– ¿Estuviste en casa del viejo Schmalz?
– Le mandé llamar. Como es natural, normalmente una notificación así no es cosa mía. Pero él me recordaba siempre los viejos tiempos. Ya sabes lo sentimental que estoy últimamente.
– ¿Y qué ha pasado con las camionetas?
– Ni idea, de eso se habrá ocupado el hijo. Pero, insisto, ¿dónde ves tú un motivo?
– En realidad, pensaba que eso podrías decírmelo tú.
– ¿Por qué lo piensas? -Los pasos de Korten se hicieron más lentos, se detuvo, se volvió a mí y me examinó.
– Es evidente que el viejo Schmalz no tenía ninguna razón personal para matar a Mischkey. Pero ya la empresa tenía problemas con él, se le presionó, incluso hicisteis que le dieran una paliza; y él reaccionó presionándoos a su vez. Después de todo él podía airear vuestro trato con Gremlich. No irás a decirme que no sabías nada de todo esto…
No, Korten no iba a decirme eso. Estaba informado de los problemas, desde luego, y también del trato con Gremlich. Pero, en principio, de ahí al asesinato habla un largo trecho.
– A no ser que… -se quitó las gafas-, a no ser que, bueno, el viejo Schmalz entendió ahí algo completamente al revés. Sabes, era una persona que seguía sintiéndose en servicio, y si su hijo u otro de seguridad le habló de los problemas con Mischkey, probablemente pensó que tenía que erigirse en salvador de la empresa.
– ¿Y qué pudo haber entendido mal, y con consecuencias tan graves, el viejo Schmalz?
– Yo no sé lo que su hijo o quien sea le puede haber contado. O si alguien le ha calentado los cascos en toda regla. Llegaré hasta el fondo. Resulta insoportable pensar que el viejo Schmalz haya sido manipulado de esta manera. Y qué tragedia hay en todo eso. Su gran amor por la empresa y un pequeño y estúpido malentendido le hacen destruir sin sentido y sin necesidad una vida, y también dar la propia.
– ¿Qué te está pasando? Dar la vida, destruir la vida, tragedia, abuso, ¿no decías que abusar de la gente no es lo censurable, y que sólo es una falta de tacto que lo adviertan?
– Tienes razón, pero volvamos a la cuestión. ¿Damos parte a la policía?
¿Eso era todo? Por exceso de celo un guarda veterano había matado a Mischkey, y eso ni siquiera quitaba a Korten las ganas de comer el huevo del desayuno. ¿Podría asustarle la perspectiva de ver a la policía en la empresa? Lo intenté.
Korten sopesó los pros y los contras.
– Para mí no sólo se trata de que siempre es desagradable ver a la policía en la empresa. Me da pena la familia Schmalz. Perder al marido y al padre y además enterarse de que ha cometido un asesinato, ¿podemos aceptar esa responsabilidad? Ya no hay nada que expiar, Schmalz ha pagado con la vida. Cómo reparar lo sucedido es lo que me preocupa. ¿Sabes tú si Mischkey tenía padres a su cargo, u otro tipo de obligaciones, si le han puesto una lápida como es debido? ¿Deja a alguien a quien se pueda dar una alegría? ¿Estarías dispuesto a hacerte cargo de ello?
Supuse que Judith no querría que le dieran una alegría así.
– Ya he investigado lo suficiente en el caso Mischkey. Si quieres saber algo más, si hablas realmente en serio, eso te lo soluciona la señora Schlemihl con algunas llamadas telefónicas.
– Siempre tan susceptible. Has hecho un excelente trabajo en el caso Mischkey. Y también te estoy agradecido de que hayas llevado a cabo la segunda parte de las investigaciones. De esas cosas tengo que estar al corriente. ¿Me permites que amplíe a posteriori el encargo inicial y pedirte que me mandes la cuenta?
Sí, tendría la factura.
– Ah, y algo más -dijo Korten-, aprovechando que hablamos de las cosas prácticas. Olvidaste incorporar a tu informe el pase especial. Así que adjúntalo esta vez con la factura en el sobre.
Saqué el pase de la cartera.
– Puedes quedarte ahora mismo con él. Y también me marcho ahora mismo.
