— ¿Qué hacía usted, entonces, con sus padres? ¿Sonreía y soportaba lo insoportable? ¿O es que su padre y su madre eran soportables?
— Soportables por separado — repuso ella —. En especial mi padre. Pero en todo sentido insoportables juntos… insoportables porque no se soportaban el uno al otro. Una mujer vivaz, alegre, amante de la vida al aire libre, casada con un hombre tan irremediablemente introvertido, que ella lo irritaba continuamente…. incluso, sospecho, en la cama. Jamás dejó de mostrarse comunicativa, y él jamás empezó a serlo. Con el resultado de que a mi padre le parecía que ella era somera e insincera, en tanto que ella creía que él no tenía corazón, que era despectivo y carecía de sentimientos humanos normales. — Cualquiera habría supuesto que ustedes tienen la suficiente sensatez como para no meterse en ese tipo de trampa.
— La tenemos — le aseguró ella —. A los jóvenes y a las muchachas se les enseña específicamente qué deben esperar de las personas cuyo temperamento y físico son muy distintos de los propios. Por desgracia, a menudo sucede que las lecciones parecen no tener mucho efecto. Para no mencionar el hecho de que en algunos casos la distancia psicológica entre las personas involucradas es demasiado grande como para ser franqueada. De cualquier manera, sigue en pie el hecho de que mi padre y mi madre jamás lograron solucionar ese problema. Se habían enamorado el uno del otro… Dios sabe por qué. Pero cuando tuvieron que estar cerca el uno de la otra, ella descubrió que era constantemente herida por la inaccesibilidad de él, en tanto que la afabilidad carente de inhibiciones de ella hacía que él casi se encogiera de turbación y disgusto. Mis simpatías estaban siempre de parte de mi padre. En el plano físico y temperamental le soy muy afín, no me parezco en modo alguno a mi madre. Recuerdo, incluso cuando era muy pequeña, cómo solía apartarme de la exuberancia de ella. Era como una permanente invasión de la intimidad de uno. Y sigue siéndolo.
— ¿Tiene que verla muy a menudo?
— Muy poco. Tiene sus propias ocupaciones y sus propios amigos. En nuestra parte del mundo, «madre» es estrictamente el nombre de una función. Cuando la función ha sido debidamente cumplida, el título desaparece; el ex hijo y la mujer que podía ser denominada «madre» establecen un nuevo tipo de relaciones. Si se entienden bien, continúan viéndose a menudo. Si no, se separan. Nadie espera de ellos que se aferren el uno al otro, y ese aferrarse no es un equivalente del amor… no es considerado como algo particularmente digno de mérito.
— Por lo tanto, ahora todo está bien. ¿Pero y entonces? ¿Qué sucedía cuando usted era una niña, cuando crecía entre dos personas que no podían franquear el abismo que las separaba? Yo sé lo que quiere decir eso… el cuento de hadas que termina al revés: «Y vivieron desdichados por siempre jamás.»
— Y no me cabe duda alguna — dijo Susila — de que si no hubiésemos nacido en Pala, habríamos vivido desdichados por siempre jamás. Pero en realidad nos las arreglamos, teniéndolo todo en cuenta, notablemente bien. — ¿Cómo se las arregló para hacer eso? — No nos las arreglamos; nos fue arreglado. ¿Ha leído lo que dice el Viejo Raja acerca de librarse de los dos tercios de pena casera y gratuita? Will asintió.
— Estaba leyéndolo cuando usted entró. — Bien, en los viejos tiempos malos — continuó ella —, las familias palanesas podían ser tan victimarias, tan productoras de tiranos y creadoras de embusteros como pueden serlo hoy las de ustedes. En rigor, eran tan espantosas, que el doctor Andrew y el Raja de la Reforma decidieron que era preciso hacer algo en este sentido. La ética budista y el comunismo primitivo de aldea se utilizaron hábilmente para servir a los fines de la razón, y en una sola generación todo el sistema de familia se modificó en forma radical. — Vaciló durante un instante. — Permítame que explique — continuó —, en términos de mi propio caso particular… el caso de una hija única de dos personas que no podían entenderse y que estaban siempre en pugna o riñendo. En los tiempos antiguos, una niña criada en ese ambiente habría terminado siendo una ruina, una rebelde, o una conformista resignada e hipócrita. Con las nuevas reformas, no tenía que sufrir innecesariamente, no me convertí en una ruina ni me vi obligada a rebelarme ni a resignarme. ¿Por qué? Porque desde el momento en que pude hacer pinitos, me vi libre para huir.
