— En el aspecto más opaco — protestó ella.
El doctor MacPhail cerró los ojos y, sonriendo, comenzó a recitar:
Volvió a abrir los ojos.
— Y no sólo esta poesía de silencio — dijo —. Esta ciencia, esta filosofía, esta teología de silencio. Y ya es hora de que se duerma. — Se puso de pie y se dirigió hacia la puerta. — Iré a traerle un vaso de jugo de frutas.
IX
«El patriotismo no basta. Pero tampoco es suficiente ninguna otra cosa. La ciencia no es suficiente, ni lo es la religión, ni el arte, ni la política y la economía, ni el amor, ni el deber, ni acción alguna, por desinteresada que fuere, ni la contemplación, por sublime que sea. Nada sirve, como no sea el todo.»
— ¡Atención! — gritó un pájaro lejano.
Will miró su reloj. Las doce menos cinco. Cerró sus Notas sobre qué es qué y, tomando el bastón alrano de bambú que otrora había pertenecido a Duguld MacPhail, se dirigió a la cita que tenía con Vijaya y el doctor Robert. Por el atajo, el edificio principal de la Estación Experimental estaba a menos de quinientos metros del bungalow del doctor Robert. Pero el día estaba opresivamente caluroso, y había dos tramos de escalera que recorrer. Para un convaleciente con la pierna derecha entablillada, era un viaje de consideración.
Lenta, penosamente, Will recorrió el serpenteante sendero y subió los escalones. En la cima del segundo tramo se detuvo para recobrar el aliento y enjugarse la frente; luego, manteniéndose pegado a la pared, donde todavía había una estrecha franja de sombra, siguió avanzando hacia un letrero en el que se leía LABORATORIO.
La puerta de debajo del letrero se encontraba entreabierta; la abrió y se encontró en el umbral de una habitación larga, de cielo raso alto. Había en ella las habituales mesas de trabajo y fregaderos, los habituales armarios con puerta de vidrio, llenos de frascos e instrumental, los habituales olores de sustancias químicas y ratones enjaulados. Durante el primer momento Will pensó que la habitación estaba desierta; pero no… Casi oculto de la vista por una estantería de libros que se proyectaba en ángulo recto respecto de la pared, el joven Murugan se encontraba sentado a una mesa, leyendo con atención. Tan silenciosamente como le fue posible — porque siempre resultaba divertido sorprender a la gente —, Will se internó en la habitación. El zumbido de un ventilador eléctrico cubrió el sonido de sus pasos, y Murugan sólo advirtió su presencia cuando se encontraba a unos centímetros del anaquel. El joven se sobresaltó, como un culpable de algo, metió el libro, con apresuramiento lleno de pánico, en una cartera de cuero y, tomando otro volumen, más pequeño, que yacía abierto sobre la mesa, al lado de la cartera, lo atrajo hacia sí. Sólo entonces se volvió para hacer frente al intruso, Will le lanzó una sonrisa tranquilizadora. — Soy yo.
La expresión de colérico desafío fue reemplazada, en el rostro del joven, por otra de alivio.
— Creí que era… — Se interrumpió, dejando la frase inconclusa.
— Creyó que era alguien que lo reprendería por no hacer lo que se supone que tiene que estar haciendo; ¿no es así?
Murugan sonrió y asintió con la rizada cabeza.
— ¿Dónde están todos los demás? — preguntó Will.
— En los campos… podando o polinizando o algo por el estilo. — Su tono era despectivo.
— Y en consecuencia, como los gatos no están, los ratones se dedican a jugar. ¿Qué estudiaba con tanto apasionamiento?
Con inocente insinceridad, Murugan levantó el libro que ahora fingía leer.
— Se llama «Ecología elemental» — dijo.
— Ya veo — respondió Will —. Pero yo le pregunté qué leía.
— Ah, eso. — Murugan se encogió de hombros. — No le interesaría.
— Me interesa todo lo que los demás traten de ocultar — le aseguró Will —. ¿Era pornografía?
Murugan abandonó la ficción y se mostró auténticamente ofendido.
— ¿Por quién me toma?
Will estuvo a punto de decir que lo tomaba por un joven normal, pero se contuvo. Al hermoso amiguito del coronel Dipa, «joven normal» podía parecerle un insulto o una insinuación. Hizo una reverencia de fingida cortesía.
— Pido perdón a Su Majestad — dijo —. Pero sigo con curiosidad — agregó en otro tono —. ¿Me permite? — Posó una mano sobre la abultada cartera.
Murugan vaciló un instante; luego lanzó una carcajada forzada.
— Adelante.
— ¡Qué tomo! — Will extrajo de la cartera el grueso volumen y lo depositó sobre la mesa —. Sears, Roebuck & Co, Catálogo de Verano y Primavera — leyó en voz alta.
— Es del año pasado — dijo Murugan disculpándose —. Pero no creo que hubiera muchos cambios desde entonces.
— En ese sentido — le aseguró Will —, se equivoca. Si las modas no cambiaran por completo todos los años, no habría motivos para comprar cosas nuevas antes de que las viejas se gastaran. No entiende los principios fundamentales del consumidorismo moderno. — Abrió el catálogo al azar. — «Zapatos de Hormas Anchas con Plataformas Mullidas.» — Abrió en otro lugar y encontró la descripción y la imagen de un Corpiño color Rosa Susurro, de Dacrón y Algodón de Pima. Volvió la página, y allí, memento morí, estaba lo que la compradora de corpiños usaría veinte años más tarde: Pechera con Tirantes, Ahuecada para Sostener el Vientre Caído.
— En realidad no resulta interesante — dijo Murugan — hasta cerca del final del libro. Tiene mil trescientas cincuenta y ocho páginas — agregó entre paréntesis —. ¡Imagínese! ¡Mil trescientas cincuenta y ocho!
Will se salteó las setecientas cincuenta siguientes.
— Ah, esto está mejor — exclame —. «Nuestros Famosos Revólveres y Automáticas calibre 22.» — Y allí mismo, un poco más adelante, estaban los Botes de Fibra de Vidrio, los Motores de Alta Potencia, un Fuera de Borda de 12 HP por sólo 234,95 dólares… con Tanque de Combustible incluido. — ¡Esto es extraordinariamente generoso!
Pero resultaba evidente que Murugan no era un marino. Tomando el libro, lo hojeó, impaciente, pasando unas veinte páginas más.
— ¡Vea esta Motoneta de Tipo Italiano! — Y mientras Will la contemplaba, Murugan leyó en voz alta —: «Esta aerodinámica motoneta da hasta cuarenta y cinco kilómetros por litro de combustible.» ¿Se da cuenta? — Su rostro normalmente hosco estaba radiante de entusiasmo. — Y se puede llegar a cincuenta kilómetros por litro incluso con esta motocicleta de 14,5 HP. ¡Y está garantizada para hacer ciento veinte kilómetros por hora… garantizada!