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— ¿Existe alguna vinculación — interrogó Will — entre lo que ha estado diciendo y lo que vi en el templo de Siva?

— Por supuesto — admitió ella —. La medicina moksha lo lleva a uno al mismo sitio al que se llega por la meditación.

— Y entonces, ¿para qué molestarse en meditar?

— Lo mismo daría preguntar: «¿Para qué molestarse en cenar?»

— Pero según ustedes la medicina moksha es la cena.

— Es un banquete — replicó Mrs. Rao con énfasis —. Y precisamente por eso hace falta la meditación. No se pueden hacer banquetes todos los días. Son demasiado suculentos y duran demasiado. Aparte de que los banquetes son proporcionados por un proveedor; uno no participa para nada en su preparación. Para la dieta cotidiana, en cambio, tiene que cocinar uno mismo. La medicina moksha es un festín ocasional.

— En términos teológicos — dijo Vijaya —, la medicina moksha lo prepara a uno para la recepción de las gracias gratuitas: las visiones premísticas o las plenas experiencias místicas. La meditación es una de las formas en que uno colabora con esas gracias gratuitas.

— ¿En qué forma?

— Cultivando el estado mental que permite que las deslumbradoras percepciones extáticas se conviertan en iluminaciones permanentes y habituales. Conociéndose a uno mismo hasta el punto en que ya no se ve obligado por el inconsciente a hacer todas las cosas desagradables, absurdas, embrutecedoras que con tanta frecuencia se sorprende uno haciendo.

— ¿Quiere decir que lo ayuda a uno a ser más inteligente?

— No más inteligente en relación con la ciencia o el argumento lógico; más inteligente en el plano más profundo de experiencias concretas y relaciones personales.

— Más inteligente en ese plano — dijo Mrs. Rao — aunque pueda uno ser muy estúpido más arriba. — Se palmeó la coronilla de la cabeza. — Yo soy demasiado tonta para tener alguna competencia en las cosas en que la tienen el doctor Robert y Vijaya: genética, bioquímica, filosofía y todo lo demás. Y no sirvo para la poesía, la pintura o el teatro. No tengo talento ni inteligencia. De modo que tendría que sentirme horriblemente inferior y deprimida. Pero en realidad no sucede así… gracias a la medicina moksha y la meditación. Nada de talento ni inteligencia. Pero cuando se trata de vivir, cuando se trata de entender a la gente y de ayudarla, siento que me vuelvo más y más sensible y hábil. Y cuando se trata de lo que Vijaya llama gracias gratuitas… — Se interrumpió. — Uno puede ser el más grande genio del mundo y no tener más que lo que me ha sido concedido a mí. ¿No es así, Vijaya?

— Muy cierto.

Mrs. Rao se volvió hacia Will.

— De modo que ya ve, Mr. Farnaby, Pala es el lugar ideal para la gente estúpida. La máxima felicidad para el mayor número… y los estúpidos somos el mayor número. Personas como el doctor Robert, Vijaya y mi querido Ranga… reconocemos su superioridad, sabemos muy bien que su tipo de inteligencia es enormemente importante. Pero también sabemos que nuestro tipo de inteligencia tiene asimismo su importancia. Y no los envidiamos, porque se nos ha dado tanto como a ellos. A veces aun más.

— A veces — convino Vijaya — aun más. Por el sencillo motivo de que un talento para la manipulación de símbolos tienta a sus poseedores a convertirse en manipuladores habituales de símbolos, y esto constituye un obstáculo para la experimentación concreta y la recepción de gracias gratuitas.

— Ya ve, pues — dijo Mrs. Rao —; no tiene que tenernos mucha lástima. — Miró su reloj. — Cielos, si no me doy prisa llegaré tarde para la cena de Dillip.

Se dirigió vivazmente hacia la puerta.

