— ¿Lo saben ustedes? — preguntó Will.
— «Saber» es una palabra grande. Digamos que estamos en condiciones de hacer algunas conjeturas plausibles. Los ángeles y las Nuevas Jerusalén y las Madonnas y los Futuros Budas están todos relacionados con cierto tipo de estimulación poco corriente de las zonas cerebrales de proyección primaria, la corteza visual, por ejemplo. Todavía no hemos descubierto cómo produce la medicina moksha esos estímulos extraordinarios. Lo importante es que, de una u otra manera, los produce. Y de una u otra manera, también hace algo extraordinario con las zonas silenciosas del cerebro, las zonas que no están vinculadas en forma específica con la percepción, el movimiento o el sentimiento.
— ¿Y cómo reaccionan las zonas silenciosas?
— Empecemos con las reacciones que no tienen. No reaccionan con visiones o audiciones; no responden con telepatía o clarividencia o cualquier otra cosa de ejecución parapsicológica. Nada de esas divertidas cosas premísticas. Su reacción es la total experiencia mística. Ya sabe: Uno en Todo y Todo en Uno. La experiencia fundamental con sus corolarios: ilimitada compasión, insondable misterio y significación.
— Para no mencionar la alegría — dijo el doctor Robert —, una alegría indecible.
— Y todo eso está dentro del cráneo de uno — dijo Will —. Es estrictamente privado. No tiene referencia a hecho exterior alguno, aparte del hongo.
— No es real — intervino Murugan —. Eso es exactamente lo que yo quería decir.
— Usted da por supuesto — replicó el doctor Robert — que el cerebro produce la conciencia. Yo supongo que la trasmite. Y mí explicación no es más descabellada que la suya. ¿Cómo es posible que una serie de acontecimientos pertenecientes a un orden sean experimentados como una serie de sucesos pertenecientes a otro orden distinto y en todo sentido inconmensurable? Nadie tiene la menor idea. Lo único que se puede hacer es aceptar los hechos y elaborar hipótesis. Y una hipótesis, hablando en términos filosóficos, es tan buena como otra. Usted dice que la medicina moksha influye sobre las zonas silenciosas del cerebro, obligándolas a producir una serie de acontecimientos a los que la gente ha asignado el nombre de «experiencia mística». Yo digo que la medicina moksha opera sobre las zonas silenciosas del cerebro, abriendo algún tipo de compuerta neurológica, lo que permite que un mayor volumen de Mente con M mayúscula entre en su mente con m minúscula. Usted no puede demostrar la verdad de su hipótesis y yo no puedo demostrar la verdad de la mía. Y aunque usted pudiera demostrar que estoy equivocado, ¿qué sentido práctico tendría eso?
— En mi opinión, tendría todo el sentido práctico del mundo — replicó Will.
— ¿Le gusta la música? — preguntó el doctor.
— Más que muchas otras cosas.
— Si me permite la pregunta, ¿a qué se refiere el quinteto de Mozart en sol menor? ¿Se refiere a Alá? ¿O a Tao? ¿O a la segunda persona de la Trinidad? ¿O al Atmán-Brahmán?
Will rió.
— Esperemos que no.
— Pero eso no hace que la experiencia del quinteto en sol menor resulte menos satisfactoria. Bien, pues lo mismo sucede con el tipo de experiencia que se obtiene con la medicina moksha, o por medio de la oración, el ayuno y los ejercicios espirituales. Aunque no se refiera a nada exterior a sí mismo, sigue siendo la cosa más importante que haya pedido sucederle a uno. Lo mismo que la música, sólo que en proporción incomparablemente mayor. Y si uno le concede una oportunidad a la experiencia, si está dispuesto a seguirla, los resultados son incomparablemente más terapéuticos y trasformadores. Es posible que todo eso suceda dentro del cerebro de uno. Es posible que sea privado y que no exista conocimiento unitivo de nada que no sea la fisiología de uno mismo. ¿A quién le importa? Sigue en pie el hecho de que la experiencia puede abrirle los ojos, convertirlo en una persona bienaventurada y trasformarle toda la vida. — Hubo un prolongado silencio. — Permítame que le diga una cosa — continuó, dirigiéndose a Murugan —. Algo que no pensaba decirle a nadie. Pero ahora siento que quizá tengo una obligación, un deber para con el trono, un deber para con Pala y su pueblo: una obligación de hablarle acerca de esta experiencia tan privada. Quizá si lo hago pueda ayudarlo a ser un poco más comprensivo acerca de su país y de las costumbres de su país. — Guardó silencio durante un momento; luego continuó, en tono tranquilo y práctico. — Supongo que conoce a mi esposa. Con el rostro vuelto hacia el otro lado, Murugan asintió. — Lamenté mucho — dije — enterarme de que estaba tan enferma.
