Vijaya retiró una mano del volante, se golpeó el pecho y lanzó un ruidoso y feroz rugido.
— No molesten al gorila — dijo, y rió bonachonamente. Y a continuación dijo a Will —: Piense en el otro gran dictador; piense en José Visariónovich Stalin. Hitler es el ejemplo supremo del Peter Pan delincuente. Stalin es el ejemplo supremo del Musculoso delincuente. Predestinado por su contextura, a ser un extravertido. No uno de esos, rotundos y parlanchines extravertidos que se dan por el gregarismo indiscriminado. No… el extravertido que todo lo pisotea, que empuja a todo el mundo; se siente obligado a Hacer Algo y jamás siente inhibición de las dudas o los remordimientos de conciencia, de la simpatía o la sensibilidad. En su testamento, Lenin aconsejaba a sus sucesores que se libraran de Stalin: el hombre tenía demasiada apetencia de poder, demasiada propensión a abusar de él. Pero el consejo llegó demasiado tarde. Stalin se encontraba ya tan firmemente atrincherado, que no era posible expulsarlo. Trotski había sido apartado; todos sus amigos, eliminados. Y ahora, como un Dios entre los ángeles del coro, se encontraba solo, en un cielo pequeño y cómodo, poblado sólo por adulones y hombres que a todo decían que sí. Y durante todo el tiempo se encontraba implacablemente atareado, liquidando a los kulaks, organizando granjas colectivas, construyendo una industria armamentista, desplazando a hostiles millones de personas de las granjas a las fábricas. Trabajando con una tenacidad, una lúcida eficiencia de la cual el Peter Pan alemán, con sus fantasías apocalípticas y sus talantes fluctuantes era absolutamente incapaz. Y en la última fase de la guerra, compare la estrategia de Stalin con la de Hitler. Un frío cálculo frente a los ensueños compensatorios, un realismo práctico frente a la tontería retórica en la que Hitler finalmente había llegado a convencerse de que debía creer. Dos monstruos, iguales en delincuencia, pero profundamente distintos en temperamento, en motivación inconsciente y, por último, en eficiencia. Los Peter Pan son maravillosamente competentes para iniciar guerras y revoluciones; pero hacen falta los Musculosos para llevarlas hasta su exitosa conclusión. He aquí la selva — agregó Vijaya en otro tono, agitando la mano en dirección de un gran risco de árboles que parecía impedirles todo ascenso posterior. Un momento más tarde habían abandonado el resplandor de la ladera desnuda para hundirse en un estrecho túnel verde que zigzagueaba entre muros de follaje frondoso, las trepadoras pendían de las arqueadas ramas y entre roncos de árboles gigantescos crecían helechos y rodoendros de hojas obscuras, con una densa profusión de arbustos y matas que a Will, mientras miraba en torno, le resultaron desconocidos y carentes de nombre. El aire estaba asfixiantemente húmedo, y había un olor caliente, acre, de lujuriosa vegetación y de ese otro tipo de vida que es la decadencia. Ahogado por el espeso follaje, Will escuchó el distante tintineo de hachas, el rítmico chirrido de una sierra. El camino viró una vez más y de pronto la verde obscuridad del túnel dejó su lugar a la luz del sol. Habían entrado en un claro del bosque. Altos y de anchos hombros, media docena de leñadores casi desnudos estaban dedicados a cortar las ramas de un árbol recién derribado. A la luz del sol, cientos de mariposas azules y color amatista revoloteaban, persiguiéndose unas a las otras, elevándose en una interminable danza casual. Ante una fogata, al otro lado del claro, un anciano revolvía lentamente el contenido de un caldero de hierro. Cerca de él, un cervatillo domesticado, de delicados miembros y elegante piel moteada, pastaba con tranquilidad.
— Viejos amigos — dijo Vijaya, y gritó algo en palanés. Los leñadores le respondieron, también a gritos, y agitaron la mano. Luego el camino volvió a virar bruscamente y se encontraron trepando de nuevo por el verde túnel, entre los árboles.
— Hablando de los Musculosos — dijo Will cuando se alejaron del claro —. Esos eran ejemplares realmente espléndidos.
— Ese tipo de físico — dijo Vijaya — es una permanente tentación. Y sin embargo entre todos esos hombres — y he trabajado con veintenas de ellos — no encontré nunca un solo bravucón, un solo amante del poder, peligroso en potencia.
