Las esencias de Babs y de Tigre, y cuando el cáncer cavó un hoyo en el hígado y su cuerpo extenuado quedó impregnado de ese extraño olor aromático de sangre contaminada, la esencia de la tía Mary moribunda. Y en el medio de esas esencias, enfermiza o embriagada percibidora de ella, estaba una conciencia aislada, la de un niño, la de un hombre, aislada para siempre, irremediablemente sola.
— Y por sobre todo — continuó —, esa mujer sólo tenía cuarenta y dos años. No quería morir. Se negaba a aceptar lo que se le hacía. El Horror Esencial tuvo que arrastrarla de viva fuerza. Yo estaba presente; lo vi.
— ¿Y por eso es el único hombre que no quiere aceptar un sí por respuesta?
— ¿Cómo es posible tomar el sí por respuesta? — preguntó él a su vez —. El sí es no más que una ficción, un pensamiento positivo. Los hechos, los hechos fundamentales y definitivos, son siempre no. ¿El espíritu? ¡No! ¿El amor? ¡No! ¿La sensatez, la significación, el logro? ¡No! Tigre, exuberantemente vivo y gozoso y henchido de Dios. Y luego Tigre trasformado por el Horror Esencial en un paquete de basura, y hubo que pagar al veterinario para que se lo llevase. Y después de Tigre, la tía Mary. Mutilada y torturada, arrastrada por el fango, degradada y, por último, como Tigre, trasformada en un paquete de basura…. sólo que esta vez se lo llevó el hombre de la funeraria, y se contrató a un sacerdote para que fingiese que todo aquello estaba perfectamente bien, en algún sentido sublime y pickwickiano. Veinte años más tarde se pagó a otro sacerdote para repetir el mismo extraño galimatías sobre el ataúd de Molly. «Si como los hombres he luchado contra los animales en Éfeso, ¿en qué me beneficia que los muertos no se levanten de sus tumbas? Comamos y bebamos, pues mañana estaremos muertos.»
Will lanzó otra de sus carcajadas de hiena.
— ¡Qué impecable lógica, qué sensibilidad, qué refinamiento ético!
— Pero usted, el hombre que no acepta un sí como respuesta. ¿Por qué, entonces, habría de presentar objeciones?
— No debería hacerlo — convino él —. Pero uno sigues siendo un esteta, le gusta que le digan no con buen estilo. «Comamos y bebamos, pues mañana estaremos muertos.»
— Y Will frunció el rostro en una expresión de disgusto.
— Y sin embargo — dijo Susila —, en cierto sentido el consejo es excelente. Comer, beber, morir: tres manifestaciones primarias de la vida universal e impersonal. Los animales viven esa vida impersonal y universal sin conocer su naturaleza. La gente común conoce su naturaleza pero no la vive, y si alguna vez piensa con seriedad en ella, se niega a aceptarla. Una persona esclarecida la conoce, la vive y la acepta por completo. Come, bebe y a su debido tiempo muere… pero come con una diferencia, bebe con una diferencia, muere con una diferencia.
— ¿Y se levanta de entre los muertos? — interrogó él, sarcástico.
— Ese es uno de los problemas que el Buda siempre se negó a analizar. La creencia en la vida eterna jamás ayudó a nadie a vivir en la eternidad. Por supuesto, tampoco lo ayudó la incredulidad. De modo que termine con todos sus pro y contras (ese es el consejo del Buda), y siga con su tarea.
— ¿Qué tarea?
— La de todos: la del esclarecimiento. Lo que significa, aquí y ahora, la labor preliminar de practicar todos los yogas de creciente conciencia.
— Pero yo no quiero tener más conciencia — replicó Will —. Quiero tener menos conciencia. Menos conciencia de horrores como la muerte de la tía Mary y de los barrios bajos de Rendang-Lobo. Menos conciencia de visiones asquerosas y olores repugnantes… incluso de aromas deliciosos — agregó cuando percibió, a través de las esencias recordadas del perro y del cáncer de hígado, una bocanada de la alcoba rosada, una fragancia como de algalia —. Menos conciencia de mis suculentos ingresos y de la pobreza subhumana de otras personas. Menos conciencia de mi excelente salud en un océano de malaria y anquilostomiasis, de mi diversión sexual esterilizada y segura en un océano de niños que mueren de hambre. Perdónalos, porque no saben lo que hacen.» ¡Qué saludable estado de cosas! Pero por desgracia yo sé lo que estoy haciendo. Demasiado bien. Y usted me pide que tenga más conciencia de la que ya tengo.
— No le pido nada — respondió ella —. No hago más que trasmitirle el consejo de una sucesión de personas muy sabias, empezando por Gautama y terminando con el Viejo Raja. Comience por tener plena conciencia de lo que cree ser. Lo ayudará a tener conciencia de lo que es en realidad.
Will se encogió de hombros.
— Uno piensa que es algo único y maravilloso ubicado en el centro del universo. Pero en realidad no es más que un breve retraso en la marcha hacia adelante de la entropía.
— Y esa, precisamente, es la primera mitad del mensaje del Buda. Transitoriedad, ningún alma permanente, pena inevitable. Pero no se detuvo ahí, el mensaje tenía una segunda mitad. Esa reducción temporaria del avance de la entropía es también Talidad pura y sin máculas. Esa ausencia de alma permanente es también la naturaleza de Buda.
— Ausencia de alma: eso es fácil de encarar. ¿Pero qué me dice de la presencia del cáncer, de la presencia de la lenta degradación? ¿Y qué puede decirme del hambre, de la excesiva procreación y del coronel Dipa? ¿También ellas son Talidad pura?
— Es claro. Pero ni necesito decir que a las personas que están muy hundidas en cualquiera de esos males les resulta desesperadamente difícil descubrir su naturaleza de Buda. La salud pública y las reformas sociales son las precondiciones indispensables para cualquier tipo de esclarecimiento general.
— Pero a pesar de la salubridad pública y de las reformas sociales, las personas siguen muriendo. Aun en Pala — agregó, irónico.
— Por todo lo cual el corolario de la salubridad tiene que ser el dhyana: todos los yoga de la vida y la muerte, para que uno pueda tener conciencia, incluso en la agonía final, de quién es uno en realidad, en la práctica y a pesar de todo.
En la galería hubo un ruido de pasos y una voz infantil llamó:
— ¡Mamá!
— Aquí estoy, querida — respondió Susila.
La puerta delantera fue abierta de par en par y Mary Sarojini entró precipitadamente en la habitación.
— Mamá — dijo sin aliento —, quieren que vayas en seguida. Es la abuela Lakshmi. Está… — Al ver por primera vez al hombre tendido en la hamaca, se sobresaltó y se interrumpió. — ¡Oh, no sabía que usted estaba aquí!
Will la saludó agitando la mano sin hablar. Ella le lanzó una sonrisa superficial, y luego se volvió a su madre.
— La abuela Lakshmi empeoró de pronto — dijo —, y el abuelo Robert está todavía en la Estación de Altura, y no pueden comunicarse con él por teléfono.
— ¿Viniste corriendo?
— Sí, salvo en los tramos demasiado empinados.
Susila abrazó a la niña y la besó. Luego, vivaz y práctica, se puso de pie.
— Es la madre de Dugald — dijo.
— ¿Está…? — Will miró a Mary Sarojini, y luego a Susila. ¿Era un tabú la muerte? ¿Se la podía mencionar delante de los niños?
— ¿Si está muriéndose?