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Brutus se materializó un poco más adelante con las patas en un estado lamentable.

Tomaron una curva donde crecía un manzano silvestre; allí, al otro lado del prado, se levantaba el palomar. Construido de piedras grises planas y medio cubierto de vigas de roble, seguía perteneciendo a la familia, aunque la tierra que lo rodeaba hacía tiempo que se había vendido. El colombine, es decir, las capas de excrementos que cubrían el suelo del palomar, enriquecía a los Saint-Pierre doblemente, fertilizando su menguante propiedad y llenándoles los bolsillos al venderlo a los campesinos, quienes tenían prohibido el privilegio aristocrático de criar palomas.

Mathilde estaba de cara al sol, de modo que cuando Brutus empezó a ladrar no vio nada. Pero al echar a correr hacia el sonido, distinguió la oscuridad en forma de arco donde colgaba la puerta de madera.

Casi pisó la primera paloma que yacía en el umbral. Había muchas más dentro, montoncitos de plumas inmóviles. Se quedó paralizada junto a la puerta, con los dedos de los pies doblados dentro de las botas. Algunos pájaros tenían el cuello retorcido, pero la mayoría habían sido degollados. Unas plumas pequeñísimas se levantaron con una corriente de aire, arremolinándose en un rayo de sol.

Brutus había sido engullido por las sombras. Lo oía corretear. Por lo demás, solo se oía a otros pájaros llamando desde los bosques.

Saint-Pierre sirvió a Sophie una copita de floc, el licor de la región hecho con una hierba.

– No nos hicieron nada en la primavera, cuando su cólera era aún mayor al no tener una salida legal. Es una forma de expresar su victoria: nos informan de que la balanza se ha inclinado por fin a su favor.

– ¿No crees que deberíamos preocuparnos?

– De ningún modo. No se llevaron los pájaros para comérselos, sino que nos los dejaron allí para que los encontráramos. Un gesto profundamente simbólico, ¿no te parece? Toma, querida -ofreciéndole el plato-, prueba estas excelentes nueces.

Por un instante, la cólera invadió a Sophie: No has preguntado ni una sola vez por Matty. Deja de comer y escucha.

– Por lo que me has dicho, también dejaron el colombine intacto -decía él-. Eso indica que son de la ciudad. Seguramente una pandilla de jóvenes de Castelnau en busca de diversión. -Examinando imparcial las pruebas, desapasionado, razonable.

A veces estoy a favor de la sinrazón, pensó Sophie.

Pero dijo, razonablemente:

– Jacques ha estado haciendo averiguaciones en el pueblo. Esa tarde de hace tres días, cuando dejó de llover, varias personas vieron a un grupo de mujeres forasteras armadas con estacas salir de los bosques y cruzar los campos en dirección al palomar. Cantaban y parecían, en palabras de Jacques, ebrias.

– Ahí lo tienes, entonces. En Castelnau no se habla más que de las mujeres del mercado que se amotinaron y obligaron a los reyes a abandonar Versalles y los acompañaron hasta París. Hemos de demostrar que estamos a la altura de los desafíos hechos por meros parisinos: este es el drama de la vida de provincias.

– Pierre Coste dijo a Jacques que las mujeres lo habían llamado ciudadano e invitado a que se uniera a ellas. Por supuesto, está ansioso por dejar claro que él no tuvo nada que ver con las palomas, de modo que según él eran veinte o treinta mujeres altas y con voz chillona que saltaba a la vista que no andaban en nada bueno. Otros sostienen que no eran más de doce, aunque todos coinciden en que eran bulliciosas y estaban furiosas.

– ¿Mujeres altas con voz potente? -Saint-Pierre partió nueces meditabundo-. Hace diez años hubo en Beaujolais un caso del que se habló mucho. Un grupo de hombres se engalanaron con sombreros y faldas blancas y largas que parecían atavío de mujer, y atacaron a los agrimensores que medían los campos de un nuevo terrateniente. Cuando se llevaron a cabo interrogatorios, tanto los hombres como las mujeres afirmaron no saber nada de lo ocurrido, insistiendo en que los agresores debían de haber sido duendecillos que bajaban de las montañas para hacer sus diabluras entre los humanos.

