— Serpientes y Escaleras Evolutivas: ese es el juego más popular entre los pequeños — dijo Mrs. Narayan —. Otro gran favorito es las Felices Familias Mendelianas.
— Y un poco más tarde — agregó Mr. Menon — les hacemos conocer un juego más bien, complicado en el que intervienen cuatro personas con un mazo de sesenta naipes especialmente diseñados, divididos en tres series. Bridge psicológico, lo llamamos. La mano que uno recibe es cuestión de suerte, pero la forma en que la juegue depende de su habilidad, de su capacidad para mentir y de su colaboración con su socio.
— Psicología, mendelismo, evolución: la educación aquí parece ser demasiado biológica — comentó Will.
— Lo es — admitió Mr. Menon —. No ponemos el acento principal en la física y la química, sino en las ciencias de la vida.
— ¿Por cuestión de principio?
— No del todo. También por conveniencia y necesidad económica. No tenemos el dinero necesario para investigaciones en gran escala en los campos de la física y la química, y además no tenemos ninguna necesidad práctica de ese tipo de investigaciones: no nos hacen falta industrias pesadas que resulten más competitivas, ni armamentos más diabólicos, en el menor deseo de explorar la cara invisible de la luna. Sólo la modesta ambición de vivir como seres plenamente humanos, en armonía con el resto de la vida de esta isla, en esta latitud, en este planeta. Podemos tomar los resultados de las investigaciones de ustedes en física y química, y aplicarlos, si queremos o nos resulta posible, a nuestros propios fines. Entretanto nos dedicamos a la investigación que promete concedernos más utilidad: las ciencias de la vida y de la mente. Si los políticos de los nuevos Estados independientes tuviesen un poco de sensatez — agregó —, harían lo propio. Pero quieren demostrar que son fuertes; necesitan ejércitos, quieren ponerse a la altura de los adictos a la televisión, de los pueblos motorizados de Europa y Norteamérica. Ustedes no pueden elegir — prosiguió —. Están irremediablemente comprometidos a la física y la química aplicadas, con todas sus espantosas consecuencias, militares, políticas y sociales. Pero los países subdesarrollados no están comprometidos. No necesitan seguir el ejemplo de ustedes. Todavía están en libertad de seguir el camino que hemos seguido nosotros: el camino de la biología aplicada, el camino del control de la fertilidad y de la producción limitada y la industrialización selectiva que el control de la fertilidad posibilita, el camino que conduce hacia la dicha de adentro hacia afuera, pasando por la salud, por la conciencia, por el cambio de la actitud hacia el mundo; no hacia el espejismo de felicidad de afuera hacia adentro, pasando por los juguetes, las píldoras y las distracciones permanentes. Todavía pueden elegir nuestro camino, pero no quieren; quieren ser exactamente como ustedes, que Dios los ampare. Y como no pueden hacer lo que han hecho ustedes, por lo menos en el plazo que se han fijado, están condenados de antemano a la frustración y la desilusión, predestinados a la desdicha del derrumbe social y la anarquía, y luego a la desdicha de la esclavización por los tiranos. Es una tragedia en todo sentido predecible, y avanzan hacia ella con los ojos abiertos.
— Y nosotros no podemos ayudarlos — agregó la directora.
— No podemos hacer nada — dijo Mr. Menon —, aparte de continuar haciendo lo que hacemos y esperar, contra toda esperanza, que el ejemplo de una nación que ha encontrado el camino de ser dichosamente humana pueda ser imitado. Hay muy pocas probabilidades de que así suceda, pero podría ser…
— A menos de que primero no surja el Gran Rendang.7
— A menos de que primero no surja el Gran Rendang — admitió Mr. Menon con gravedad —. Entretanto continuamos con nuestro trabajo, que es la educación. ¿Hay algo más que quiera saber, Mr. Farnaby?
— Muchísimo más — repuso Will —. Por ejemplo, ¿cuándo empiezan la enseñanza de las ciencias?
— Al mismo tiempo que empezamos la enseñanza de la multiplicación y la división. Primero, lecciones de ecología. — ¿Ecología? ¿No es eso un poco complicado? — Por eso mismo empezamos por ahí. Nunca le damos a un niño la probabilidad de imaginar que alguna cosa existe aislada. Le aclaramos desde el principio que todo lo viviente es relación. Les mostramos la relación en los bosques, en los campos, en los estanques y arroyos, en la aldea y en el campo que la rodea. Se la inculcamos.
— Y permítame agregar — dijo la directora — que siempre enseñamos Ja ciencia de la relación en conjunción con la ética de la relación. Equilibrio, toma y daca, nada de excesos: tal es la regla de la naturaleza y, traducida de los hechos a la moral, tiene que ser la regla entre la gente. Como dije antes, a los niños les resulta muy fácil entender una idea cuando les es presentada en forma de una parábola sobre animales. Les damos una versión moderna de las fábulas de Esopo. No las antiguas ficciones antropomórficas, sino verdaderas fábulas ecológicas, con moraleja cósmica integral. Y otra maravillosa parábola para los niños es la historia de la erosión. Aquí no tenemos buenos ejemplos de erosión; entonces les mostramos fotografías de lo que sucedió en Rendang, en la India y China, en Grecia y el Levante, en África y Norteamérica; en todos los lugares donde personas ávidas y estúpidas trataron de tomar sin dar, de explotar sin amor o comprensión. Trata bien a la naturaleza, y la naturaleza te tratará bien a ti. En un Tazón de Polvo el «No hagas a tu prójimo lo que no quieras que te hagan» es evidente por sí mismo; al niño le resulta más fácil reconocerlo y entenderlo que en una familia o aldea erosionadas. Las heridas psicológicas no se ven… y de cualquier modo los chicos saben muy poco sobre sus padres. Y, como no disponen de normas de comparación, tienden a dar por sentada incluso la peor situación, como si formase parte de la naturaleza de las cosas. En tanto que la diferencia entre diez hectáreas de prados y diez hectáreas de cañadones y arenales resulta evidente. La arena y los cañadones son parábolas. Frente a ellos, al niño Ices fácil entender la necesidad de la conservación, y luego pasar de la conservación a la moral… le resulta fácil pasar de la regla áurea en relación con las plantas y los animales y la tierra que los mantiene a la regla áurea en relación con los seres humanos. Y he aquí otro punto importante. La moral a la que pasa un niño de los hechos de la ecología y las parábolas de la erosión es una ética uní versal. En la naturaleza no existen Pueblos Elegidos ni Tierras Santas, ni Revelaciones Históricas Únicas. La moral de la conservación no concede a nadie una excusa para sentirse superior ni para reclamar privilegios especiales. «No hagas a tu prójimo lo que no quieras que te hagan» rige para nuestra forma de tratar todo tipo de vida en todas partes del mundo. Se nos permitirá vivir en este planeta sólo mientras tratemos a toda la naturaleza con compasión e inteligencia. La ecología elemental conduce en forma directa al budismo elemental.
— Hace unas semanas — dijo Will luego de un momento de silencio — miraba yo el libro de Thorwald acerca de lo que sucedió en Alemania oriental entre enero y mayo de 1945. ¿Lo ha leído alguno de ustedes?