Helga entró en la galería como si hubiese estado escuchando detrás de la puerta y hubiese percibido la señal de la despedida.
– Las flores son realmente preciosas, ¿quiere ver dónde las he puesto?
– Pero bueno, chicos, os podéis tutear. Selb es mi amigo más antiguo. -Korten nos pasó a los dos la mano por el hombro.
Quería irme de allí. En lugar de eso seguí a ambos al salón, estuve admirando mi ramo de flores sobre el piano, oí como se descorchaba una botella de champán y brindé con Helga por nuestro tuteo.
– ¿Cómo es que no vienes más a menudo por aquí? -preguntó ella con toda inocencia.
– Sí, hay que poner remedio a eso -dijo Korten antes de que yo pudiera responder algo-. ¿Qué piensas hacer en Nochevieja?
Pensé en Brigitte.
– Todavía no lo sé.
– Eso sí que es formidable, mi querido Selb. Así que pronto sabremos uno del otro.
23. ¿TIENES UN PAÑUELO?
Brigitte había preparado filetes de solomillo a la Strogonoff con champiñones frescos y arroz. Estaban deliciosos, la temperatura del vino era adecuada, y la mesa había sido puesta con cariño. Brigitte hablaba mucho. Yo le había traído los Greatest Hits de Elton John, y él cantaba sobre el amor, el sufrimiento, la esperanza y la separación.
Ella se extendió hablando sobre reflexoterapia podal, de la acupuntura con presión y del método Rolfing. Me habló de pacientes, seguros de enfermedad y colegas. Le importaba una mierda que me interesara o no y saber cómo me iba.
– ¿Qué está pasando hoy en realidad? Esta tarde apenas he reconocido a Korten, y ahora estoy en casa de una Brigitte que lo único que tiene en común con la mujer que me gusta es la cicatriz en el lóbulo de la oreja.
Soltó el tenedor, apoyó los codos en la mesa, ocultó el rostro entre las manos y se echó a llorar. Di la vuelta a la mesa para llegar a ella, apretó la cabeza contra mi vientre y lloró con más intensidad aún.
– Pero ¿qué pasa? -Le pasé la mano por el cabello.
– Yo…, ah, es para desesperarse. Me voy mañana.
– ¿Y qué hay en eso para desesperarse?
– Es todo tan terriblemente largo. Y tan lejano. -Arrugó la nariz.
– ¿Cómo de largo y cómo de lejos?
– Ay…, yo… -Hizo un esfuerzo-. ¿Tienes un pañuelo? Me voy a Brasil por seis meses. A ver a mi hijo.
Volví a sentarme. Ahora tenía yo ganas de desesperarme. Al mismo tiempo estaba enojado.
– ¿Por qué no me lo has dicho antes?
– Yo no sabía que lo nuestro iba a ser tan bonito.
– No lo entiendo.
Me cogió la mano.
– Juan y yo nos habíamos dado seis meses para ver si podíamos seguir juntos. Manuel no deja de preguntar por su madre. Y contigo yo pensé que sólo sería un episodio corto que habría acabado cuando me fuera a Brasil.
– ¿Qué es eso de que pensabas que habría acabado cuando fueras a Brasil? Las cosas no van a cambiar nada con postales del Pan de Azúcar. -Yo lo veía todo negro de pura tristeza.
Ella no dijo nada y se puso a mirar al vacío. Al cabo de un rato retiré mi mano de debajo de la suya y me levanté.
– Es mejor que me vaya. -Asintió en silencio. En el pasillo se apoyó en mí por un momento.
– No puedo seguir siendo la mala madre que, de todos modos, a ti no te gusta.
24. CON LOS HOMBROS ENCOGIDOS
La noche transcurrió sin sueños. Me desperté a las seis, supe que ese día tenía que hablar con Judith y reflexioné sobre lo que había de decirle. ¿Todo? ¿Cómo podría seguir trabajando en la RCW y vivir como hasta entonces? Pero ése era un problema que yo no podía resolver por ella.
A las nueve la llamé.
– He llegado al final del caso, Judith. ¿Damos un paseo por el puerto y te lo cuento?