel, lápiz y un sobre.
«Veni, vidi — garabateó Will —. Naufragué, conocí a la rani y a su colaborador de Rendang, quien insinúa que puede entregar la mercancía a cambio de una baksheesh del tenor (fue muy específico en ese sentido) de veinte mil libras. ¿Debo negociar sobre esa base? Si me cablegrafía Articulo propuesto OK, seguiré adelante. Si El artículo no tiene prisa, abandonaré el asunto. Dígale a mi madre que estoy bien y que pronto le escribiré.»
— Ya está — dijo mientras entregaba a Ranga el sobre cerrado y con la dirección puesta —. ¿Puedo pedirle que me compre un sello y que la envíe a tiempo para el avión de mañana?
— Sin demora — prometió el joven.
Mientras los miraba irse, Will experimentó un remordimiento de conciencia. ¡Qué jóvenes encantadores! Y ahí estaba él, conspirando con Bahu y con lis fuerzas de la historia, para subvertir el mundo de ellos. Se consoló con el pensamiento de que si no lo hacía él lo haría algún otro. Y aunque Joe Aldehyde obtuviese su concesión, podrían seguir haciéndose el amor en el estilo en que estaban acostumbrados. ¿O no?
Desde la puerta, la pequeña enfermera se volvió para decir una última palabra.
— Nada de lecturas ahora — le dijo, amenazándolo con un dedo —. Duérmase.
— Nunca duermo durante el día — le aseguró Will con cierta perversa satisfacción.
VII
Jamás había podido dormir durante el día; pero como debía mirar el reloj, eran las cuatro y veinticinco, y se sentía maravillosamente descansado. Tomó las Notas sobre qué es qué, y reanudó su lectura interrumpida.
Danos hoy nuestra Fe cotidiana, mas líbranos, querido Dios, de la Creencia.
Hasta allí había llegado esta mañana, y ahora comenzaba una nueva sección, la quinta.
Yo como creo que soy y yo como soy en realidad; en otras palabras, la pena y el final de la pena. Una tercera parte, más o menos, de toda la pena que la persona que creo ser debe soportar, es inevitable. Es la pena inherente a la condición humana, el precio que debemos pagar por ser organismos sensibles y conscientes de sí mismos, aspirantes a la liberación, pero sometidos a las leyes de la naturaleza, y sometidos a la orden de continuar marchando, a través del tiempo irreversible, a través de un mundo absolutamente indiferente a nuestro bienestar hacia la decrepitud y la certidumbre de la muerte. Los dos tercios restantes de toda la pena son caseros y, por lo que se refiere al universo, innecesarios.
Will volvió la página. Una hoja de papel de carta cayó flotando sobre la cama. La recogió y le echó una mirada. Veinte líneas de pequeña escritura clara, y al final de la página las iniciales S.M. Evidentemente no se trataba de una carta; un poema, y por lo tanto de propiedad pública. Leyó:
«Como gencianas» repitió Will para sí, y pensó en esas vacaciones estivales en Suiza, cuando tenía doce años; pensó en los prados, muy arriba de Grindelwald, con sus flores desconocidas y maravillosas mariposas no inglesas; pensó en el cielo azul obscuro y en el sol, y en las gigantescas montañas relucientes del otro lado del valle. Y lo único que su padre pudo decir era que parecía un anuncio de chocolate de leche de Nestlé. «Ni siquiera verdadero chocolate — había insistido con una nota de disgusto —: chocolate de leche.» Después de lo cual hubo un irónico comentario sobre la acuarela que pintaba su madre… tan mal pintada (¡pobrecita!) pero con cuidado tan amoroso y concienzudo. «El anuncio de chocolate de leche que Nestlé rechazó.» Y ahora le tocaba a él. «En lugar de estar cabizbajo, con la boca abierta, como el idiota de la aldea, ¿por qué no haces algo inteligente alguna vez? Trabaja un poco con tu gramática alemana, por ejemplo.» E introduciendo la mano en la mochila había extraído, de entre los huevos duros y los sandwiches, el aborrecido librito color castaño. ¡Qué hombre detestable! Y sin embargo, si Susila tenía razón, debería ser posible verlo ahora, después de todos esos años, resplandeciente como una genciana — Will volvió a mirar la última línea del poema — «azul, imposesa y abierta».
— Bien… — dijo una voz familiar.
Se volvió hacia la puerta.
— Hablando del diablo — dijo —. O más bien leyendo lo que el diablo ha escrito. — Y levantó la hoja de papel de carta para que ella la inspeccionase.
Susila le echó una mirada.
— Oh, eso — dijo —. Si las buenas intenciones fuesen suficientes para hacer buena poesía… — suspiró y meneó la cabeza.
— Estaba tratando de imaginarme a mi padre como a una genciana — continuó él —. Pero lo único que consigo ver es la persistente imagen de una enorme bola de excremento.
— Incluso las bolas de excremento — aseguró ella — pueden ser vistas como gencianas.
— Pero sólo, supongo, en el lugar acerca del cual escribía usted… el claro lugar entre el pensamiento y el silencio.
Susila asintió.
— ¿Cómo se llega allí?
— No se llega. El lugar viene a uno. O más bien el lugar está realmente aquí.
— Habla usted como la pequeña Radha — se quejó él —. Repite de memoria lo que el Viejo Raja dice al principio de este libro.
— Si lo repetimos — afirmó ella —, es porque es la verdad. Si no lo repitiésemos, estaríamos haciendo caso omiso de los hechos.
— ¿Los hechos de quién? — inquirió él —. Por cierto que no los míos.
— No por el momento — convino ella —. Pero si hiciese las cosas que el Viejo Raja recomienda podrían ser también los suyos.
— ¿Tuvo usted alguna vez problemas con sus padres? — preguntó él luego de un breve silencio —. ¿O siempre pudo ver las bolas de excremento como gencianas?
— A esa edad, no — respondió ella —. Los niños tienen que ser dualistas maniqueos. Es el precio que todos debemos pagar por aprender los rudimentos de conversión en seres humanos. El ver el excremento como gencianas, o más bien el ver las gencianas y el excremento como Gencianas, con G mayúscula… esta es una hazaña posterior a la graduación.