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Va a partir desde Burdeos, cien kilómetros al norte, a finales de semana.

– Todo el mundo dice que la travesía es horrible, así que cuento con disfrutarla.

Le dice que el doctor Ducroix se niega a jubilarse, que Isabelle tiene un hijo, que Chalabre lleva tres años como alcalde de Castelnau.

Han vendido Montsignac, le dice, mientras ellos están allí, encaramados en el borde del mundo, a las puertas de un nuevo siglo cuyos pétalos permanecen cerrados en torno a secretos inimaginables.

– La compró Pierre Coste. ¿Te acuerdas de Pierre? La casa, lo que quedaba de las tierras, los muebles, hasta el reloj. Le dije que no daba bien la hora, pero él dijo que para eso nos daba Dios el sol y las estrellas, y que de todos modos no había modo de discutir con su mujer cuando se le metía algo entre ceja y ceja.

Por encima del hombro de ella, él ve un coche esperándola en el recodo del camino. Más allá, el monte se extiende hacia el interior, enormes extensiones arenosas cubiertas de pinos que se cultivan por su resina; en invierno la casa huele a las pinas que a las niñas les gusta arrojar al fuego. Pero la mayor parte de la escasa población de la región es terriblemente pobre: la venta de la resina representa grandes beneficios para los dueños de la tierra, de modo que no hay incentivo para mejorar el suelo para otros cultivos.

La gente se muere de hambre aquí.

Cuando besa a su mujer, sabe a sal.

Mar, cielo, monte: una región descolorida como maderos que flotan a la deriva. Él se aferró a los restos de su buque naufraga-do y estos le trajeron vientos cargados de sal, olor a pino, arena blanca y fina que se mete por todas partes, las uñas, los puddings, coge un libro y hay granos entre las páginas.

– Es bonito este lugar -dice ella mirando el mar-. ¿Sabes que hasta esta mañana nunca había visto el océano?

El setter ha estado entrando y saliendo del agua dando brincos, persiguiendo las olas que se retiran y abalanzándose sobre la espuma. Después de haber advertido tardíamente la presencia de la intrusa, se acerca corriendo por la playa, se detiene con un patinazo, finge gruñir y, pasando por alto las protestas de Joseph, se pega alegremente a las faldas de Mathilde.

Ella se inclina y le acaricia la sedosa cabeza.

– Brutus -dice él-. ¿Qué ha sido de Brutus?

– Fue al primero que mataron. Estaba encerrado en la cocina, pero escapó, por supuesto, y mordió al oficial que hizo el arresto. De modo que le pegaron un tiro. -Irguiéndose, ella lo mira-. Es extraño. Siempre pensé que vendrían por la noche. Pero fue por la mañana, cuando acabábamos de desayunar.

Los barrones que cubren las dunas están enredados de convólvulos rosas.

En los charcos que se forman en las rocas al bajar la marea, el viento agita el agua.

Ella dice a Joseph que tiene un regalo para él en el coche.

– Espera aquí con los ojos cerrados -dice.

Cuando le deja abrirlos, a sus pies hay un rosal.

– Pierre lo encontró medio asfixiado por las malas hierbas cuando paseaba por el jardín.

Está contrahecho, demasiado crecido, repleto de flores.

Él no ve con claridad.

– Mira -está diciendo ella-, mira.

Atado a la rama más baja hay un letrerito de madera. Y en él, en pintura tan gastada que apenas se lee: L'Avenir.

El Futuro.

Él se quita los anteojos.

Oculta la cara en rosas de color carmesí.

– ¡Papá!

Con el perro corriendo en círculos furiosos a su alrededor, el niño se ha acercado con dificultad por la arena y está parado al pie de las dunas mirándolos, sin saber muy bien qué hacer a continuación.

– ¡Papá! -vuelve a gritar, y levanta los brazos.

