Hubo un silencio. Luego, alicaído, el niño agachó la cabeza.
— No sé — masculló.
— ¿Lo sabe alguno?
Hubo varias conjeturas. Quizás había entendido que la gente se aburre con los sermones… incluso los del Buda. Quizá le gustaban las flores tanto como al Compasivo. Puede que se tratase de una Flor Blanca, y que eso k hiciera pensar en la Clara Luz. O puede que fuese azul, y ese era el color de Siva.
— Buenas respuestas — dijo el maestro —. En especial la primera. Los sermones son bastante aburridos… en especial para el que los predica. Pero he aquí una pregunta. Si alguna de las respuestas de ustedes hubiese sido lo que entendió Mahakasyapa cuando el Buda levantó la flor, ¿por qué no lo dijo en otras tantas palabras?
— Quizá porque no era un buen orador.
— Era un excelente orador.
— A lo mejor le dolía la garganta.
— Si le hubiese dolido la garganta no hubiese sonreído con tanta dicha.
— Díganoslo usted — pidió una voz chillona desde el fondo del aula.
— Sí, díganoslo usted — repitió una decena de voces.
El maestro sacudió negativamente la cabeza.
— Si Mahakasyapa y el Compasivo no pudieron decirlo con palabras, ¿cómo podría hacerlo yo? Entretanto, echemos otra ojeada a estos diagramas de la pizarra. Palabras públicas, acontecimientos más o menos públicos, y luego personas, centros completamente privados de dolor y placer. ¡Completamente privados? — interrogó —. Pero quizás eso no sea del todo cierto. Quizás, en fin de cuentas, haya cierto tipo de comunicación entre los círculos… no en la forma en que yo me comunico ahora con ustedes, por medio de palabras, sino directamente. Y quizás el Buda se refería a eso cuando terminó su sermón, sin palabras, de la flor. «Poseo el tesoro de las enseñanzas inconfundibles — dijo a sus discípulos —, la maravillosa Mente del Nirvana, la verdadera forma sin forma, que está más allá de todas las palabras, la enseñanza para dar y recibir fuera de todas las doctrinas. Eso es lo que he entregado a Mahakasyapa.» — Volvió a tomar la tiza y trazó una tosca elipse que encerraba dentro de sus límites todos los demás diagramas del encerado: los circulitos que representaban a los seres humanos, el cuadrado que simbolizaba los acontecimientos y el otro cuadrado que representaba las palabras y los símbolos. — Todos separados — dijo —, y, sin embargo, todos uno. Personas, sucesos, palabras: todos ellos son manifestaciones de la Mente, de la Talidad, del Vacío. Lo que Buda quería decir y lo que Mahakasyapa entendió fue que estas enseñanzas no pueden formularse en palabras, que uno sólo puede serlas. Y esto es algo que todos ustedes descubrirán cuando les llegue el momento de la iniciación.
— Hora de seguir adelante — susurró la directora. Y cuando la puerta se cerró tras ellos y se encontraban otra vez en el corredor, dijo a Will —: Este mismo tipo de enfoque lo usamos en nuestra enseñanza de ciencias, comenzando por la botánica.
— ¿Por qué con la botánica?
— Porque es tan fácil vincularla con lo que se decía hace un instante: con la historia de Mahakasyapa.
— ¿Ese es el punto de partida de ustedes?
— No, comenzamos en forma prosaica con el texto. A los niños se les hace conocer los hechos evidentes, elementales, pulcramente ordenados en los casilleros normales. Botánica pura: esa es la primera etapa. Seis o siete semanas. Después de lo cual se dedican toda una mañana a lo que nosotros llamamos construcción de puentes. Dos horas y media durante las cuales tratamos de hacer que vinculen con el arte, el lenguaje, la religión, el conocimiento de sí mismos, todo lo que aprendieron en las lecciones anteriores.
— Botánica y conocimiento de sí mismo… ¿Cómo construyen ese puente?
