— Lakshmi. — Susila posó una mano sobre el brazo enflaquecido de la anciana. — Lakshmi — dijo otra vez, en voz más alta. El rostro envuelto en la calma de la muerte se mantuvo impasible —. No debes dormirte.
¿No dormirse? Pero para la tía Mary el sueño — el sueño artificial que seguía a las inyecciones — había sido la única tregua de las autolaceraciones de la piedad que sentía por sí misma y de las cavilaciones del miedo.
— ¡Lakshmi!
El rostro cobró vida.
— En realidad no dormía — suspiró la anciana —. Es que estoy tan débil… Parece como si me alejara flotando.
— Pero tienes que estar aquí — replicó Susila —. Tienes que saber que estás aquí. Todo el tiempo. — Deslizó otra almohada bajo los hombros de la enferma y tomó una botella de sales que se encontraba sobre la mesita de luz. Lakshmi las olió, abrió los ojos y miró a Susila. — Había olvidado cuan hermosa eres — dijo —. Pero Dugald siempre tuvo buen gusto. — La sombra de una sonrisa traviesa apareció por un instante en el rostro descarnado. — ¿Qué piensas, Susila? — agregó luego de un momento y en otro tono —. ¿Volveremos a verlo? Quiero decir, ¿allá?
En silencio, Susila acarició la mano de la anciana. Luego, de pronto, sonriente, dijo:
— ¿Cómo habría formulado esa pregunta el Viejo Raja? ¿Te parece que «nosotros» (comillas, cierra) lo veremos a «él» (comillas, cierra) «allá» (comillas, cierra)? — ¿Pero qué opinas tú?
— Creo que todos hemos salido de la misma luz y que todos volveremos a la misma luz.
Palabras, pensaba Will, palabras, palabras, palabras. Con un esfuerzo, Lakshmi levantó una mano y señaló acusadoramente la lámpara de la mesa de luz. — Me hace daño a los ojos — susurró. Susila se quitó el pañuelo de seda roja que tenía anudado al cuello y envolvió con él la pantalla de pergamino de la lámpara. De blanca e implacablemente reveladora que era, la luz se tornó tan suave y cálidamente rosada — se sorprendió Will pensando — como la que caía sobre la cama arrugada de Babs cuando Porter's Gin se proclamaba en tono carmesí.
— Así está mucho mejor — dijo Lakshmi. Cerró los ojos. Luego, después de un prolongado silencio, estalló —: La luz. Está aquí otra vez. — Y en seguida, después de otra pausa, musitó —: ¡Ah, cuan maravilloso, cuan maravilloso! — De repente hizo una mueca y se mordió el labio.
Susila tomó la mano de la anciana entre las propias.
— ¿Es muy intenso el dolor? — preguntó.
— Lo sería — explicó Lakshmi — si fuese en realidad mi dolor. Pero, quién sabe por qué, no es mío. El dolor existe, pero yo estoy en otra parte. Es como lo que se descubre con la medicina moksha. En realidad nada le pertenece a una. Ni siquiera su dolor.
— ¿Todavía está la luz?
Lakshmi meneó la cabeza.
— Y si recuerdo, puedo decirte con exactitud cuándo se apagó. Se apagó cuando empecé a decir que el dolor no era en realidad mío.
— Y sin embargo decías que era buena.
— Lo sé…. pero lo decía. — El fantasma de una vieja costumbre de irreverente picardía volvió a cruzar por el rostro de Lakshmi.
— ¿En qué piensas? — interrogó Susila.
— En Sócrates.
— ¿En Sócrates?
— Hablaba, hablaba y hablaba… incluso cuando había tomado la cicuta. No dejes que yo hable, Susila. Ayúdame a salir de mi propia luz.
— ¿Recuerdas aquella vez, el año pasado — comenzó Susila luego de un silencio —, en que fuimos todos al templo de Siva, más arriba de la Estación de Altura? Tú, Robert, Dugald, yo y los dos chicos… ¿Te acuerdas?
Lakshmi sonrió de placer ante el recuerdo.