Agradecimientos

Mi gratitud a todo el equipo de Random House Australia y Chatto amp; Windus, en particular a Jane Palfreyman y a Alison Samuel; a mi agente, Sarah Lutyens; a Judith Lukin-Amundsen y a Sara White por sus consejos editoriales, y a Judith de nuevo por la corrección del manuscrito; a Vicki Beale por la fotografía; y a Chris Andrews, mi primer e incondicional lector.

Fuentes

Estoy especialmente en deuda con la monumental obra de Simon Schama, Citizens: A Chronicle of the French Revolution, que he desvalijado en busca de información y anécdotas. Para profundizar más en la Revolución, véanse: Alfred Cobban, A History of Modern Frunce, Volumen I: The Old Regime and the Revolution 1715-1799 (Penguin, 1963); Jean-Paul Bertaud, La vie quotidienne en France au temps de la Rèvolution (1789-1795) (Hachette, 1983); Robert Laurent y Geneviève Gavignaud, La Révolution francaise dans le Languedoc méditerrannéen (Biliotheque histo-rique Privat, 1987); Jean Robiquet, La vie quotidienne au temps de la Révolution (Hachette, 1938).

Para el contexto sociocultural de la vida francesa en el sigloXVIII, he recurrido a: Philippe Aries y Georges Duby (editores generales), A History of Private Life, Volume III: Passions of the Renaissance (Roger Chartier, editor; Arthur Goldhammer, traductor; Harvard University Press, 1989; trad. cast., Historia de la vida privada, Taurus, Madrid, 1972); Robert Darnton, The Great Cat Massacre and Other Episodes in French Cultural History (Penguin, 1989); Margaret H. Darrow, Family, Class, and In-heritance in Southern France, 1775-1825 (Princenton University Press, 1989); Franklin L. Ford, Robe and Sword: The Regrouping of the French Aristocracy after Louis XIV (Harvard University Press, 1953); Louis-Sébastien Mercier, The Waiting City (J. P. Li-pincott, 1933); Daniel Roche, La France des Lumières (Fayard, 1993); Arthur Young, Travels in France (editado por Constantia Maxwell; Cambridge University Press, 1929).

La obra de consulta clásica sobre las rosas anteriores al si-glo XIX, The Old Sbrub Roses, de Graham Stuart Thomas (Dent, 1979), me ha sido imprescindible para escribir este libro. Para leer más sobre las rosas y su historia, véanse: Allen Paterson, The History of the Rose (Collins, 1983); Roger Phillips and Martin Ryx, The Quest for the Rose (Random House, 1993); Nancy Steen, The Charm of Old Roses (Reed, 1966). Una página web informativa sobre el tema es Yesterday's Rose, de S. Andrew Schulman (www.Country-Lane.com/yr/).

Sobre la historia de la jardinería y la ciencia de las plantas, véanse: Ralph Dutton, The English Garden (Batsford, 1945); Richard Gorer, The Development of Garden Flowers (Eyre amp; Spot-tiswoode, 1975); H. F. Roberts, Plant Hybridization before Mendel (Hafner, 1965).

La obra de James C. Riley, The Eighteenth-Century Cam-paign to Avoid Disease (Macmillan, 1987) me ha sido esencial para comprender el pensamiento científico y médico de la Ilustración. Para más información sobre la historia de la medicina, véanse: Colin Jones, The Charitable Imperitable: Hospitals and Nursing in Ancient Régime and Revolutionary France (Routledge, 1989); Roy Porter (editor), The Cambridge Illustrated History of Medicine (Cambridge University Press, 1996); Roselyne Rey, The History of Pain (traducido por Louise Elliot Wallace, J. A. Cadden y S.W. Cadden; Harvard University Press, 1995).

Sobre la historia de la comida, véanse: Giles MacDonogh, A Palate in Revolution: Grimod de la Reynière and the Almanach des Gourmands (Robin Clark, 1987); Raymond Oliver, The French at Table (The Wine amp; Food Society, 1967); Maguelonne Toussaint-Samat, A History of Food (traducción de Anthea Bell; Blackwell, 1993); Barbara Ketcham Wheaton, Savouring the Past: The French Kitchen and Table from 1300 to 1789 (Chatto amp; Windus, 1983).