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Philipp me llamó y me pidió que fuera a ver su nueva embarcación con camarote. Brigitte preguntó qué planes tenía para la tarde. La invité a cenar en mi casa, salí corriendo y compré lomo de cerdo, jamón cocido y endibias. Preparé lomo a la italiana. Después puse El hombre que amaba a las mujeres. Ya conocía la película y tenía curiosidad por ver la reacción de Brigitte. Cuando el mujeriego estaba persiguiendo las hermosas piernas de mujer y fue atropellado por el coche, a ella le pareció que le estaba bien merecido. La película no le gustó especialmente. Pero cuando terminó no pudo evitar posar como por casualidad ante la lámpara de pie para poner de relieve a contraluz sus piernas.

18. UNA PEQUEÑA HISTORIA

Dejé a Brigitte en su trabajo del Collini-Center y tomé en Gmeiner el segundo café. No tenía ninguna pista segura en el caso Mischkey. Naturalmente que podía seguir buscando una pieza estúpida, hacerla girar indeciso en un sentido u otro y combinarla para formar esta o aquella figura. Estaba harto de ello. Me sentía joven y dinámico tras la noche con Brigitte.

En el mostrador la jefa discutía con su hijo.

– Tal y como te comportas, me pregunto si de verdad quieres ser confitero.

¿Quería yo realmente seguir mis pistas, tal y como me comportaba? De las que llevaban a la RCW tenía miedo. ¿Por qué? ¿Temía descubrir que yo había arrojado a Mischkey en brazos de sus enemigos? ¿Había echado a perder yo mismo las pistas por consideración a mí, a Korten y a nuestra amistad?

Fui al RRZ de Heidelberg. Gremlich me quiso despachar rápidamente de pie. Yo me senté y saqué de nuevo de la cartera las hojas de impresora de Mischkey.

– Usted quería ver esto otra vez, señor Gremlich. Ahora se lo puedo dejar aquí. Mischkey era por supuesto un sujeto endiablado, volvió a introducirse en el sistema de la RCW, aunque la red ya estaba cortada. Yo supongo que por teléfono, ¿o qué piensa usted?

– No sé de qué habla -mintió mal.

– Miente usted mal, señor Gremlich. Pero no importa. Para lo que tengo que decirle no tiene importancia que usted mienta bien o mal.

– ¿Qué?

Seguía de pie y me miraba perplejo. Hice un movimiento invitador con la mano.

– ¿No quiere sentarse? -Sacudió la cabeza-. No tengo que decirle de quién es el Ford Escort rojo matricula HDS 735 que está abajo en el aparcamiento. Hoy hace exacta mente tres semanas que Mischkey se precipitó a las vías desde el puente de ferrocarril que hay entre Eppelheim y Wieblingen, después de que un Ford Escort rojo lo empujara. El testigo que he encontrado vio incluso que la matrícula del Escort rojo empezaba por HD y acababa con 735.

– ¿Y por qué me cuenta eso? Debería ir a la policía con ello.

– Completamente correcto, señor Gremlich. El testigo debería haber ido ya a la policía. Hasta le he tenido que explicar que una mujer celosa no es motivo para encubrir un asesinato. Entretanto se ha mostrado dispuesto a ir conmigo a la policía.

– Muy bien, ¿y? -Cruzó los brazos sobre el pecho con calma.

– La probabilidad de que otro Escort rojo de Heidelberg tenga una matrícula que corresponda a la descripción es quizá… Bah, haga usted mismo el cálculo. Los daños del Escort rojo parecen haber sido escasos y fáciles de reparar. Dígame, señor Gremlich, ¿le robaron el coche hace tres semanas, o lo prestó?

– No, naturalmente que no, qué tonterías dice.

– También me habría sorprendido a mí. Seguro que sabe usted que en un caso de asesinato siempre hay que preguntarse a quién le beneficia. ¿Qué piensa usted, señor Gremlich, a quién le beneficia la muerte de Mischkey?

Resopló con desprecio.

