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Rodeé la estrella varias veces. Luego me encaminé hacia un lugar del que había oído hablar, pero al que no había ido nunca, que estaba escondido en una callejuela de mala reputación detrás de la Iglesia Nueva. Diez años antes no me habría atrevido por nada del mundo a ir allí.

El negocio de aquel hombre era guardar secretos. Sabía que no me iba a hacer preguntas, ni decirle a nadie que había ido a verlo. Tantos objetos pasaban por su mano que había perdido la curiosidad por la historia que habría detrás de cada uno. Alzó los pendientes para ponerlos a la luz, los mordió y los sacó fuera para examinarlos.

– Veinte florines -dijo.

Yo asentí, tomé las monedas que me alargaba y salí sin mirar atrás.

Había cinco florines de más que no podría justificar. Separé cinco monedas de las otras y me las guardé en el puño. Las escondería en algún lugar que no pudieran encontrar Pieter o mis hijos, algún lugar que sólo yo supiera. No los gastaría nunca.

A Pieter le pondría contento el resto; una antigua deuda por fin saldada. Yo no le habría costado nada. Una criada que se había ganado su libertad.

Agradecimientos

Una de las fuentes más amenas e informativas sobre el siglo XVII en Holanda es The Embarrassment of Riches: An Interpretatión of Dutch Culture in the Golden Age, de Simon Schama (1987). Lo poco que se sabe sobre la vida y la familia de Vermeer ha sido ampliamente documentado por John Mondas en Vermeer and His Milieu (1989). El catálogo de la exposición de 1996 contiene unas bellas reproducciones y unos análisis claros y detallados de las obras.

Quiero agradecer a Philip Steadman, a Nicola Costaras, a Humphrey Ocean y a Joanna Woodall que charlaran conmigo sobre diferentes aspectos de la obra de Vermeer. Mick Bartram, Ora Dresner, Nina Killham, Dale Reynolds y Robert y Angela Royston leyeron el manuscrito y me dieron excelentes consejos, además de todo su apoyo. Gracias, finalmente, a mi agente, Jonny Geller, y a mi editora, Susan Watt, por cumplir tan bien su cometido.