— Le quedan unos pocos días — dijo el doctor Robert —. Cuatro o cinco, cuando mucho. Pero sigue perfectamente lúcida, perfectamente consciente de lo que sucede. Ayer me preguntó si no podíamos tomar la medicina moksha juntos. La habíamos bebido juntos — agregó entre paréntesis — una o dos veces por año, durante los últimos treinta y siete…. desde que decidimos casarnos. Y ahora, una vez más, por última vez; por la última, última vez. Podía ser peligroso, por el daño que eso podía causarle al hígado. Pero decidimos que era peligro que valía la pena correr. Y resultó que teníamos razón. La medicina moksha — la droga, como usted prefiere llamarla — apenas le provocó algún trastorno. Lo único que le ocurrió fue la trasformación mental.
Se calló, y Will tuvo conciencia de pronto de los chillidos y correteos de las ratas enjauladas y, a través de la ventana abierta, de la babel de la vida tropical y del llamado de un mynah distante: «Aquí y ahora, muchachos; aquí y ahora…»
— Usted es como el mynah — dijo el doctor Robert al cabo —. Se lo ha adiestrado para repetir palabras que no entiende o cuya razón desconoce: «No es real. No es real.» Pero si hubiese experimentado lo que ayer experimentamos Lakshmi y yo, sabría que se equivoca. Sabría que es mucho más real que lo que usted llama realidad. Más real que lo que siente y piensa en este momento. Más real que el mundo que tiene ante los ojos. Pero se le ha enseñado a decir no real. No real, no real. — El doctor Robert posó afectuosamente una mano sobre el hombro del joven — Se le ha dicho que somos un puñado de corrompidos adictos a las drogas, que chapaleamos en ilusiones y falsos samadhis. Escuche, Murugan; olvídese de todas las malas palabras que le han metido adentro. Tome cuatrocientos miligramos de la medicina moksha y descubra su efecto usted mismo, todo lo que puede decirle sobre su propia naturaleza, sobre este extraño mundo en que tiene que vivir, sufrir y finalmente morir. Sí, aun usted tendrá que morir algún día…. quizá dentro de cincuenta años, quizá mañana. ¿Quién sabe? Pero sucederá, y el que no se prepara para ello es un tonto. — Se volvió hacia Will. — ¿Le gustaría acompañarnos mientras tomamos nuestra ducha y nos ponemos alguna ropa?
Sin esperar respuesta, atravesó la puerta que comunicaba con el corredor central del largo edificio. Will tomó su bastón de bambú y, acompañado por Vijaya, lo siguió fuera de la habitación.
— ¿Le parece que eso le hizo alguna impresión a Murugan? — preguntó a Vijaya cuando la puerta se cerró tras ellos.
Vijaya se encogió de hombros. — Lo dudo.
— Entre su madre — dijo Will — y su pasión por los motores de combustión interna, probablemente es impermeable a cualquier cosa que ustedes puedan decirle. ¡Habría tenido que escucharlo hablar de motonetas!
— Lo hemos oído — contestó el doctor Robert, que se había detenido ante una puerta azul y los esperaba —. Con frecuencia. Cuando llegue a su mayoría de edad, las motonetas se convertirán en un problema político de primera importancia. Vijaya rió.