– Entonces, déjeme que le cuente una pequeña historia. No, no, no se impaciente, es una pequeña e interesante historia. ¿Sigue sin querer sentarse? Bueno, pues había una vez una gran empresa química y un centro de cálculo regional que no quería perder de vista a la empresa química. La empresa química tenía interés en que no se la controlara con demasiada exactitud. En el centro regional de cálculo decidían dos personas sobre el control de la empresa química. Para la empresa química se trataba de mucho, mucho dinero. ¡Ah, si por lo menos pudiera comprar a uno de los controladores, qué no daría por ello! Pero sólo compraría a uno, porque sólo necesitaba a uno. Sondea a ambos. Poco después uno de ellos muere, y el otro restituye su crédito. ¿Quiere saber la cuantía del crédito?

Entonces se sentó. Para enmendar su error se las dio de indignado.

– Es terrible lo que nos imputa usted no sólo a mí, sino a una de nuestras empresas químicas de más tradición y más fama. Lo mejor será que yo les transmita eso; ellos pueden defenderse mejor que yo, un pequeño empleado con BAT [12].

– Comprendo que quiera salir corriendo hacia la RCW Pero de momento la historia se juega exclusivamente entre usted, la policía y yo y mi testigo. Así que a la policía le interesará saber dónde estaba usted y, como la mayoría de la gente, tampoco usted podrá presentar post festum una coartada sólida.

Si aquel día hubiera visitado a los suegros junto a su mujer y sus sin duda asquerosos hijos, Gremlich me lo habría soltado en aquel momento. En lugar de ello dijo:

– No puede haber ningún testigo, porque no estuve allí.

Le tenía donde quería tenerle. No me sentí más limpio que la víspera con Fred, pero sí igual de bien.

– Correcto, señor Gremlich, no hay ningún testigo que le haya visto allí. Pero tengo a alguien que dirá que le ha visto allí. Y qué piensa usted que va a pasar: la policía tiene un muerto, unos hechos, un autor, un testigo y un motivo. En la vista de la causa el testigo podrá derrumbarse, pero para entonces usted ya estará destruido. Yo no sé las corruptelas que hay hoy día, pero a eso hay que agregar la prisión preventiva por asesinato, la suspensión de empleo, la vergüenza para mujer e hijos, el rechazo social.

Gremlich se había puesto pálido.

– Pero ¿qué es esto? ¿Por qué hace usted esto conmigo? ¿Qué le he hecho yo?

– No me gusta la forma como se ha dejado comprar. No le puedo soportar. Además quisiera saber algo de usted. Y si no quiere que le arruine será mejor que juegue mi juego.

– ¿Qué quiere de mí?

– ¿Cuándo contactaron con usted los de la RCW por primera vez? ¿Quién le ha reclutado y quién es, por así decir, el oficial que le da las órdenes? ¿Cuánto le han dado los de la RCW?

Lo contó todo: el primer contacto que realizó Thomas con él tras la muerte de Mischkey, las negociaciones sobre servicios y pagos, los programas que en parte tenía pensados y en parte ya había realizado. Y contó lo de la maleta con los billetes nuevos.

– Mi estupidez fue ir directamente al banco en lugar de pagar lentamente el crédito, sin levantar sospechas.

Sacó un pañuelo para secarse el sudor, y le pregunté qué sabía sobre la muerte de Mischkey.

– Hasta donde sé, querían presionarle, después de haber probado su culpabilidad. Querían tener gratis la cooperación por la que ahora me pagan a mí, y a cambio silenciar la cuestión de las intrusiones de Mischkey en el sistema. Cuando éste murió se mostraron más bien contrariados, porque entonces tendrían que pagar. Precisamente a mí.

Hubiera podido seguir contando hasta la eternidad, probablemente también le hubiera gustado justificarse. Yo había oído suficiente.

– Gracias, por ahora es suficiente, señor Gremlich. En su lugar yo sería discreto con nuestra conversación. Si la RCW empieza a sospechar que yo sé algo, usted le resultará inútil a la empresa. En el caso de que se le ocurra algo más sobre el accidente de Mischkey, llámeme. -Le di mi tarjeta.