— ¿Y dónde habrían aparecido entonces las artes? — inquirió Will.
— No habrían aparecido en modo alguno — respondió el doctor MacPhail —. Y ese era el punto más ciego de mi padre: la poesía. Decía que le gustaba, pero en realidad no le agradaba. La poesía por sí misma, la poesía como universo autónomo, exterior, ubicada en el espacio entre la experiencia directa y los símbolos de la ciencia… eso era algo que sencillamente no podía entender. Busquemos su fotografía.
El doctor MacPhail volvió las páginas del álbum y señaló un huesudo perfil de enormes cejas.
— ¡Qué escocés! — comentó Will.
— Y, sin embargo, su madre y su abuela eran palanesas.
— No se ve ni una huella de ellas.
— En tanto que el abuelo, que había nacido en Perth, habría podido pasar casi por un rajput.
Will contempló la antigua fotografía de un joven de rostro alargado y largas patillas negras, que apoyaba el codo en un pedestal de mármol, sobre el cual, boca arriba, se encontraba su sombrero de copa desmesuradamente alto.
— ¿Su bisabuelo?
— El primer MacPhail de Pala. El doctor Andrew. Nacido en 1822 en el Royal Burgh, donde su padre, James MacPhail, era dueño de una cordelería. Cosa adecuadamente simbólica, porque James era un devoto calvinista, y, convencido de que él mismo era uno de los electos, encontraba una profunda y ardiente satisfacción ante el hecho de todos los millones de sus congéneres que atravesaban la vida con el dogal de la predestinación en torno del cuello, mientras que el Viejo que Está en lo Alto contaba los minutos que faltaban para abrir la escotilla.
Will rió.
— Sí — convino el doctor Robert —, parece bastante cómico, pero entonces no lo era. Entonces era serio… mucho más serio de lo que es hoy la bomba H. Se sabía con certidumbre que el noventa y nueve coma, noventa y nueve por ciento de la raza humana estaba condenado al azufre eterno. ¿Por qué? O bien porque jamás habían oído hablar de Jesús, o bien porque, si habían oído hablar de él, no podían creer con la suficiente energía que Jesús los había salvado del azufre. Y la prueba de que no creían con suficiente energía era el hecho empírico observable de que sus almas no se encontraban en paz. La fe perfecta es definida como algo que produce la perfecta tranquilidad de espíritu; pero la perfecta tranquilidad de espíritu es algo que prácticamente nadie posee. Por lo tanto, nadie posee prácticamente la fe perfecta. Por lo tanto, prácticamente todos están predestinados al castigo eterno. Quod erat demonstrandum.
— Una se pregunta — dijo Susila — por qué no enloquecieron todos.
— Por suerte la mayoría de ellos creía con la parte superior de su cabeza. Con esta parte. — El doctor MacPhail se golpeó la calva. — Con la parte superior de la cabeza estaban convencidos de que era la Verdad, con la V más grande posible. Pero sus glándulas y sus entrañas sabían que no era así… sabían que todo eso era una pura tontería. Para la mayoría de ellos la Verdad sólo era cierta los domingos. Y entonces, sólo en un sentido estrictamente pickwiquiano. James MacPhail sabía todo esto y estaba decidido a que sus hijos no fuesen simplemente creyentes del sábado. Debían creer cada una de las palabras de las sagradas tonterías incluso los lunes, incluso en las tardes de asueto. Y deberían creerlo con todo el ser, y no sólo con la parte superior. La perfecta fe y la perfecta paz que la acompaña tendrían que serles metidas por la fuerza. ¿Cómo? Haciéndoles conocer ahora el infierno, y amenazándoles con el infierno en el más allá. Y si, en su endemoniada perversidad, se negaban a abrigar la fe perfecta y a sentirse en paz, habría que darles más infierno y amenazarlos con fuegos más ardientes. Y entre tanto decirles que las buenas acciones son como trapos sucios a los ojos de Dios. Pero castigarlos ferozmente por cada trasgresión. Decirles que por naturaleza son en todo sentido depravados, y luego castigarlos por lo que inevitablemente son.
Will Farnaby volvió al álbum.
— ¿Tiene usted una fotografía de este delicioso antepasado suyo?
— Teníamos un cuadro al óleo — respondió el doctor MacPhail —. Pero la humedad fue demasiado para el lienzo, y luego los insectos se metieron en él. Era un magnífico ejemplar. Como un grabado de Jeremías hecho en el último período del Renacimiento. Ya sabe usted: majestuoso, con mirada inspirada y el tipo de barba profética que cubre una multitud de pecados fisonómicos. La única reliquia de él que conservamos es un dibujo a lápiz de su casa.
Volvió otra página y se lo mostró.
— Granito sólido — continuó —, con barrotes en todas las ventanas. ¡Y adentro de esta cómoda y pequeña Bastilla familiar, qué inhumanidad sistemática! Inhumanidad sistemática, ni falta hace decirlo, en el nombre de Cristo y de la rectitud. El doctor Andrew dejó una autobiografía inconclusa, de modo que estamos enterados de todo ello.
— ¿No recibieron sus hijos alguna ayuda de su madre?
El doctor MacPhail sacudió negativamente la cabeza.
— Janet MacPhail era una Cameron, y tan buena calvinista como el propio James. Quizá mejor calvinista que él. Como era mujer, podía ir más lejos, tenía más decencias instintivas que superar. Pero las superó… heroicamente: Lejos de restringir a su esposo, lo incitó a seguir adelante, lo respaldó. Había homilías antes del desayuno y en la comida del mediodía; había catecismo los domingos y aprendizaje de las epístolas de memoria; y todas las noches, cuando se habían sumado y aquilatado las delincuencias del día, azotainas metódicas, con la fusta de montar, sobre las nalgas desnudas, para los seis niños, chicos lo mismo que chicas, en orden de edad.
— Eso siempre me hace sentir levemente enferma — dijo Susila —. Puro sadismo.
— No, no puro — replicó el doctor MacPhail —. Sadismo aplicado, sadismo con un motivo ulterior, sadismo al servicio de un ideal, como expresión de una convicción religiosa. Y este es un tema — agregó volviéndose a Will — que alguien debería convertir en un estudio histórico: las relaciones entre la teología y los castigos corporales en la infancia. Yo tengo la teoría de que, cada vez que los niños y niñas son sistemáticamente flagelados, las víctimas crecen y piensan en Dios como en el «Totalmente Otro». ¿No es ese el argot de moda en la parte del mundo del que usted proviene? Por el contrario, cada vez que son criados sin ser sometidos a la violencia física, Dios es inmanente. La teología de un pueblo refleja el estado de las nalgas de sus niños. Ahí tiene los hebreos: entusiastas castigadores de niños. Lo mismo que todos los buenos cristianos de la Era de Fe. Y de ahí Jehová, y de ahí el Pecado Original, y el infinitamente ofendido Padre de la Ortodoxia Romana y Protestante.. En tanto que entre los budistas e hindúes, la educación ha sido siempre no violenta. Nada de laceración de trascritos… y por lo tanto Tat tvam asi, tú eres Eso, la mente de la Mente no está separada. Y ahí tiene los cuáqueros. Fueron lo bastante heréticos como para creer en la Luz Interior, ¿y qué ocurrió? Dejaron de castigar a los niños y fueron la primera secta cristiana en protestar contra la institución de la esclavitud.