— ¿Cuál es el sentido de todo eso? — preguntó Will cuando los niños salieron a jugar y Mrs. Narayan regresó a su despacho.
— El sentido — respondió Susila — consiste en hacer que la gente entienda que no estamos completamente a merced de nuestros recuerdos y nuestras fantasías. Si nos inquieta lo que sucede dentro de nuestra cabeza, podemos remediarlo. Se trata nada más de que le muestren a uno qué debe hacer y luego practicarlo… tal como se aprende a leer o a tocar la flauta. Lo que se les enseñaba a esos niños que usted vio es una técnica muy simple: una técnica que más tarde convertiremos en un método de liberación. No de liberación total, por supuesto. Pero media hogaza es mucho mejor que nada de pan. Esta técnica no lo llevará a uno al descubrimiento de su naturaleza de Buda, pero puede ayudarlo a prepararse para ese descubrimiento… ayudarlo porque lo libera de las obsesiones de sus recuerdos dolorosos, de sus remordimientos, de sus injustificadas ansiedades en cuanto al futuro.
— «Obsesiones» — convino Will — es la palabra.
— Pero no es obligatorio estar obsesionado. Algunos de los fantasmas pueden ser eliminados con suma facilidad. Cada vez que aparezca uno, déle el tratamiento de la imaginación. Trátelo como tratamos hace un rato a los mynah, como los tratamos a usted y a Mrs. Narayan. Cámbieles la ropa, póngales otra nariz, multiplíquelos, dígales que se vayan, llámelos de vuelta y hágalos hacer algo ridículo. Luego suprímalos. ¡Piense en lo que habría podido hacer en relación con su padre, si alguien le hubiese enseñado algunas de estas sencillas tretas cuando era pequeño! Usted lo consideraba un ogro aterrador. Pero eso no era necesario. En su imaginación habría podido transformar al ogro en algo grotesco. En todo un coro de cosas grotescas. Veinte sujetos grotescos zapateando y cantando «Soñé que moraba en palacios de mármol». Un breve curso de psicología práctica elemental, y toda su vida habría podido ser distinta.
¿Cómo habría encarado la muerte de Molly? se preguntó Will mientras caminaban hacia el jeep estacionado. ¿Qué ritos de exorcismo imaginativo habría podido practicar sobre ese blanco súcubo, perfumado con almizcle, que era la encarnación de sus frenéticos y aborrecidos deseos?
Pero ahí estaba el jeep. Will entregó a Susila las llaves y se ubicó laboriosamente en el asiento. Estrepitoso, como si se encontrase bajo la compulsión neurótica de compensar en exceso su diminuta estatura, un auto pequeño y antiquísimo se aproximó desde la aldea, entró en el camino de coches y, aún estremeciéndose, se detuvo junto al jeep.
Se volvieron. Allí, asomándose por la ventanilla del Austin Baby real, estaba Murugan, y a su lado, envuelta en muselina blanca, espumosa como una nube cúmulo, se sentaba la rani. Will hizo una inclinación de cabeza en su dirección y obtuvo la más graciosa de las sonrisas, que desapareció en cuanto la mujer se volvió hacia Susila, cuyo saludo fue contestado con el más distante de los movimientos de cabeza.
— ¿Va de paseo? — preguntó Will con cortesía.
— Sólo hasta Shivapuram — respondió la rani.
— Si este maldito cajón resiste hasta allá — agregó Murugan con amargura. Hizo girar la llave de encendido. El motor lanzó su último eructo obsceno y se apagó.
— Tenemos que ver a algunas personas — continuó la rani —. O más bien a Una Persona — agregó, en un tono cargado de significación conspirativa. Sonrió a Will y estuvo a punto de lanzarle un guiño.
Fingiendo no entender que hablaba de Bahu, Will murmuró un poco comprometedor «Es claro» y se condolió con ella por todo el trabajo y las preocupaciones que sin duda exigiría la próxima fiesta de entrada en la mayoría de edad, que se celebraría la semana siguiente.
Murugan lo interrumpió.
— ¿Qué estaba haciendo aquí? — interrogó.
— Me he pasado la tarde mostrando un inteligente interés por la educación palanesa.
