Murugan hizo una imitación de su madre cuando se escandalizaba.
— Medios psicofísicos para un fin trascendental —«Vijaya, levantando la voz para cubrir el chirrido de primera velocidad a que había pasado —: eso son en lugar todos estos yogas. Pero son algo más: son para hacer frente a los problemas del poder. — Pasó a una velocidad más silenciosa y bajó la voz a su tono menor. Los problemas del poder — repitió —. Y uno se encuentra a ellos en todos los planos de la organización… los planos, desde los gobiernos nacionales hasta los de los niños y las parejas en luna de miel. Porque trata simplemente de hacer que las cosas resulten difíciles para los Grandes Líderes. Hay, además, millones de perseguidores en pequeña escala, están todos los ingloriosos Hitler, todos los Napoleones de Aldea, los Calvinos y Torquemadas de la familia. Para no hablar todos los bandidos y bravucones lo bastante estúpidos para conseguir que los condenen como criminales. ¿Cómo se puede canalizar el enorme poder que engendra esa gente, para hacerlo funcionar en forma útil… o por lo menos para impedir que haga daño?
— Eso es lo que quiero que me diga — respondió Will —. ¿Por dónde empiezan?
— Empezamos por todas partes a la vez — dijo Vijaya —. Pero como no se puede decir más de una cosa por vez, comencemos hablando de la anatomía y fisiología del poder. Háblele de su enfoque bioquímico del tema, doctor Robert.
— Todo ello — dijo éste — empezó hace casi cuarenta años, cuando yo estudiaba en Londres. Comenzó con las visitas a las cárceles los fines de semana y la lectura de libros de historia cada vez que tenía una noche libre. Historia y cárceles — repitió —. Descubrí que tenían una estrecha vinculación. El registro de los delitos, las locuras y las desdichas de la humanidad (eso es Gibbon, ¿verdad?) y el lugar en que los crímenes y las locuras que no han tenido éxito son castigados por un tipo especial de desdicha. Mientras leía mis libros y conversaba con mis presidiarios, me sorprendí formulando preguntas. ¿Qué tipo de personas se convertían en delincuentes peligrosos: los grandes delincuentes de los libros de historia, los pequeños de Pentonville? ¿Qué tipos de personas son movidas por el apetito de poder, la pasión de la bravuconería, la dominación? Y los implacables, los hombres, los que saben lo que quieren y no tienen escrúpulos en matar a fin de obtenerlo, los monstruos que hieren, no por ganancia alguna, sino gratuitamente, porque herir y matar son cosas tan divertidas… ¿quiénes son?
Hay que discutir estos problemas con los expertos: médicos, expertos en ciencias sociales, maestros. Dalton había pasado de moda, y la mayoría de mis muertos me aseguraban que las únicas respuestas válidas a esos interrogantes eran respuestas en términos de cultura, de condicionamiento precoz y de ambientes traumatizantes. Yo sólo me sentí convencido a medias. La madre, el adiestramiento en las costumbres del cuarto de baño, toda esa tontería del ambiente: resultaba evidente que se trataba de cosas importantes. ¿Pero eran absolutamente importantes? Durante mis visitas a las cárceles había comenzado a ver pruebas de cierto tipo de esquema integrado… o más bien de dos tipos de esquemas integrados, porque los delincuentes peligrosos y los enredadores amantes del poder no pertenecen a una sola especie. La mayoría de ellos, como iba advirtiendo ya entonces, pertenecen a una de dos especies distintas y disímiles: Los Musculosos y los Peter Pan. Yo me he especializado en el tratamiento de los Peter Pan.
— ¿Los chicos que nunca llegan a crecer? — interrogó Will.
— «Nunca» es una palabra errónea. En la vida real los Peter Pan siempre terminan creciendo. Lo único que sucede es que crecen demasiado tarde… crecen, en términos fisiológicos, más lentamente de lo que crecen en términos de cumpleaños.
— ¿Y qué sucede con los Peter Pan femeninos? — Son muy raras. Pero los jóvenes son tan comunes como el pasto. La norma es de un Peter Pan por cada cinco p seis chicos de sexo masculino. Y entre los niños problema, entre los chicos que no saben leer, no congenian con uno y por último se lanzan hacia las formas más violentas de la delincuencia, siete de cada diez, si se les saca una radiografía de los huesos de la muñeca, resultan ser otros tantos Peter Pan. Los demás son en su mayoría Hombres Musculosos de uno u otro tipo.
