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— ¡Pisotéenlo! — La música había llegado otra vez al estribillo coral. — ¡Pisotéenlo!

— Vuelvan a pisotear — gritó la pequeña anciana, dando un furioso ejemplo —. ¡Con más fuerza, más!

— ¿Qué ayudó más — especuló Will — a la moralidad y la conducta racional? ¿Las orgías báquicas o La república? ¿La Etica de Nicómaco o las danzas coribánticas?

— Los griegos — dijo Mrs. Narayan — eran demasiado propensos a pensar en términos de o… o. Para ellos siempre se trataba de no sólo… sino. No sólo Platón y Aristóteles, sino también las ménades. Sin esas danzas reductoras de la tensión, la filosofía moral habría sido impotente, y sin la filosofía moral los danzarines no habrían sabido qué haces después. Lo único que hemos hecho es copiar una hoja del libro griego.

— ¡Muy bien! — exclamó Will, aprobando. Luego recordó (como recordaba siempre, tarde o temprano, por agudo que fuese su placer y por auténtico que fuese su entusiasmo) que era el hombre que no aceptaba un sí por respuesta, y repentinamente rompió a reír —. Aunque a la larga no tiene mayor importancia — dijo —. El coribantismo no pudo impedir que los griegos se cortasen unos a otros el cuello. Y cuando el coronel Dipa decida actuar, ¿qué harán en defensa de ustedes las danzas de Rakshasi? Los ayudarán a reconciliarse con su suerte, quizá… y eso es todo.

— Sí, eso es todo — dijo Mrs. Narayan —. Pero reconciliarse con la propia suerte… esa es una gran hazaña.

— En apariencia lo toman todo con calma.

— ¿De qué serviría tomarlo con histeria? No mejoraría en modo alguno nuestra situación política; no haría más que empeorar un poco nuestra situación personal.

— Y pisotéenlo — volvieron a gritar los chicos al unísono, y las tablas del piso temblaron bajo sus pies —. Pisotéenlo.

— No crea — prosiguió Mrs. Narayan — que este es el único tipo de danza que enseñamos. La reorientación de la energía engendrada por los malos sentimientos es importante. Pero igualmente importante es dirigir los buenos sentimientos y los conocimientos correctos al plano de la expresión. Movimientos expresivos, en este caso; gestos expresivos. Si hubiese venido ayer, cuando estaba aquí nuestro profesor visitante, le habría mostrado cómo enseñamos ese tipo de danza. Pero hoy, por desgracia, no es posible. No volverá hasta el próximo martes.

— ¿Qué tipo de danza enseña él?

Mrs. Narayan trató de describirla. Nada de saltos y cabriolas, nada de carreras. Los pies siempre plantados con firmeza en el suelo Inclinaciones y movimientos laterales de las rodillas y las caderas. Toda la expresión concentrada en los brazos, muñecas y manos, en el cuello y la cabeza, en la cara y, por sobre todo, en los ojos. Movimiento de los hombros hacia arriba y hacia afuera; movimiento intrínsecamente bello y al mismo tiempo cargado de significación simbólica. El pensamiento que adquiere forma en el ritual y en el gesto estilizado. Todo el cuerpo trasformado en un jeroglífico, en una sucesión de jeroglíficos, de actitudes que se van modulando de significación en significación, como un poema o una pieza musical. Movimientos de los músculos que representan movimientos de la Conciencia, el paso de la Talidad a la pluralidad, de la pluralidad al Uno inmanente y omnipresente.

— Es meditación en acción — concluyó —. Es la metafísica del mahayana expresada, no en palabras, sino por medio de movimientos y gestos simbólicos.

Salieron del gimnasio por una puerta distinta de aquella por la cual habían entrado y doblaron a la.izquierda en un breve corredor.

— ¿Qué viene ahora? — preguntó Will.

— Él cuarto inferior — respondió Mrs. Narayan —, que está trabajando en psicología práctica elemental.

Abrió una puerta verde.

— Bueno, ahora ya lo saben — oyó Will que decía voz familiar —. Nadie tiene que sentir dolor. Ustedes dijeron que la aguja no dolería… y no dolió.