— La educación palanesa — repitió la rani. Y una vez más, con acento apenado —. Educación (pausa) palanesa. — Meneó la cabeza.
— Personalmente — dijo Will —, me gustó todo lo que vi y oí al respecto…. desde Mr. Menon y la directora hasta la psicología práctica elemental, tal como la enseña — agregó, tratando de incorporar a Susila a la conversación — Mrs. MacPhail.
La rani siguió haciendo caso omiso de Susila y señaló con un grueso dedo acusador los espantapájaros del campo de abajo.
— ¿Ha visto eso, Mr Farnaby?
Por cierto que lo había visto.
— ¿Y dónde, si no en Pala — preguntó —, puede uno encontrar espantapájaros que sean a la vez bellos, eficientes y metafísicamente significativos?
— Y que — dijo la rani en una voz vibrante con una especie de sepulcral indignación — no sólo ahuyentan a los pájaros del arroz, sino que además alejan a los niños de la idea de Dios y Sus Avatares. — Levantó la mano. — ¡Escuche!
Tom Krishna y Mary Sarojini estaban ahora acompañados por cinco o seis compañeritos y jugaban a tirar de las cuerdas que hacían funcionar a las marionetas sobrenaturales. Del grupo llegaba un sonido de vocecitas chillonas que parloteaban al unísono. A la segunda repetición, Will distinguió las palabras de la cancioncilla.
Tironea una y otra vez, con energía y vigor; los dioses bailan, pero los cielos permanecen inmóviles.
— ¡Bravo! — exclamó él, y rió.
— Me temo que yo no puedo sentirme divertida — dijo la rani con severidad —. No es gracioso. Es Trágico, Trágico.
Will se mantuvo en sus trece.
— Entiendo — dijo — que estos encantadores espantapájaros fueron una invención del bisabuelo de Murugan.
— El bisabuelo de Murugan — replicó la rani — era un hombre muy notable. Notablemente inteligente, pero no menos notablemente perverso. Grandes dones… ¡mas, ay, usados con cuánta malevolencia! Y lo que es peor, estaba lleno de Falsa Espiritualidad.
— ¿Falsa Espiritualidad? — Will contempló al enorme dechado de Verdadera Espiritualidad y, a través del hedor de calientes subproductos del petróleo inhaló el perfume de sándalo, parecido al incienso, ultraterrenal. — ¿Falsa Espiritualidad? — Y de pronto se sorprendió preguntándose (preguntándose y luego, con un estremecimiento, imaginando) qué parecería la rani si fuese despojada de repente de su uniforme de mística y revelada, exuberante y esteatopigiamente desnuda, a la luz. Y la multiplicó en una trinidad de obesidades desnudas, en dos trinidades, en veinte. Psicología práctica aplicada… ¡al máximo!
— Sí, Falsa Espiritualidad — repetía la rani —. Hablaba de Liberación, pero siempre, a causa de su obstinada negativa a seguir el Verdadero Sendero, trabajaba por una mayor Esclavitud Hacía el papel de la humildad. Pero en el fondo de su corazón estaba lleno de orgullo, Mr. Farnaby, y se negaba a reconocer una Autoridad Espiritual Superior a la de él. Los Maestros, el Avatar, la Gran Tradición… todo eso no significaba nada para él. Nada en absoluto. De ahí esos tremendos espantapájaros. De ahí esa canción blasfema que se les ha enseñado a cantar a los niños. Cuando pienso en esos Pobres y Pequeños Inocentes deliberadamente pervertidos, me resulta difícil contenerme, Mr. Farnaby, me resulta…
— Escucha, madre — dijo Murugan, que había estado mirando con impaciencia y en forma cada vez más franca su reloj pulsera —, si queremos estar de vuelta para la hora de la cena, será mejor que nos pongamos en marcha. — Su tono era rudamente autoritario. Como estaba ante el volante de un coche — aunque fuese ese senil Austin Baby —, era evidente que se sentía enormemente importante. Sin esperar la respuesta de la rani, puso en marcha el motor, hizo el cambio y se alejó, agitando la mano en señal de saludo.
— Que les vaya bien — dijo Susila.