Eso fue demasiado para Murugan. Incapaz de contenerse, estalló:
— ¡Pero mire la energía que el coronel Dipa infunde a su pueblo! ¡Mire la devoción y la abnegación! Aquí no tenemos nada de eso.
— Gracias a Dios — dijo el doctor Robert con unción.
— Gracias a Dios — repitió Vijaya.
— Pero esas cosas son buenas — protestó el joven —. Yo las admiro.
— Yo también — declaró el doctor —. Las admiro de la misma manera que admiro un tifón. Por desgracia, ese tipo de energía, devoción y abnegación resulta ser incompatible con la libertad, y no hablemos ya de la razón y la decencia humana. Pero la decencia, la razón y la libertad son las cosas por las cuales ha venido trabajando Pala desde la época de su homónimo, Murugan el Reformador.
De abajo de su asiento Vijaya tomó una caja de hojalata y, levantando la tapa, distribuyó una primera rueda de emparedados de queso y aguacate.
— Tendremos que comer mientras viajamos. — Puso en marcha el motor y con una mano, ya que la otra la tenía ocupada con el emparedado, llevó el pequeño automóvil al camino. — Mañana — le dijo a Will — le mostraré la aldea y la visión, más notable aun, de mi familia almorzando. Hoy tenemos una cita en las montañas.
Cerca de la entrada de la aldea internó el jeep por un camino lateral que subía serpenteando, empinado, por entre los arrozales y campos de hortalizas escalonados, salpicados de huertos y, aquí y allá, plantaciones de arbolitos destinados, según explicó el doctor Robert, a proporcionar materia prima a las fábricas de pulpa de papel de Shivapuram.
— ¿Cuántos periódicos mantiene Pala? — inquirió Will, y se sorprendió al enterarse de que había uno solo —. ¿Quién tiene el monopolio? ¿El gobierno? ¿El partido que se encuentra en el poder? ¿El Joe Aldehyde local?
— Nadie tiene el monopolio — le aseguró el doctor Robert —. Hay un cuerpo de directores que representan a media docena de partidos e intereses distintos. Cada uno de ellos recibe una porción de espacio para comentarios y críticas. El lector se encuentra entonces en condiciones de comparar los argumentos de todos ellos y tomar una decisión por su cuenta. Recuerdo cuánto me escandalicé la primera vez que leí uno de los periódicos de gran circulación de ustedes. Lo prejuiciado de los titulares, la sistemática unilateralidad de los informes y los comentarios, los lemas y frases hechas en lugar de argumentos… Nada de hacer un serio llamado a la razón. Por el contrario, un esfuerzo sistemático por implantar reflejos condicionados en la mente de los votantes… y, en lo que se refiere a todo lo demás, crímenes, divorcios, anécdotas, paparruchas, cualquier cosa que los distraiga, cualquier cosa que les impida pensar.
El coche continuaba trepando y ahora se encontraba en una cima, entre dos pendientes pronunciadas; abajo, en el fondo de un barranco, a la izquierda, había un lago bordeado de árboles, y a la derecha un valle más amplio donde, entre dos aldeas sombreadas de árboles, como un trozo incongruente de geometría pura, se extendía una enorme fábrica.
— ¿Cemento? — preguntó Will.
El doctor Robert asintió.
— Una de las industrias indispensables. Producimos todo el que necesitamos, y un excedente para la exportación.
— ¿Y esas aldeas proporcionan la mano de obra?
— En los intervalos de los trabajos agrícolas y de las labores en los bosques y aserraderos.
— ¿Y funciona bien ese sistema de trabajos alternados?
— Depende de lo que usted quiera decir con bien. Pero en Pala la máxima eficiencia no es el imperativo categórico que representa para ustedes. Ustedes piensan primero en obtener la producción más grande posible en el menor tiempo posible. Nosotros pensamos primero en los seres humanos y en sus satisfacciones. El cambio de trabajos no es lo mejor para obtener una gran producción en pocos días. Pero a la mayoría de la gente le gusta más que hacer un solo trabajo toda la vida. Si se trata de elegir entre la eficiencia mecánica y la satisfacción humana, elegimos la satisfacción.
— Cuando yo tenía veinte años — intervino Vijaya — trabajé cuatro meses en esa fábrica de cemento… y después diez semanas en la producción de superfosfatos y seis meses en la selva, como maderero.
— ¡Ese espantoso trabajo honrado!
— Hace veinte años — dijo el doctor Robert — trabajé un tiempo en la fundición de cobre. Después de lo cual probé el sabor del mar en un barco pesquero. Conocer todo tipo de trabajo: eso forma parte de la educación de todos nosotros. De esa manera se aprenden muchísimas cosas… sobre los trabajos, las organizaciones, sobre todo tipo de personas y de su manera de pensar.
Will meneó la cabeza.
— Yo prefiero sacarlo de un libro.
— Pero lo que se saca de un libro no es nunca eso. En el fondo — agregó el doctor Robert — todos ustedes siguen siendo platónicos. ¡Adoran la palabra y odian la materia!
— Eso dígaselo a los sacerdotes — replicó Will —. Continuamente nos reprochan que somos unos groseros materialistas.
— Groseros — convino el doctor —, pero groseros precisamente porque son unos materialistas tan inadecuados. Un materialismo abstracto: eso es lo que profesan. En tanto que nosotros nos preocupamos de ser materialistas concretos: materialistas en el plano sin palabras de la visión, el tacto y el olfato, de los músculos en tensión y las manos sucias. El materialismo abstracto es tan malo como el idealismo abstracto; torna casi imposible la experiencia espiritual inmediata. Probar distintos tipos de trabajo como materialistas concretos es el primer paso, el indispensable en nuestra educación para la espiritualidad concreta.
— Pero aun el materialismo más concreto — especificó Vijaya — no lo llevará muy lejos si no tiene plena conciencia de lo que está haciendo y experimentando. Tiene que tener plena conciencia de los trozos de materia que maneja, de las habilidades manuales que practica, de la gente con la cual trabaja.
— Muy cierto — dijo el doctor —. Tendría que haber aclarado que el materialismo concreto no es más que la materia prima para una vida plenamente humana. Por medio de la conciencia, y de la conciencia constante, las trasformamos en espiritualidad concreta. Tenga plena conciencia de lo que hace y el trabajo se convierte en el yoga del trabajo, el juego se convierte en el yoga del juego, la vida cotidiana se trasforma en el yoga de la vida cotidiana.
Will pensó en Ranga y en la pequeña enfermera.
— ¿Y qué me dice del amor?
El doctor Robert asintió.
— También eso. La conciencia lo trasfigura, convierte el amor en el yoga del amor.