Выбрать главу

— Este es otro hombre — susurró Shanta —. Un buen hombre, hijito. Un buen hombre.

— ¡Ojalá fuese cierto! — exclamó Will con una sonrisa triste.

— Aquí y ahora es cierto. — Y volviendo a inclinarse sobre el niño, Shanta repitió —: Un buen, buen hombre.

Él miró su rostro feliz, secretamente sonriente; sintió la suavidad y tibieza del minúsculo cuerpo del niño en las yemas de los dedos. Bueno, bueno, bueno… También él habría podido conocer esa bondad… pero sólo si su vida hubiese sido completamente distinta de lo que era en realidad, de lo que era en verdad insensata y desagradable. De modo que jamás había que aceptar un sí por respuesta, ni siquiera cuando, como en ese momento, el sí es evidente por sí mismo. Volvió a mirar con ojos deliberadamente sintonizados en otra longitud de onda de valores y vio la caricatura de un altar de Memling. «Madonna con Niño, Perro, Pávlov y Conocido Casual.» Y de pronto casi pudo entender, desde adentro, por qué Mr. Bahu odiaba tanto a esa gente. Por qué estaba tan decidido — en nombre (como de costumbre, ni falta hacía decirlo) de Dios — a destruirlos.

— Bueno — murmuraba todavía Shanta a su hijito —, bueno, bueno, bueno.

Demasiado buenos: ese era el delito de ellos. Sencillamente, no se podía permitir. Y sin embargo, ¡cuan precioso era! ¡Y cuan apasionadamente deseaba él poder participar en eso! ¡Sentimentalismo puro! se dijo. Y en voz alta repitió con ironía:

— Bueno, bueno, bueno. ¿Pero qué sucede cuando el niño se hace un poco más grande y descubre que muchas cosas y personas son en todo sentido malas, malas, malas?

— La amistad provoca amistad — respondió ella.

— De los amigos… sí. Pero no de los codiciosos, no de los amantes del poder, no de los frustrados y amargados. Para éstos la amistad no es más que debilidad, una invitación a explotar, amedrentar, a tomarse venganza con impunidad.

— Pero es preciso correr el riesgo, alguien tiene que empezar. Y por fortuna nadie es inmortal. Las personas que han sido condicionadas a la estafa, la bravuconería y la amargura estarán todas muertas dentro de unos años. Muertas y remplazadas por los hombres y mujeres educados de la nueva manera. Entre nosotros ha sucedido así; puede suceder también entre ustedes.

— Puede suceder — admitió él —. Pero en el contexto de las bombas H y el nacionalismo y cincuenta millones de personas más todos los años, es casi seguro que no sucederá.

— No pueden saberlo hasta que no lo intenten.

— Y no lo intentaremos mientras el mundo se encuentre en su estado actual. Y, por supuesto, seguirá en su estado actual hasta que lo intentemos. Hasta que lo intentemos y, lo que es más, hasta que tengamos por lo menos tanto éxito como tuvieron ustedes. Cosa que me lleva otra vez a mi primitiva pregunta. ¿Qué sucede cuando bueno, bueno, bueno descubre que, incluso en Pala, existe mucho malo, malo, malo? ¿No reciben los niños algunos golpes bastante desagradables?

— Tratamos de inocularlos contra esos golpes.

— ¿Cómo? ¿Haciendo que las cosas les resulten desagradables mientras son jóvenes?

— No desagradables. Digamos reales. Les enseñamos amor y confianza, pero los exponemos a la realidad, a la realidad en todos sus aspectos. Y luego les damos responsabilidades. Se les hace entender que Pala no es el Edén. Es un hermoso lugar, por cierto. Pero sólo seguirá siéndolo si todos trabajan y se comportan con decencia. Y entretanto los hechos de la vida son los hechos de la vida. Aun aquí.

— ¿Y qué me dice de hechos de la vida como esas aterradoras serpientes que yo encontré en mitad del precipicio?

Puede decir «bueno, bueno, bueno» todo lo que quiera pero las serpientes muerden.

— Quiere decir que aún pueden morder. ¿Pero usarán en realidad su capacidad?

— ¿Por qué no habrían de hacerlo?