— Pienso especialmente en la visión desde el lado occidental del templo: la visión del mar. Azul, verde, púrpura… y las sombras de las nubes eran como tinta. Y las nubes mismas… nieve, carbón, plomo, raso. Y mientras mirábamos tú hiciste una pregunta. ¿Te acuerdas, Lakshmi?
— ¿Quieres decir sobre la Clara Luz?
— Sobre la Clara Luz — confirmó Susila —. ¿Por qué la gente habla de la Mente en términos de Luz? ¿Porque ha visto el sol y lo encuentra tan hermoso que parece natural identificar la naturaleza de Buda con la más clara posible de todas las Claras Luces? ¿O el sol les parece hermoso porque, consciente o inconscientemente, han tenido revelaciones del Espíritu, en forma de Luz, desde que nacieron? Yo fui la primera en contestar — dijo Susila, sonriendo para sus adentros —. Y como acababa de leer algo de un behaviorista norteamericano, no me detuve a pensar… Te di el (abre comillas, cierra) «punto de vista científico». La gente hace de la Mente (sea eso lo que fuere) el equivalente de las alucinaciones luminosas porque ha contemplado una cantidad de ocasos y le han parecido impresionantes. Pero Robert y Dugald no quisieron saber nada de eso. La Clara Luz, insistieron, viene primero. Uno se enloquece con las puestas de sol porque le recuerdan lo que siempre ha venido sucediendo, lo supiera uno o no, dentro de su cráneo y fuera del espacio y el tiempo. Tú estuviste de acuerdo con ellos, Lakshmi, ¿recuerdas? Dijiste: «Me gustaría estar de tu parte, Susila, aunque sólo fuese porque no es bueno que estos hombres nuestros tengan razón siempre. Pero en este caso, y sin duda resulta bastante evidente, en este caso tienen razón.» Y es claro que tenían razón, y es claro que yo estaba irremediablemente equivocada. Y, ni falta hace decirlo, tú sabías la respuesta correcta antes de formular la pregunta.
— Nunca supe nada — musitó Lakshmi —. Sólo podía ver.
— Recuerdo que me dijiste que habías visto la Clara Luz — dijo Susila —. ¿Te agradaría que te lo recordara?
La enferma asintió.
— Cuando tenías ocho años — continuó Susila —. Esa fue la primera vez. Una mariposa anaranjada sobre una hoja, abriendo y cerrando las alas al sol… y de pronto surgió, la Clara Luz de la Talidad pura llameando a través de ella, como otro sol.
— Mucho más luminosa que el sol — cuchicheó Lakshmi.
— Pero más suave. Se puede contemplar la Clara Luz sin quedar enceguecido. Y ahora recuérdalo. Una mariposa sobre una hoja verde, abriendo y cerrando las alas… y es la naturaleza de Buda totalmente presente, es la Clara Luz superando en brillo al sol. Y sólo tenías ocho años.
— ¿Qué había hecho para merecerlo?
Will se sorprendió recordando la noche, una semana, más o menos, antes de su muerte, en que la tía Mary habló sobre los momentos maravillosos que habían vivido juntos en su casita de Regency, cerca de Arundel, donde él pasaba la mayor parte de sus vacaciones. Expulsar a las avispas de los avisperos con fuego y azufre, meriendas campestres en los prados o bajo las hayas. Y luego las salchichas en Bognor, la gitana adivinadora de la suerte que le había profetizado que terminaría como Ministro de Hacienda, el alguacil de vara, de, negras vestimentas y nariz roja, que los expulsó de la catedral de Chichester porque se reían demasiado.
— Nos reíamos demasiado — había repetido la tía Mary con amargura —. Nos reíamos demasiado…
— Y ahora. — decía Susila — piensa en esa visión desde el templo de Siva. Piensa en las luces y las sombras sobre el mar, en los espacios azules entre las nubes. Piensa en todo eso, y luego abandona tu pensamiento. Abandónalo, de modo que el no Pensamiento pueda atravesarlo. Las Cosas al Vacío, el Vacío a la Talidad. La Talidad otra vez a las cosas, a tu propia mente. Recuerda lo que dice el Sutra. «Tu conciencia resplandeciente, vacía, inseparable del Cuerpo de Radiación, no está sometida al nacimiento ni a la muerte, sino que es la misma que la Luz inmutable, Buddha Amitabha.»