— En realidad es muy sencillo — le aseguró Mrs. Narayan —. A cada uno de los chicos se les da una flor común, un hibisco, por ejemplo, o mejor aun (porque el hibisco no tiene aroma) una gardenia. Hablando en términos científicos, ¿qué es una gardenia? ¿De qué está compuesta? De pétalos, estambres, pistilo, ovario y todo lo demás. Se les pide que escriban una descripción analítica completa de la flor, ilustrada con un dibujo exacto. Cuando terminan hay un breve período de descanso, al final del cual se les lee la historia de Mahakasyapa y se les pide que piensen en ella. ¿Quiso el Buda dar una lección de botánica? ¿O estaba enseñando otra cosa a sus discípulos? Y en ese caso, ¿qué? — ¿Qué, en efecto?
— Y por supuesto, como lo aclara el relato, no hay respuesta alguna que se pueda formular en palabras. Por lo tanto les decimos a los chicos que dejen de pensar y miren. Pero miren en forma analítica», les decimos. «No como hombres de ciencia, ni siquiera como jardineros. Libérense de todo lo que saben y miren con absoluta inocencia esta cosa infinitamente improbable que tienen ante ustedes. Mírenla como si nunca hubieran visto nada semejante, como si no tuviese nombre ni perteneciese a clase reconocible alguna. Mírenla despiertos, pero pasiva, receptivamente, sin rotular ni juzgar ni comparar. Y mientras la miren inhalen su misterio, inspiren el espíritu del sentido, el aroma de la sabiduría de la otra orilla.»
— Todo esto — comentó Will — se parece mucho a lo que decía el doctor Robert en la ceremonia de iniciación. — Es claro — respondió Mrs. Narayan —. Aprender a adquirir la visión de las cosas que tenía Mahakasyapa es la mejor preparación.para la experiencia de la medicina moksha. Todos los niños que llegan a la iniciación llegan a ella después de una prolongada educación en el arte de ser receptivos. Primero, la gardenia como ejemplar botánico. Luego la misma gardenia en su singularidad, la gardenia como la ve el artista, la gardenia, más milagrosa aun, vista por el Buda y Mahakasyapa. Y no hace falta decir — continuó — que no nos limitamos a las flores. Todos los cursos que siguen los niños son jalonados por sesiones periódicas de construcción de puentes. Todo, desde las ranas disecadas, hasta las nebulosas espirales, es contemplado receptiva y conceptualmente a la vez, como un hecho de experiencia estética o espiritual y en términos de ciencia, historia o economía. La educación para la receptividad es el complemento y el antídoto de la educación para el análisis y la manipulación de símbolos. Ambos tipos de educación son absolutamente indispensables. Si descuida cualquiera de los dos, jamás llegará a convertirse en un ser humano completo.
Hubo un silencio.
— ¿Cómo hay que contemplar a las demás personas? — preguntó Will al cabo —. ¿Con el punto de vista de Freud o el de Cézanne? ¿Con el de Proust o el del Buda?
Mrs. Narayan rió.
— ¿Con cuál me mira a mí? — preguntó a su vez.
— En primer lugar, supongo que con el punto de vista del sociólogo — respondió él —. La miro como a la representante de una cultura que no me es familiar. Pero también tengo conciencia de usted receptivamente. Pienso, si no le molesta que se lo diga, que ha envejecido notablemente bien. Bien en el plano estético, en el intelectual y el psicológico, y bien en el plano espiritual, signifique esa palabra lo que significare… y si me torno receptivo, eso es algo importante. En tanto que si trato de proyectar en lugar de absorber, puedo conceptualizarlo y convertirlo en una pura tontería. — Lanzó una carcajada levemente parecida a la de una hiena.
— Si uno quiere — dijo Mrs. Narayan — siempre puede sustituir las mejores percepciones de la receptividad por una mala idea preparada de antemano. ¿Pero por qué habría uno de hacer esa elección? ¿Por qué no escuchar a ambas partes y armonizar los puntos de vista de las dos? El fabricante de conceptos, analizador y apegado a la tradición, y el receptor de percepciones, despiertamente pasivo: ninguno de los dos es infalible, pero los dos juntos pueden realizar un trabajo razonablemente bueno.