Выбрать главу

En el laboratorio, cuando entraron, Murugan cerraba su cartera para protegerla de los fisgones.

— Estoy listo — dijo, y metiéndose bajo el brazo las mil trescientas cincuenta y ocho páginas del Novísimo Testamento, los siguió afuera, al sol. Unos minutos más tarde, apiñados en un viejo jeep, los cuatro bajaban por la carretera que, pasando ante el prado del toro blanco, ante el estanque de los lotos y el gigantesco Buda de piedra, salía por los portones de la Estación y se unía a la carretera central.

— Lamento que no podamos proporcionarle un medio de trasporte más cómodo — dijo Vijaya mientras traqueteaban y se sacudían.

Will palmeó la rodilla de Murugan.

— Este es el hombre ante el cual debería disculparse — dijo —. El que ansia los Jaguar y los Pájaro de Trueno.

— Ansia, me temo — dijo el doctor Robert desde el asiento trasero —, que tendrá que quedar insatisfecha.

Murugan no hizo comentario alguno, pero esbozó la sonrisa secreta y desdeñosa del que sabe que las cosas no son como se afirma.

— No podemos importar juguetes — continuó el doctor —. Sólo lo esencial.

— ¿Por ejemplo?

— En seguida lo verá. — Tomaron una curva y, allí, debajo de ellos, estaban los techos de paja y los umbríos jardines de una considerable aldea. Vijaya se detuvo al costado del camino y apagó el motor.

— Aquí tiene usted Nueva Rothamsted — dijo —. Alias Madalia. Arroz, hortalizas, aves de corral, frutas. Para no mencionar dos alfarerías y una fábrica de muebles. De ahí eses cables. — Agitó la mano en dirección de la larga hilera de pilotes que trepaban por las laderas escalonadas de detrás de la aldea, desaparecían en la cumbre y reaparecían, más lejos, subiendo por el lecho del valle siguiente, en dirección al verde cinturón de selva de montaña y de los picos coronados de nubes, más allá y más arriba. — Esa es una de las importaciones indispensables: equipos eléctricos. Y cuando los saltos de agua han sido dominados y se han tendido líneas de trasmisión, he aquí otra cosa que tiene primera prioridad. — Señaló con un dedo un bloque de cemento sin ventanas que se erguía, incongruente, entre las casas de madera, cerca de la entrada superior de la aldea.

— ¿Qué es? — preguntó Will —. ¿Algún tipo de horno eléctrico?

— No, los hornos se encuentran al otro lado de la aldea. Esta es la congeladora comunal.

— En los antiguos tiempos — explicó el doctor Robert — solíamos perder la mitad de los artículos perecederos que producíamos. Ahora no perdemos prácticamente nada. Lo que cosechamos es para nosotros, no para las bacterias que nos rodean.

— De modo que ahora tienen suficientes alimentos.

— Más que suficientes. Comemos mejor que cualquier otro país de Asia, y hay excedentes para la exportación. Lenin solía decir que la electricidad más el socialismo es igual al comunismo. Nuestras ecuaciones son distintas. Electricidad menos industria pesada más control de la natalidad es igual a democracia y abundancia. Electricidad más industria pesada menos control de la natalidad es igual a miseria, totalitarismo y guerra.

— De paso — preguntó Will —, ¿quién es dueño de todo esto? ¿Hay aquí capitalismo o socialismo de Estado?

— Ni una cosa ni la otra. En general hay cooperativismo. La agricultura palanesa ha sido siempre un asunto de terraplenado e irrrigación. Pero el terraplenado y la irrigación exigieron esfuerzos conjuntos y los acuerdos amistosos. La competencia agresiva no es compatible con el cultivo del arroz en un país montañoso. A nuestro pueblo le resultó muy sencillo pasar de la ayuda mutua en una comunidad de aldea a las más modernas técnicas cooperativas de compra, venta, distribución de las ganancias y financiación.

— ¿También financiación cooperativa?

El doctor Robert asintió.

— Nada de esos usureros chupasangres que se pueden encontrar en toda la campiña india. Y nada de bancos comerciales por el estilo de los de ustedes. Nuestro sistema de préstamos fue establecido según el modelo de las uniones de crédito que Wilhelm Raiffeisen fundó en Alemania hace más de un siglo. Él doctor Andrew convenció al raja que invitase a uno de los jóvenes colaboradores de Raiffeisen a venir aquí y organizar un sistema bancario cooperativo. Y todavía sigue funcionando.

— ¿Y qué usan como dinero? — inquirió Will.

