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Pasaban los segundos, el silencio se hacía más profundo. De pronto, sorprendentemente, una de las muchachas rompió a sollozar. Vijaya abandonó su lugar y, arrodillándose junto a ella, le posó una mano en el hombro. Los sollozos se apagaron.

— Sufrimientos y enfermedad — continuó el doctor al cabo —, vejez, decrepitud, muerte. Os muestro la pena. Pero eso no fue lo único que nos mostró Buda. También nos mostró el final de la pena.

— Shivanayama — exclamó el anciano sacerdote con tono triunfal.

— Abran los ojos y miren a Nataraja, allí arriba, en el altar. Miren con atención. En la mano derecha superior, como ya han visto, tiene el tambor que llama al mundo a la existencia, y en la mano superior izquierda lleva el fuego destructor. Vida y muerte, orden y desintegración, imparcialmente. Pero ahora miren las otras dos manos de Siva. La inferior derecha está levantada, con la palma vuelta hacia afuera. ¿Qué significa ese ademán? Significa «No temas; Todo está bien». ¿Pero cómo es posible que nadie que tenga un poco de sensatez deje de tener miedo? ¿Cómo es posible fingir que el mal y el sufrimiento están bien, cuando resulta tan evidente que están mal? Nataraja tiene la respuesta. Miren ahora su mano inferior izquierda. La usa para señalar a sus pies. ¿Y qué hacen sus pies? Miren con atención y verán que el pie derecho está plantado de lleno sobre una horrible y pequeña criatura subhumana: el demonio, Muyalaka. Muyalaka, un enano, pero inmensamente poderoso en su malignidad, es la encarnación de la ignorancia, la manifestación de la ávida y posesiva bondad. ¡Písenlo, quiébrenle el espinazo! Y eso precisamente hace Nataraja. Pisotea al pequeño monstruo con su pie derecho. Pero adviertan que lo que señala con el dedo no es ese pie derecho, sino el izquierdo, el pie que, mientras danza, ha elevado del suelo. ¿Y por qué lo señala? ¿Por qué? Ese pie en alto, ese desafío danzante de la fuerza de gravedad… es el símbolo de la liberación, de la moksha. Nataraja baila en todos los mundos al mismo tiempo… en el mundo de la física y la química, en el mundo de la experiencia común, demasiado humana, y por último en el mundo de la Talidad, del Espíritu, de la Clara Luz. Y ahora — continuó el doctor luego de un momento de silencio — quiero que miren la otra estatua, la imagen de Siva y la diosa. Mírenlos, allí, en su cuevita de luz. Y ahora cierren los ojos y vuelvan a verlos… brillantes, vivos, glorificados. ¡Cuan hermosos! Y en su ternura, ¡qué profundidades de significación! ¡Qué sabiduría, más allá de todas las sabidurías habladas, en la experiencia, sensual de la fusión espiritual y la expiación! La eternidad en amor con el tiempo. Lo Uno unido en matrimonio a lo mucho, lo relativo convertido en absoluto por su unión con lo Uno. El Nirvana identificado con samsara, la manifestación en el tiempo y en la carne y en la sensación del Buda naturaleza.

— Shivanayama. — El anciano sacerdote encendió otra barrita de incienso y con suavidad, en una sucesión de prolongados melismas, comenzó a canturrear algo en sánscrito. En los jóvenes rostros que tenía ante sí, Will pudo leer las señales de una serenidad que escuchaba, la sonrisa apenas perceptible, extática, que saluda una repentina percepción interior, una revelación de verdad o belleza. Entretanto, en el fondo, Murugan estaba pesadamente recostado contra una columna, escarbándose la nariz exquisitamente griega.

— Liberación —.recomenzó el doctor Robert —, el final de la pena, dejar de ser lo que ignorantemente piensan que son, para convertirse en lo que son en realidad. Durante un rato, gracias a la medicina moksha, sabrán qué es ser lo que en realidad, lo que en rigor siempre han sido. ¡Qué dicha intemporal! Pero, como todo lo demás, esta intemporalidad es transitoria. Como todo lo demás, pasará. Y cuando haya pasado ¿qué harán ustedes con esa experiencia? ¿Qué harán con todas las otras experiencias similares que la medicina moksha les hará reconocer en los años por venir? ¿Las gozarán simplemente, como se gozaría de una velada en una pantomima de títeres, para volver luego a sus ocupaciones de costumbre, para volver a comportarse como los tontos delincuentes que creen ser? ¿O después de haber entrevisto dedicarán sus vidas a la ocupación en modo alguno habitual, de ser lo que son en realidad? Lo único que nosotros, los mayores, podemos hacer con nuestras enseñanzas; lo único que Pala puede hacer por ustedes con su orden social, es proporcionarles las técnicas y las oportunidades. Y lo único que la medicina moksha puede hacer es proporcionarles una sucesión de visiones beatíficas, una hora o dos, de vez en cuando, de esclarecimiento y gracia liberadora. A ustedes les toca decidir si colaborarán con la gracia y aprovecharán esas oportunidades. Pero eso queda para el futuro. Aquí y ahora, lo único que tienen que hacer es seguir el consejo del mynah: ¡Atención! Presten atención y verán que, gradual o repentinamente, adquieren conciencia de los grandes hechos primordiales representados por esos símbolos del altar.

— ¡Shivanayama! — El sacerdote agitó su barrita de incienso. Al pie de los escalones del altar, los jóvenes estaban inmóviles como estatuas. Una puerta chirrió, hubo un ruido de pisadas. Will volvió la cabeza y vio a un hombre de baja estatura, robusto, que se abría paso por entre los jóvenes contemplativos. Subió los escalones e inclinándose murmuró «algo al oído del doctor Robert; luego giró sobre sus talones y se dirigió hacia la puerta.

El doctor Robert posó una mano sobre la rodilla de Will.

— Es una orden real — susurró, con una sonrisa y un encogimiento de hombros —. Ese es el hombre encargado de la choza alpina. La rani acaba de telefonear para decir que necesita ver a Murugan lo antes posible. Es urgente. — Riendo en silencio, se puso de pie y ayudó a Will a hacer lo propio.

XI

Will Farnaby había desayunado a solas y cuando el doctor Robert regresó de la visita de la mañana al hospital, bebía su segunda taza de té palanés y comía tostadas con mermelada de pomelo.

— No tuvo muchos dolores por la noche — fue la respuesta del doctor Robert a su pregunta —. Lakshmi tuvo cuatro o cinto horas de sueño profundo, y esta mañana pudo beber un poco de caldo.

Podían esperar, continuó, otro día de tregua. Y así, como a la paciente la fatigaba tenerlo allí todo el tiempo, y como, en fin de cuentas, la vida debía seguir y ser aprovechada al máximo, había decidido subir a la Estación de Altura y dedicar unas horas al equipo de investigación del laboratorio farmacéutico.

— ¿Trabajos con la medicina moksha?

El doctor Robert sacudió negativamente la cabeza.

— Con eso no hay más que repetir una operación normal… es una ocupación para técnicos, no para investigadores. Ellos están ocupados con algo nuevo.

Y comenzó a hablar sobre los índoles recientemente aislados de las semillas de ololiuqui que habían sido traídas de México el año anterior y que ahora se cultivaban en el jardín botánico de la estación. Por lo menos tres Índoles distintos, uno de los cuales parecía ser sumamente poderoso. Los experimentos con animales indicaban que afectaba al sistema reticular….

Ya a solas, Will se sentó bajo el ventilador del cielo raso y continuó con su lectura de las Notas sobre qué el qué.