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– Éstos son archivos nuestros. Curiosamente mezclados. Y la copia no es nuestra. Pensaba que ahora nos dejarían tranquilos. ¿Quiere que intente averiguar de dónde es la copia?

– Déjelo. Pero ¿puede decirme qué tipo de archivos son?

Tausendmilch se puso frente a una pantalla y dijo:

– Tengo que pasar algunas páginas… -Esperé pacientemente-. Aquí tenemos por un lado las bajas por enfermedad de primavera y verano de 1978, luego nuestros registros de inventos y derechos de explotación, que se remontan hasta antes de 1945, y aquí está…, no puedo abrirlo, pero las abreviaturas podrían corresponder a otras empresas químicas. -Desconectó el aparato-. Me gustaría expresarle mi más sincero agradecimiento. Firner me llamó a su despacho y me dijo que usted me mencionó elogiosamente en su informe y que tiene pensado algo para mí.

Dejé tras de mí un hombre feliz. Por un momento imaginé cómo Tausendmilch, en cuya mano derecha había visto el anillo de casado, llegaría a casa esa tarde y le contaría el éxito de hoy a su bonita esposa, que le estaría esperando con un martini y que a su manera trabajaba por el ascenso del marido.

En seguridad fui a ver a Thomas. En una pared de su despacho colgaba un proyecto semiacabado del plan de estudios de la diplomatura en Seguridad.

– Precisamente tenía que hacer en la fábrica y quería hablar con usted sobre su amistosa oferta de una cátedra. ¿A qué se debe tal honor?

– Me ha impresionado la forma como ha resuelto nuestro problema de seguridad de los archivos. Nosotros, los de la fábrica, no hemos podido sino aprender de usted, especialmente Oelmüller. Aparte de eso, para el plan de estudios es imprescindible contar con una persona independiente procedente del área de la seguridad.

– ¿Y cuál es el programa de estudios?

– Desde la práctica hasta la ética del oficio de detective. Con ejercicios y examen final, si no es mucho trabajo para usted. Sería para empezar en el semestre de invierno.

– Ahí veo un problema, señor Thomas. Tal y como usted lo tiene pensado, y es la única forma que yo también veo con sentido, sólo puedo formar a los jóvenes estudiantes remitiéndome estrictamente a mi experiencia. Pero piense usted sólo en este caso de la fábrica del que hemos hablado ahora mismo. Incluso aunque no dé ningún nombre y me esfuerce por disfrazar algunos datos, cualquiera sabrá de inmediato de qué va el asunto.

Thomas no entendió.

– ¿Se refiere usted al director Moster, de coordinación de exportación? Pero si no…

– Me ha dicho Firner que mi caso le ha producido más contrariedades.

– Sí, todo resultó luego en cierto modo desagradable por lo de Mischkey.

– ¿Debí haberle tratado con más dureza?

– Estaba bastante reticente cuando nos lo envió usted.

– Después de todo lo que he oído decir a Firner, en la fábrica desde luego se le trató con guantes de seda. No se habló de policía ni de juicios ni de cárcel, eso invita a la reticencia.

– Pero, señor Selb, eso no se lo revelamos a él. El problema era completamente otro. Él intentó chantajearnos sin rodeos. Nunca conseguimos saber si realmente se traía algo entre manos, pero organizó un buen jaleo.

– ¿Con las viejas historias?

– Sí, con las viejas historias. Con la amenaza de dirigirse a la prensa, a la competencia, a los sindicatos, a Inspección de Trabajo, a la Oficina Federal Antimonopolio. Sabe usted, es duro decir algo así, yo también siento que Mischkey acabara así, al mismo tiempo me alegra haberme quitado de encima el problema.

Danckelmann entró sin llamar.

– Ah, señor Selb. Ya he hablado hoy de usted. ¿Qué anda haciendo todavía con ese asunto sobre Mischkey? Pero si su caso está ya cerrado hace tiempo… Ande, no me alborote el corral.

Como en la conversación con Thomas, también con Danckelmann me movía sobre una delgada capa de hielo. Preguntas demasiado directas podían romperlo. Pero quien no se expone al peligro perece en él.

– ¿Le ha llamado Gremlich?

