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— Mr. Chandra Menon — explicó Vijaya cuando se hicieron las presentaciones — es nuestro subsecretario de Educación.

— Que nos hace — dijo la directora — una de sus periódicas visitas de inspección.

— Y que aprueba de cabo a rabo todo lo que ha visto — agregó el subsecretario con una cortés inclinación de cabeza en dirección de Mrs. Narayan.

Vijaya se disculpó.

— Tengo que volver a mi trabajo — dijo, y se dirigió hacia la puerta.

— ¿Le interesa especialmente la educación? — inquirió Mr. Menon.

— Soy especialmente ignorante en ella — respondió Will —. No hicieron más que criarme; jamás me educaron. Por eso quiero echar una ojeada a la verdadera educación.

— Bueno, pues ha venido al lugar adecuado — le aseguró el subsecretario —. Nueva Rothamsted es una de nuestras mejores escuelas.

— ¿Qué criterio emplean para decidir cuál es una buena escuela? — interrogó Will.

— El éxito.

— ¿En qué? ¿En la obtención de becas? ¿En la preparación para un puesto? ¿En la obediencia a los imperativos categóricos locales?

— Todo eso, por supuesto — repuso Mr. Menon —. Pero sigue en pie el problema fundamental. ¿Para qué son los muchachos y las jóvenes?

Will se encogió de hombros.

— La respuesta depende de dónde se domicilie uno. Por ejemplo, ¿para qué son los muchachos y las jóvenes en Norteamérica? Respuesta: para el consumo en masa. Y los corolarios del consumo en masa son las comunicaciones en masa, la publicidad en masa, los opiatos en masa en forma de televisión, meprobamato, pensamiento positivo y cigarrillos. Y ahora que Europa ha irrumpido en el campo de la producción en masa, ¿para qué serán todos sus muchachos y todas sus jóvenes? Para el consumo en masa y todo lo demás… lo mismo que los de Norteamérica. En tanto que en Rusia hay una respuesta distinta. Las jóvenes y los muchachos son para el fortalecimiento del Estado nacional. De ahí todos esos ingenieros y profesores de ciencias, para no hablar de las cincuenta divisiones preparadas para el combate en cualquier momento, y equipadas con todo, desde tanques y bombas H hasta cohetes de largo alcance. Y en China es lo mismo, pero muchísimo más. ¿Para qué son allí los muchachos y las chicas? Para carne de cañón, carne de la industria, carne de la agricultura, carne de construcción de caminos. De modo que Oriente es Oriente y Occidente, Occidente… por el momento. Pero puede que los dos se encuentren en una de dos maneras. Puede que Occidente llegue a tenerle tanto miedo a Oriente, que deje de pensar que los jóvenes y las muchachas son para el consumo en masa y decida que son para carne de cañón y para fortalecer al Estado. O a la inversa, el Oriente puede encontrarse bajo tal presión de las masas hambrientas de artefactos que ansían volverse occidentales, que se vea obligado a cambiar de opinión y diga que los muchachos y las chicas son en realidad para el consumo en masa. Pero eso queda para el futuro. Entretanto, las respuestas actuales a su pregunta son mutuamente excluyentes.

— Y. las dos — replicó Mr. Menon — son distintas de la nuestra. ¿Para que son los muchachos y las chicas palaneses? Ni para el consumo en masa, ni para el fortalecimiento del Estado. El Estado tiene que existir, por supuesto. Y tiene que haber suficiente para todos. Eso ni falta hace decirlo. Sólo en esas condiciones pueden los jóvenes y las chicas descubrir para qué son en realidad; sólo en esas condiciones podemos hacer algo al respecto.

— ¿Y para qué son en realidad?

— Para su realización, para convertirse en seres humanos plenos.

Will asintió.

— Notas sobre qué es qué — comentó —. Conviértete en lo que realmente eres.