— El tiempo, el tiempo, el tiempo — se burló Will —. El tiempo, incluso en este lugar de meditación intemporal. El tiempo para la cena, que interrumpe incorregiblemente la inmortalidad. — Rió. No aceptes nunca un sí por respuesta. La naturaleza de las cosas es siempre un no.

Mrs. Rao se detuvo un instante y lo miró.

— Pero a veces — replicó con una sonrisa — es la eternidad la que milagrosamente interrumpe el tiempo… incluso el tiempo de la cena. Adiós. — Agitó la mano y se fue.

— ¿Qué es mejor — se preguntó Will en voz alta mientras seguía a Vijaya a través del templo en penumbras, hacia la luz del mediodía —, qué es mejor: nacer estúpido en» una sociedad inteligente, o inteligente en una insana?

XII

— Henos aquí — dijo Vijaya cuando llegaron al extremo de la breve calle que llevaba colina abajo desde el mercado. Abrió un portillo e hizo pasar a su invitado a un pequeño jardín en el extremo más lejano del cual, sobre pilotes, se erguía una casita de techo de paja.

De atrás de la choza un perro mestizo amarillo salió corriendo y los saludó con un frenesí de extáticos ladridos y saltos y meneos de cola. Un momento después un gran loro verde, de cara blanca y pico de pulido azabache, descendió de cualquier parte y aterrizó con un chillido y un ruidoso aleteo en el hombro de Vijaya.

— Loros para usted — dijo Will —, mynahs para la pequeña Mary Saroniji. Parecen estar ustedes en muy buenos términos con la fauna local.

Vijaya asintió.

— Pala es probablemente el único país en que un adepto de la teología animal no tendría motivos para creer en los demonios. En cualquier otra parte, para los animales, es muy evidente que Satán es el Homo sapiens.

Subieron los escalones hasta la galería, atravesaron la puerta delantera abierta y se encontraron en la sala principal de la choza. Sentada en una silla baja, cerca de la ventana, una joven de azul amamantaba a su hijito. Levantó un rostro de forma de corazón, que se estrechaba desde una amplia frente hasta una barbilla delicadamente afinada, y les lanzó una sonrisa de bienvenida.

— He traído a Will Farnaby — dijo Vijaya mientras se inclinaba para besarla.

Shanta tendió al desconocido su mano libre.

— Espero que a Mr. Farnaby no le moleste la naturaleza al desnudo — dijo. Como para dar sentido a sus palabras, el chiquillo retiró la boca del moreno pezón y eructó. Una blanca burbuja sedosa apareció entre sus labios, se hinchó y estalló. Volvió a eructar y luego continuó chupando —. Aun a los ocho meses — agregó ella —, los modales de Rama a la mesa siguen siendo un tanto primitivos.

— Magnífico ejemplar — dijo Will con cortesía. No le interesaban mucho los niños pequeños y siempre se había sentido agradecido por los repetidos abortos que frustraron las esperanzas y las ansias que Molly abrigaba de tener un hijo —. ¿A quién se parecerá: a usted o a Vijaya?

Shanta rió, y Vijaya la acompañó en una carcajada una octava más baja.

— Por cierto que no se parecerá a Vijaya — respondió ella.

— ¿Por qué no?

— Por el motivo, más que suficiente — dijo Vijaya —, de que no soy genéticamente responsable.

— En otras palabras, el niño no es hijo de Vijaya.

Will miró a uno y otro rostro rientes, y se encogió de hombros.

— Me rindo.

— Hace cuatro años — explicó Shanta — produjimos un par de mellizos que son la viva imagen de Vijaya. Esta vez pensamos que sería divertido cambiar por completo. Decidimos enriquecer la familia con un físico y temperamento enteramente nuevos. ¿Oyó hablar alguna vez de Gobind Singh?

— Vijaya acaba de mostrarme su cuadro en la sala de meditaciones.

— Bueno, ese es el hombre que elegimos para padre de Rama.

— Pero yo tenía entendido que él había muerto…