Danckelmann no contestó a mi pregunta.

– En serio, señor Selb, deje de una vez esta historia. No nos parece que merezca la pena.

– Para mí mis casos están cerrados sólo cuando lo se todo. ¿Sabía usted, por ejemplo, que Mischkey se estuvo paseando otra vez por su sistema?

Thomas escuchaba con atención y me miraba extrañado. Ya estaba lamentando haberme ofrecido un puesto de docente. Danckelmann se dominó y su voz adquirió un tono forzado.

– Tiene usted una curiosa idea sobre lo que es un contrato. Se acaba cuando quien le contrató ya no necesita sus servicios. Y el señor Mischkey ya no pasea por ninguna parte. Así que le pido que por favor…

Ni en sueños hubiera imaginado oír algo así, y no tenía interés en seguir la escalada. Una palabra indebida más y Danckelmann se acordaría de mi pase especial.

– Tiene usted toda la razón, por supuesto, señor Danckelmann. Por otra parte, seguro que a usted también le pasa que en asuntos de seguridad su actividad no siempre puede mantenerse dentro de los estrechos límites de un contrato. Pero no se preocupe, como independiente no me puedo permitir comprometerme demasiado sin contrato.

Danckelmann abandonó la habitación reconciliado sólo a medias. Thomas esperó impaciente a que me fuera. Pero yo todavía tenía una sorpresa para él.

– Para volver otra vez a ello, señor Thomas, acepto gustoso el puesto de docente. Voy a redactar un currículum.

– Le agradezco su interés, señor Selb. Después de todo, tan lejos no estamos.

Abandoné el recinto de seguridad y me encontré de nuevo en el patio con Aristóteles, Schwarz, Mendeléiev y Kekulé. En el lado norte del patio lucía un cansado sol otoñal. Me senté en el escalón superior de una pequeña escalera que llevaba a una puerta cegada. Tenía de sobras para reflexionar.

16. EL MÁS VIVO DESEO DE PAPÁ

Cada vez encajaban más piezas del rompecabezas. Pero no formaban una imagen verosímil.

Ahora entendía lo que era la carpeta de Mischkey: la colección de lo que había de emplear contra la RCW. Una colección miserable. Muy alta tuvo que ser su jugada de póquer para impresionar a Danckelmann y Thomas como parece que hizo. Pero ¿qué quería conseguir o impedir con ello? La RCW había mantenido en secreto su voluntad de no proceder contra él con la policía, los tribunales y la cárcel. ¿Por qué quisieron ejercer presión? ¿Qué pretendían hacer con Mischkey, y contra qué se defendía él con sus débiles alusiones y amenazas?

Pensé en Gremlich. Había conseguido dinero, esa mañana había mostrado reacciones extrañas y yo estaba bastante seguro de que había informado a Danckelmann. ¿Era Gremlich el hombre de la RCW en el RZZ? ¿Habían destinado a Mischkey para esa función? ¿No llamamos a la policía y a cambio usted se preocupa de que nuestros datos de emisiones permanezcan siempre limpios? Tener un hombre así era muy valioso. El sistema de supervisión perdería su importancia y la producción ya no podría verse afectada.

Pero todo esto no explicaba de forma verosímil que se asesinara a Mischkey. ¿Gremlich como asesino que quiere hacer el negocio con la RCW y que para ello no podía hacer uso de Mischkey? ¿O el material de Mischkey poseía un contenido explosivo que yo no había sabido ver y que había provocado una reacción mortal de la RCW? Pero en tal caso Danckelmann y Thomas, a quienes difícilmente podría habérseles escapado una acción de este tipo, no habrían hablado tan abiertamente sobre el conflicto con Mischkey. Y Gremlich desde luego producía mejor impresión con la chaqueta de cuero que con el traje safari, pero ni siquiera con borsalino podría imaginármelo como asesino. ¿Sería simplemente que estaba buscando en la dirección equivocada? Fred pudo haber golpeado a Mischkey para la RCW, pero también lo pudo haber encargado cualquier otro, y para éste también podía haberlo matado. Qué sabía yo de los enredos en que se había metido Mischkey con sus maneras de impostor. Tenía que hablar otra vez con Fred.