Entraron en la habitación y allí, muy alta en medio de una veintena de cuerpecitos morenos regordetes o flacos, estaba Susila MacPhail. Les sonrió, señaló un par de sillas que se encontraban en un rincón del aula y se volvió de nuevo a los niños:

— Nadie tiene que sentir el dolor — repitió —. Pero no lo olviden nunca: el dolor siempre significa que algo anda mal. Han aprendido a eliminar el dolor, pero no lo hagan irreflexivamente, no lo hagan sin formularse la pregunta: ¿cuál es el motivo de este dolor? Y si es malo, o si no hay motivo para él, háblenle a su madre al respecto, o a cualquier persona mayor del Club de Adopción Mutua. Y sólo entonces eliminen el dolor. Elimínenlo sabiendo que si es necesario hacer algo, se hará. ¿Entienden? Y ahora — continuó después de que todas las preguntas fueron formuladas y contestadas —, juguemos a algunos juegos. Cierren los ojos y finjan que están viendo ese pobre y viejo mynah que tiene una sola pata y que viene todos los días a la escuela para que lo alimenten. ¿Pueden verlo?

Por supuesto, podían verlo. Resulta evidente que el mynah que tenía una sola pata era un viejo amigo.

— Véanlo con tanta claridad como lo vieron hoy, a la hora del almuerzo. Y no lo miren con fijeza, no hagan esfuerzo alguno. Miren sólo lo que les llegue, y dejen que los ojos se muevan… del pico a la cola, de sus ojitos brillantes a su única pata anaranjada.

— Yo puedo oírlo además — informó una chiquilla —. ¡Dice Karuna, Karuna!

— No es cierto — dijo otro niño, indignado —. Dice «¡Atención!»

— Dice las dos cosas — les aseguró Susila —. Y quizá muchas otras palabras más. Pero ahora vamos a fingir de veras. Finjan que hay dos mynah» con una sola pata. Tres. Cuatro. ¿Pueden ver a los cuatro?

Podían.

Cuatro mynah de una sola pata en las cuatro esquinas de un cuadrado, y un quinto en el centro. Y ahora hagamos que cambien de color. Ahora son blancos. Cinco mynah blancos, de cabeza amarilla y una pata anaranjada. Y ahora la cabeza es azul. De un azul vivo…. y el resto del pájaro es rosado. Y siguen cambiando. Ahora son de color púrpura. Cinco aves de color púrpura y cabeza blanca, y cada uno de ellos tiene una pata verde pálido. ¡Cielos! ¿qué sucede? Ya no son cinco; son diez. No, veinte, cincuenta, cien. Cientos y cientos. ¿Pueden verlos? — Algunos podían… sin la menor dificultad; y a los que no podían seguir todos los cambios Susila les propuso metas más modestas.

— Digamos que son doce — dijo —. O si doce es mucho, pongamos diez, ocho. Aun así, es una enorme cantidad de mynah. Y ahora — continuó, cuando todos los niños percibieron todos los pájaros color púrpura que cada uno era capaz de crear —, ahora desaparecen. — Golpeó las manos. — ¡Se han ido! Hasta el último. No queda nada. Y ahora no van a ver mynah; me van a ver a mi. Una, de amarillo. Dos, de verde. Tres, de azul, con lunares rosados. Cuatro del rojo más vivo que jamás hayan visto. — Volvió a golpear las manos. — Han desaparecido todas. Y ahora están Mrs. Narayan y ese hombre de aspecto extraño, con una pierna rígida, que ha venido con ella. Cuatro de cada uno de ellos. De pie, formando un gran círculo, en el gimnasio. Y ahora bailan la Danza de Rakshasi. «Pisotéenlo, pisotéenlo.»

Hubo una risita general. Los Will y las directoras bailarines deben de haberles parecido enormemente cómicos.

Susila hizo chasquear los dedos.

— ¡Que desaparezcan! ¡Se han ido! Y cada uno de ustedes ve tres de sus respectivas madres y tres de sus padres corriendo por el campo de juegos. ¡Cada vez más rápido, más y más rápido! Y de pronto ya no están. Y luego están. Pero al instante siguiente han desaparecido. Están, no están. Están, no están.

Las risitas se convirtieron en carcajadas, y en la culminación de la risa sonó un timbre. Había terminado la lección de psicología práctica elemental.