— Al Viejo Raja le preocupaba en lo fundamental lo que la gente es en realidad en el plano que está más allá de la individualidad. Y es claro que a nosotros eso nos interesa tanto como a él. Pero nuestra primera preocupación es la educación elemental, y la educación elemental tiene que trabajar con individuos en toda su diversidad de formas, talla, temperamento, dones y deficiencias. Los individuos en su unidad trascendente son materia de la educación superior. Comienza en la adolescencia y es impartida al mismo tiempo que la educación elemental avanzada.

— Comienza, entiendo — dijo Will —, con la primera experiencia de la medicina moksha.

— ¿De modo que ya ha oído hablar de ella? — La he visto en acción.

— El doctor Robert — explicó la directora — lo llevó ayer a presenciar una iniciación.

— Que — agregó Will — me impresionó profundamente. Cuando pienso en mi educación religiosa… — Dejó la frase elocuentemente inconclusa.

— Bien, como decía — prosiguió Mr. Menon —, los adolescentes reciben ambos tipos de educación al mismo tiempo. Se los ayuda a experimentar su unidad trascendental con todos los demás seres sensibles, y al mismo tiempo aprenden, en sus clases de psicología y fisiología, que cada uno de nosotros tiene su propia singularidad constitucional, que cada uno es diferente de los demás.

— Cuando yo estaba en la escuela — declaró Will — los pedagogos hacían todo lo posible por borrar esas diferencias, o por lo menos por cubrirlas con el mismo ideal de fines de la era victoriana: el ideal del caballero anglicano erudito pero buen jugador de fútbol. Pero ahora dígame qué hacen ustedes con ese hecho de que todos son distintos de todos.

— Empezamos — dijo Mr. Menon — aquilatando las diferencias. ¿Quién o qué, en términos anatómicos, bioquímicos y psicológicos, es este niño? En la jerarquía orgánica, ¿qué tiene precedencia: su estómago, sus músculos o su sistema nervioso? ¿Cuan cerca se encuentra de los tres extremos polares? ¿Cuan armoniosa o inarmónica es la mezcla de sus elementos componentes, físicos y mentales? ¿Cuan grande es su deseo innato de dominar, o de ser sociable, o de retirarse dentro de su mundo interior? ¿Y cómo realiza sus operaciones de pensamiento, de percepción, de recuerdo? ¿Es un visualizador o un no visualizador? ¿Funciona su mente con imágenes o con palabras, con ambas a las vez o con ninguna? ¿Cuan cerca de la superficie se encuentran su facultad narrativa? ¿Ve el mundo como lo vieron Words-worth y Traherne cuando eran niños? Y en ese caso, ¿qué puede hacerse para impedir que la gloria y la frescura se disipen a la luz del día común? O, en términos más generales, ¿cómo podemos educar a los niños en el plano conceptual sin aniquilar su capacidad de intensa experiencia no verbal? ¿Cómo podemos reconciliar el análisis con la visión?

Y hay decenas de otras preguntas que podrían ser formuladas y contestadas. Por ejemplo, ¿el niño absorbe todas las vitaminas de su alimento, o es víctima de alguna deficiencia crónica que, si no se la reconoce y trata disminuirá su vitalidad, nublará su humor, le hará ver fealdad, sentir aburrimiento y pensar tonterías o malicias? ¿Y el contenido de azúcar de su sangre? ¿Y su respiración? ¿Y su postura, y la forma en que usa su organismo cuando trabaja, juega, estudia? Y además están todas las preguntas que se refieren a los dones especiales. ¿Muestra señales de tener cierto talento para la música, para la matemáticas, para el manejo de las palabras, para observar con exactitud y pensar con lógica y en forma imaginativa sobre lo que ha observado?

Y por último, ¿cuan sugestionable será cuando crezca? Todos los niños son buenos sujetos hipnóticos… Tan buenos, que cuatro de cada cinco de ellos pueden ser llevados a estados de sonambulismo. En los adultos la proporción se invierte. Cuatro de cada cinco no pueden ser llevados a un estado de sonambulismo. De cada cien niños, ¿cuáles son los veinte que crecerán y serán sugestionables hasta el sonambulismo?