— Lo que es otra forma de decir — interrumpió Murugan, despectivo — que nadie aquí tiene ambición alguna. — ¿Cuál es la explicación? — pregunto Will. — Muy sencilla, por lo que respecta a los Peter Pan. Jamás se les concede una oportunidad de que se les despierte el apetito de poder. Los curamos de su delincuencia antes de que haya tenido tiempo de desarrollarse. Pero los Musculosos son distintos. Aquí son tan musculares, son arrolladoramente extravertidos como entre ustedes. ¿Y por qué no se convierten en Stalin o Dipa, o por lo menos en tiranos domésticos? En primer lugar, nuestro orden social les ofrece muy pocas oportunidades de amedrentar a los miembros de sus familias, y nuestro orden político hace que les resulte prácticamente imposible dominar a nadie en gran escala.
En segundo término, adiestramos a nuestros Musculosos para que sean hombres conscientes y sensibles, les enseñamos a gozar con las cosas vulgares de la existencia cotidiana. Esto significa que siempre tienen una alternativa — innumerables alternativas — en cuanto al placer de ser el amo. Y por último trabajamos en forma directa con el amor al poder y al dominio que siempre acompaña a ese tipo de físico en casi todas sus variaciones. Canalizamos ese amor al poder y lo desviamos… lo apartamos de la gente y lo dirigimos hacia las cosas. Les hacemos ejecutar toda clase de tareas difíciles… tareas esforzadas y violentas, que les ejercitan los músculos y satisfacen sus ansias de dominación… pero que las satisfacen a expensas de nadie, y en formas que son inofensivas o positivamente útiles.
— De modo que esas espléndidas criaturas derriban árboles en lugar de derribar personas; ¿es eso?
— En efecto. Y cuando se cansan del bosque, pueden ir al mar, o dedicarse a la minería, o tomar las cosas con calma, hablando en términos relativos, en los arrozales. Will Farnaby lanzó una repentina carcajada. — ¿Dónde está el chiste?
— Estaba pensando en mi padre. Un poco de trabajo de leñador habría podido salvarlo… aparte de que hubiera sido la salvación de su desdichada familia. Por desgracia era un caballero inglés. La tala de árboles estaba fuera de cuestión.
— ¿No tenía ninguna válvula de escape física para sus energías?
Will negó con la cabeza.
— Además de ser un caballero — explicó —, mi padre creía ser un intelectual. Pero un intelectual no caza ni juega al golf; no hace más que pensar y beber. Aparte del coñac, las únicas diversiones de mi padre consistían en amedrentar a los demás, en jugar al bridge contrato y en dedicarse a la teoría de la política. Se consideraba una versión del siglo XX de lord Acton… el último y solitario filósofo del liberalismo. ¡Tendría que haberlo oído hablar sobre las iniquidades del Estado moderno omnipotente! «El poder corrompe. El poder absoluto corrompe absolutamente. Absolutamente.» Después de lo cual trasegaba otro coñac y volvía, con renovado placer, a su pasatiempo favorito: pisotear a su esposa e hijos.
— Y si el propio Acton no se comportó de esa manera — dijo el doctor Robert — fue simplemente porque era un hombre virtuoso e inteligente. No había en sus teorías nada que pudiese impedir que un Musculoso delincuente o un Peter Pan no curado pisoteasen a cualquiera que se pusiese al alcance de sus pies. Esa fue la debilidad fatal de Acton. Como teórico político fue, en general, admirable. Como psicólogo práctico, fue casi una nulidad. Parece haber creído que el problema del poder podía ser solucionado por medio de buenas medidas sociales, complementadas, por supuesto, con una sólida moral y un poco de religión revelada. Pero el problema del poder tiene sus raíces en la anatomía, en la bioquímica y en el temperamento. El poder tiene que ser frenado en los planos legal y político, eso es evidente. Pero también es evidente que tiene que existir prevención en el plano individual. En el plano del instinto y la emoción, en el plano de las glándulas y las vísceras, los músculos y la sangre. Si alguna vez encuentro el tiempo necesario, me gustaría escribir un librito sobre la fisiología humana en relación con la ética, la religión, la política y la legislación.