El doctor Robert metió la mano en el bolsillo del pantalón y extrajo un puñado de plata, oro y cobre.

— En forma modesta — explicó —, Pala es un país productor de oro. Extraemos lo suficiente para dar a nuestro papel un sólido respaldo metálico. Y el oro complementa nuestras exportaciones. Podemos pagar en efectivo por equipos costosos como las líneas de trasmisión y los generadores instalados en el otro extremo.

— Parecen haber resuelto con bastante éxito sus problemas económicos.

— Solucionarlos no fue difícil. Por empezar, jamás nos permitimos producir más hijos de los que podíamos alimentar, vestir, alojar y educar para convertirlos en algo que tuviera relación con la plena humanidad. Como no estamos sobrepoblados, tenemos abundancia. Pero aunque tenemos abundancia, hemos conseguido resistir a la tentación a que sucumbió Occidente: la tentación del sobreconsumo. No nos enfermamos de la coronaria tragando seis veces más grasas saturadas de las que necesitamos. No nos hipnotizamos hasta el punto de creer que dos receptores de televisión nos harán dos veces más dichosos que uno solo. Y por último no gastamos una cuarta parte de la producción nacional bruta para prepararnos para la tercera guerra mundial, ni para la hermanita de la guerra mundial, la guerra local número tres mil doscientos treinta y tres. Armamentos, deuda universal y obsolescencia planificada: esos son los tres pilares de la prosperidad de Occidente. Si se suprimiese la guerra, la miseria y los usureros, ustedes se derrumbarían. Y mientras ustedes consumen en exceso, el resto del mundo se hunde cada vez más profundamente en el desastre crónico. Ignorancia, militarismo y procreación… y el mayor mal de los tres es la procreación. No hay esperanzas, ni la menor posibilidad de solucionar el problema económico hasta que eso haya sido dominado. A medida que crece la población, desciende la prosperidad. — Trazó la curva descendente con un dedo extendido. — Y a medida que desciende la prosperidad comienzan a crecer el descontento y la rebelión — el índice volvió a subir —, el salvajismo político y el régimen unipartidista, el nacionalismo y la belicosidad. Otros diez o quince años de procreación desenfrenada, y todo el mundo, desde China hasta Perú, pasando por el África y el Medio Oriente, estará atestado de Grandes Líderes, todos dedicados a la represión de la libertad, todos armados hasta los dientes por Rusia o Norteamérica, o, mejor aun, por ambos a la vez, y todos agitando banderas y pidiendo a gritos el lebensraum.

— ¿Y qué hay de Pala? — inquirió Will —. Dentro de diez anos, ¿tendrán ustedes también la bendición de un Gran Líder?

— Si podemos evitarlo, no — contestó el doctor Robert —. Siempre hemos hecho lo posible para evitar que surgiese un Gran Líder.

Con el rabo del ojo, Will vio que Murugan tenía una expresión de indignado y despectivo disgusto. Era evidente que en su imaginación Antinoo se veía como un héroe de Carlyle. Will se volvió hacia el doctor Robert.

— Dígame cómo lo hacen.

— Bien, por empezar no libramos guerras ni nos preparamos para ellas. Por consiguiente no tenemos necesidad de conscripción, ni de jerarquías militares, ni de un comando unificado. Luego está nuestro sistema económico: no permite que nadie se vuelva más de cuatro o cinco veces más rico que el común de la gente. Eso significa que no tenemos capitanes de industria ni omnipotentes financieros. Más aun, no tenemos omnipotentes políticos o burócratas. Pala es una federación de unidades autónomas, de unidades geográficas, de unidades profesionales, de unidades económicas… de modo que hay espacio de sobra para la iniciativa en pequeña escala y para los dirigentes democráticos, pero no lo hay para dictador alguno al frente de un gobierno centralizado. Otra cosa: no tenemos iglesia establecida, y nuestra religión pone el acento en la experiencia inmediata y deplora la creencia en los dogmas inverificables y en las emociones que esa creencia inspira. De modo que estamos protegidos de las plagas del papismo por un lado y del reavivamiento fundamentalista por el otro. Y junto con la experiencia trascendental cultivamos sistemáticamente el escepticismo. Impedir que los niños se tomen las palabras demasiado en serio, enseñarles a analizar todo lo que oyen o leen: esto forma parte integral del programa escolar. Resultado: el demagogo elocuente, como Hitler o nuestro vecino del otro lado del estrecho, el coronel Dipa, no tienen posibilidad alguna en Pala.