— ¿Para huir? — repitió él —. ¿Para huir? — Parecía demasiado bueno para ser cierto.
— La fuga — explicó ella — está incorporada al nuevo sistema. Cuando el Hogar Dulce Hogar paterno se torna demasiado insoportable, se permite al niño, se le estimula activamente, y todo el peso de la opinión pública respalda ese estímulo, a emigrar a uno de sus otros hogares.
— ¿Cuántos hogares tiene un niño palanés?
— Más o menos unos veinte, término medio.
— ¿Veinte? ¡Dios mío!
— Todos pertenecemos — explicó Susila — a un CAM: un Club de Adopción Mutua. Todos los CAM están compuestos por quince a veinticinco parejas. Novios y novias recién elegidos, veteranos con niños en crecimiento, abuelos y bisabuelos… todos los miembros del club se adoptan entre sí. Aparte de nuestras propias relaciones consanguíneas, tenemos nuestra cuota de madres, padres, tíos y tías por delegación, hermanos y hermanas por delegación, hijos pequeños y adolescentes por delegación.
Will meneó la cabeza.
— Constituyen veinte familias donde antes sólo existía una.
— Pero lo que antes existía era su tipo de familia. Las veinte son todas de nuestro tipo. — Y como si leyera instrucciones de un libro de cocina, continuó —: «Tómese un esclavo asalariado sexualmente inepto, una mujer insatisfecha, dos o (si se prefiere) tres pequeños adictos a la televisión, hágase un encurtido con una mezcla de freudismo y cristianismo diluido; luego envásese herméticamente en un departamento de cuatro habitaciones y cocínese durante quince años en el jugo.» Nuestra receta es más bien distinta. «Tómese veinte parejas sexualmente satisfechas, con sus descendientes; agréguese ciencia, intuición y humorismo en cantidades iguales; embébase en budismo tántrico, y hiérvase indefinidamente en una olla abierta, al aire libre, sobre una viva llama de afecto.»
— ¿Y qué surge de esa olla abierta? — preguntó él.
— Un tipo completamente distinto de familia. No excluyente, como las familias de ustedes, y no predestinada, no compulsiva: Una familia incluyente, impredestinada y voluntaria. Veinte parejas de padres y madres, ocho o nueve ex padres y madres, y cuarenta o cincuenta niños de todas las edades.
— ¿La gente se queda toda la vida en el mismo club de adopción?
— Por supuesto que no. Los niños crecidos no adoptan sus propios padres o sus propios hermanos. Adoptan otro grupo de mayores, un diferente grupo de pares y dé menores. Y los miembros del club los adoptan a ellos y, a su debido tiempo, a los hijos de ellos. La hibridación de microcultivos: así llaman nuestros sociólogos a ese proceso. Es benéfico, en su nivel, como la hibridación de las diferentes cepas de maíz o gallinas. Se producen relaciones más saludables en grupos más responsables, simpatías más amplias y comprensiones más profundas. Y las simpatías y las comprensiones son para todos los integrantes de los CAM, desde los niños pequeños hasta los centenarios.
— ¿Centenarios? ¿Cuál es el promedio de vida de ustedes?
— Uno o dos años más que el de ustedes — replicó ella —. El diez por ciento de nosotros llegamos a más de sesenta y cinco años. Los ancianos reciben pensiones, si no pueden ganarse la vida. Pero es evidente que las pensiones no bastan. Necesitan hacer algo útil y estimulante; necesitan personas a quienes puedan cuidar y que las quieran a su vez. Los CAM llenan esas necesidades.