— Mire — replicó Shanta. Él volvió la cabeza y vio que lo que la joven señalaba era un nicho en la pared que tenía a su espalda. Dentro del nicho había un Buda de piedra, de tamaño mitad del normal, sentado sobre un pedestal cilíndrico de curiosas acanaladuras y coronado por una especie de cúpula que detrás de él se convertía en una ancha columna —. Es una pequeña réplica — continuó ella — del Buda que hay en el patio de la estación… ¿sabe? la enorme figura de junto al estanque de los lotos.

— Que es una magnífica escultura — dijo él —. Y la sonrisa le da a uno una idea de lo que debe de ser la Visión Beatífica. ¿Pero qué tiene eso que ver con las serpientes?

— Vuelva a mirar.

Will miró.

— No veo nada especialmente significativo.

— Mire con más atención.

Pasaron varios segundos. Luego, con una conmoción de sorpresa, advirtió algo extraño e inquietante. Lo que había confundido con un pedestal cilíndrico extrañamente ornamentado se reveló de repente como una enorme serpiente enroscada. Y el techo que se iba afilando hacia abajo y que coronaba al Buda sentado era la caperuza hinchada, con la cabeza achatada en el centro de su borde de ataque, de una cobra gigante.

— ¡Cielos! — exclamó —. No me había dado cuenta. ¡Cuan poco observador puede ser uno!

— ¿Es la primera vez que ve a Buda en este contexto?

— La primera. ¿Hay alguna leyenda?

Ella asintió.

— Una de mis leyendas favoritas. ¿Conoce, por supuesto, lo del árbol Bodhi?

— Sí, lo conozco.

— Bueno, ese no fue el único árbol bajo el cual el Gautama se sentó en el período de su esclarecimiento. Después del árbol Bodhi estuvo sentado durante siete días bajo un baniano, llamado el Árbol del Cuidador de Cabras. Y después pasó al Árbol de Muchalinda.

— ¿Quién era Muchalinda?

— El Rey de las Serpientes, y, como era un dios, sabía lo que estaba sucediendo. De modo que cuando Buda se sentó bajo un árbol, el Rey de las Serpientes salió de su agujero, sacó fuera del hoyo metros y metros de su cuerpo, para rendir tributo de la Naturaleza a la Sabiduría. Y entonces llegó una gran tormenta del oeste. La divina cobra enroscó sus divinos anillos en torno del cuerpo del hombre más que divino, extendió su capucha Sobre la cabeza de él, y, durante los siete días que duró la contemplación de Buda, protegió a Tathagata del viento y la lluvia. Y ahí sigue sentado hasta hoy, con la cobra sobre él y la cobra debajo de él, consciente simultáneamente de la cobra y de la Clara Luz, y de la identidad definitiva de ambas.

— ¡Cuan diferente — exclamó Will — de nuestra forma de ver a las serpientes!

— Y se supone que la visión que ustedes tienen de las serpientes es la visión de Dios… Recuerde el Génesis.

— «Crearé la enemistad entre tú y la mujer — citó él —, y entre la simiente de ella y la tuya.»

— Pero la Sabiduría nunca crea enemistad en ninguna parte. ¡Esas insensatas y huecas disputas entre el Hombre y la Naturaleza, entre la Naturaleza y Dios, entre la Carne y el Espíritu! La Sabiduría no hace esas tontas separaciones.

— Tampoco la ciencia.

— La sabiduría da la ciencia por entendida y va un paso más allá.

— ¿Y qué me dice del totemismo? — continuó Will —. ¿Y de los cultos de la fertilidad? Tampoco ellos establecen separaciones. ¿Eran ellos la Sabiduría?

— Por supuesto… Sabiduría primitiva, Sabiduría en el plano neolítico. Pero al cabo de un tiempo la gente comenzó a tener conciencia de sí y los antiguos Dioses Obscuros empezaron a parecer poco prestigiosos. Entonces cambió el escenario. Aparecieron los Dioses de la Luz, los profetas, Pitágoras y Zoroastro, los jainos y los primeros budistas. Entre todos ellos inauguraron la Era de la Riña Cósmica: Ormuz contra Arimán, Jehová contra Satán y los Baal, el Nirvana en oposición al Samsara, la apariencia contra la Realidad Ideal de Platón. Y salvo en el espíritu de unos pocos tankristas y mahayanistas y taoístas y cristianos herejes, la pendencia continuó durante casi dos mil años.