– Pero ¿por qué vestidos de mujeres?

Él se encogió de hombros.

– En muchas partes del país, todo el peso de la ley recae sobre los hombres.

Ella habló despacio, considerando sus palabras.

– Es el simbolismo lo que no me gusta. También nos convierte en símbolos.

Pero Saint-Pierre había apurado su segunda copa de Zocy su interés se había desplazado a otra parte.

– ¿No se está retrasando Berthe con la comida? ¿Acaso hemos de alimentarnos de nueces?

1790

1

Su sobrino hizo pompas de saliva desde su rodilla y rió.

– Cada vez se parece más a ti -dijo. Y pensando: Menos mal, se vio obligada a preguntar-: ¿Cómo está Hubert?

Desde que el niño había nacido, Claire rara vez se molestaba en fingir interés por su marido. La cara que puso estaba compuesta a partes iguales de indiferencia hacia Hubert e irritación con Sophie por fingir lo contrario.

– ¿Cómo voy a saberlo? Apenas lo vi en París. Él y Sébastien se pasaban la vida conferenciando con miembros comprensivos de la Asamblea. Un grupo de ellos consiguió una audiencia con Lafayette y le sugirieron que él y su Guardia Nacional debían apoyar la causa de los aristócratas. Solo que la llaman la causa del rey, naturalmente, cuando se acuerdan.

– ¿Y…?

– Todo lo que Hubert me dijo cuando le pregunté fue que me prohibía hablar de ese pedante. -Claire sonrió-. Pero Anne se enteró por Sébastien que no habían dicho ni tres palabras cuando el general les ordenó que se marchasen antes de que los hiciera detener por traición. Y mientras salían en tropel, les preguntó por qué no llevaban su nueva escarapela tricolor y los obligó a hacer cola para que un guardia se las colocara. -Miró a Sophie y se echaron a reír-. ¿Te lo imaginas? ¡Hubert obligado a llevar una escarapela tricolor!

El niño, poco acostumbrado a la alegría, empezó a lloriquear. Su tía trató de calmarlo estrechándolo contra su cuello, pero Claire tocó un timbre e hizo que se lo diera a su niñera.

– No, Sophie, no lo entiendes… No hay que mimar a los niños.

Eso era otra cosa desde que había nacido Olivier, pensó Sophie. A la lista de todo lo que no podía comprender como mujer soltera había que sumar todo lo que estaba fuera de su alcance como mujer sin hijos.

Claire, después de haber dejado en claro lo que pensaba, se sintió como de costumbre movida a la conciliación.

– Me alegro de que hayas podido venir enseguida. No tenía ninguna razón de ser el empeño de Hubert en que me marchara de París un mes antes de lo previsto. Está convencido de que el populacho se volverá contra nosotros, prenderá fuego al faubourg y nos cortará el cuello… es como una obsesión para él. Alarmó a Sébastien lo suficiente para que Anne se marchara a casa de su suegra en Blois. Yo quería que se quedara aquí conmigo y alegamos que cuantos más fuéramos, más seguros estaríamos, pero la pobre vuelve a estar delicada y Sébastien pensó que el viaje a Toulouse la agotaría. Cuenta con que esta vez sea un heredero, así que el bienestar de ella es de extrema importancia.

Hay que ver, pensó Sophie. No hay nada como el matrimonio para volverte cínico.

– Según padre -dijo-, ahora todo es cuestión de palabrería mientras discuten la Constitución. ¿Seguro que no hay peligro real?

Claire puso los ojos en blanco.

– Solo de aburrimiento. No te puedes creer lo tedioso que se ha vuelto París. Hasta el teatro… Todas las obras nuevas tratan de la caída de tiranos y la soberanía del pueblo, y tienen títulos como El triunfo de la libertad o La mujer del patriota. ¿Te lo imaginas? Por supuesto, también ha habido manifestaciones y demás. Protestas por el precio del pan.