— Estoy tratando de recordar — dijo Will — un buen ejemplo histórico de un Peter Pan delincuente.
— No necesita ir muy lejos. El más reciente, así como el mejor y el más grande, fue Adolf Hitler.
— ¿Hitler? — El tono de Murugan era de escandalizado asombro. Resultaba evidente que Hitler era uno de sus héroes. — Lea la biografía del Führer — dijo el doctor Robert —. Un Peter Pan, si es que alguna vez hubo uno. Un caso irremediable en la escuela. Incapaz de competir o de colaborar. Envidiaba a todos los chicos normalmente exitosos… y, como los envidiaba, los odiaba, y para sentirse mejor, los despreciaba porque eran seres inferiores. Y luego llegó la época de la pubertad. Pero Adolf era sexualmente atrasado. Otros jóvenes hacían insinuaciones a las chicas, y éstas les respondían. Pero Adolf era demasiado tímido, demasiado inseguro de su virilidad. Y al mismo tiempo era incapaz de un trabajo continuado, y sólo se encontraba a sus anchas en el compensatorio Otro Mundo de su imaginación. Allí por lo menos era Miguel Ángel. Aquí, por desgracia, no podía dibujar. Sus únicos dones eran el odio, una baja astucia, un juego de infatigables cuerdas vocales y un talento para hablar interminablemente, a voz en cuello, desde las profundidades de su paranoia peterpánica. Treinta o cuarenta millones de muertos y Dios sabe cuántos miles de millones de dólares: ese es el precio que el mundo tuvo que pagar por la maduración retardada del pequeño Adolf. Por fortuna la mayoría de los chicos que crecen con demasiada lentitud nunca consiguen una oportunidad de convertirse en algo más que en delincuentes de poca monta. Pero aun los delincuentes menores, si existen en suficiente cantidad, pueden cobrar un precio bastante considerable. Por eso tratamos de cortarlos en capullo… o más bien, ya que estamos hablando de los Peter Pan, por eso tratamos de hacer que sus capullos congelados se abran y crezcan.
— ¿Y lo consiguen?
El doctor Robert asintió.
— No es difícil. En especial si se empieza desde muy temprano. Entre los cuatro años y medio y los cinco todos nuestros niños son objeto de un minucioso examen. Análisis de sangre, pruebas psicológicas, estomatotipia; luego les sacamos radiografías de las muñecas y les hacemos un electroencefalograma. Todos los bonitos y pequeños Peter Pan son descubiertos de modo inevitable, y en seguida se comienza el tratamiento adecuado. Al cabo de un año prácticamente todos son normales. Una cosecha de fracasados y criminales en potencia, de tiránicos y sádicos en potencia, de misántropos y revolucionarios por el placer de la revolución, también en potencia, es trasformada en una cosecha de ciudadanos útiles que pueden ser gobernados adandena asatthena: sin castigos y sin una espada. En la parte del mundo en que viven ustedes la delincuencia sigue siendo confiada a los sacerdotes, los trabajadores sociales y la policía. Sermones interminables y terapéutica de apoyo; sentencias carcelarias a carradas. ¿Y con qué resultados? La tasa de delincuencia sigue en constante aumento. Y no es extraño. Las palabras sobre la rivalidad entre los hermanos menores y el infierno y la personalidad de Jesús no son sustitutos de la bioquímica. Un año en la cárcel no cura a un Peter Pan de su desequilibrio endocrino, ni ayuda a un ex Peter Pan a librarse de las consecuencias psicológicas de dicho desequilibrio. Para la delincuencia peterpánica lo que hace falta es el diagnóstico precoz y tres cápsulas rosadas, todos los días, antes de las comidas. Dado un ambiente tolerable, el resultado será una dulce razonabilidad y una buena proporción de las virtudes cardinales, en el término de dieciocho meses. Y no hablemos de una probabilidad equitativa, donde antes no había posibilidad alguna, de la eventual prajnaparamrta y karuna, de eventual sabiduría y compasión. Y ahora haga que Vijaya le hable sobre los Musculosos. Como quizás haya observado, él es uno de ellos. — Inclinándose hacia adelante, el doctor Robert dio un golpecito en la ancha espalda del gigante. — ¡Carne sólida! — Y agregó —: ¡Qué suerte tenemos nosotros, pobres camarones, de que el animal no sea salvaje!