Me sorprendí sonriendo hacia la ventana. En el aparcamiento del restaurante se habla detenido un convoy del ejército que tampoco podía seguir adelante a causa de la nieve. Mi coche ya volvía a tener encima un grueso manto. Fui a la barra a buscar otro café y un bocadillo. Volví junto a la ventana.
Korten y yo habíamos hablado entonces también de Weinstein. Un acusado intachable y un testigo de cargo judío: estuve reflexionando si no debería interrumpir la instrucción del sumario. Yo no podía informar a Korten de la importancia de Weinstein para la instrucción, pero no quería perder la ocasión de saber algo sobre Weinstein por él.
– ¿Qué piensas en el fondo del empleo de judíos en vuestra fábrica?
– Tú sabes, Gerd, que en la cuestión judía siempre hemos sido de pareceres distintos. Todavía nunca he tenido una buena opinión del antisemitismo. Encuentro grave tener trabajadores forzados en la fábrica, pero que sean judíos, franceses o alemanes me da igual. En nuestro laboratorio trabaja el profesor Weinstein, y es una pena que ese hombre no pueda estar en una cátedra o en su propio laboratorio. Nos rinde servicios inestimables, y si vas a juzgar por el aspecto o por la mentalidad, no encontrarás a nadie que sea más alemán. Un profesor de la vieja escuela, hasta 1933 catedrático de química orgánica en Breslau, todo lo que Tyberg es como químico se lo debe a Weinstein, de quien fue asistente y ayudante. El tipo del sabio amable y distraído.
– ¿Y si yo te dijera que inculpa a Tyberg?
– Por Dios, Gerd. Pero si Weinstein tiene un enorme apego a su alumno Tyberg… No sé qué decirte.
Un vehículo quitanieves se fue abriendo camino hasta el aparcamiento. El conductor descendió y entró en el restaurante. Le pregunté cómo podía seguir hasta Mannheim.
Justo ahora ha salido un colega hacia el cruce de Heidelberg. Apresúrese, antes de que la carretera vuelva a estar cerrada.
Eran las siete. A las ocho menos cuarto estaba en el cruce de Heidelberg y a las nueve en Mannheim. Necesitaba estirar las piernas, y me sentí alegre por la nieve copiosa. La ciudad estaba silenciosa. Me hubiera gustado atravesar Mannheim con una troika.
7. EN REALIDAD, ¿QUÉ ESTÁS INVESTIGANDO AHORA?
A las ocho me desperté, pero no me levanté. Todo había sido demasiado, el vuelo nocturno desde Nueva York, el viaje a Karlsruhe, la conversación con Beufer, los recuerdos y la odisea en la autopista nevada.
A las once llamó Philipp.
– Al fin te encuentro. ¿Dónde has estado? Tu trabajo de doctorado está terminado.
– ¿Trabajo de doctorado? -No sabía de qué me estaba hablando.
– Fracturas causadas por puertas. Y además un artículo sobre la morfología de los que se autolesionan. Es lo que tú encargaste.
– Ah, bueno. ¿Así que hay un tratado científico sobre eso? ¿Cuándo puedo tenerlo?
– Cuando quieras, sólo tienes que pasarte por mi despacho en la clínica y recogerlo.
Me levanté y me preparé café. El cielo sobre Mannheim seguía cargado de nieve. Turbo entró desde el balcón, moteado de blanco.
Mi frigorífico estaba vacío, y fui a hacer la compra. Qué bien que en las ciudades se proceda más cuidadosamente con la sal contra los resbalones en la nieve. No tuve que chapotear por una mezcla de nieve y barro, sino que caminé por la crujiente nieve recién caída, bien pisada. Los niños hacían muñecos y a veces se entregaban a batallas con bolas de nieve. En la panadería que está junto al Depósito de Agua encontré a Judith.
– ¿No hace un día maravilloso? -Sus ojos brillaban-. Antes, cuando tenía que ir al trabajo, me irritaba que hubiera nieve. Limpiar los cristales, el coche no arranca, hay que ir lento, pararse. Lo que me he perdido.
– Ven -dije-, vamos a dar un paseo invernal hasta el Kleiner Rosengarten. Te invito.
Esta vez no dijo que no. Junto a ella me sentía un poco pasado de moda; ella con chaqueta y pantalón guateados y con botas altas, que posiblemente fueran un producto derivado de la investigación espacial, yo con paletó y chanclos. Por el camino le hablé de mis investigaciones en el caso Mencke y de la nieve en Pittsburgh. También ella me preguntó enseguida si me había encontrado con la pequeña de Flashdance. Me entró curiosidad por la película.
Giovanni puso cara de asombro. Cuando Judith estaba en el lavabo se acercó a nuestra mesa.
– ¿Mujer antigua no buena? ¿Mujer nueva mejor? La próxima vez yo te procurar mujer italiana, así tú lograr tranquilidad.
– Hombre alemán necesitar no tranquilidad, necesitar muchas, muchas mujeres.
– Entonces tú tener mucho bien comer. -Recomendó el filete pizzaiola y para empezar la sopa de pollo-. El jefe mismo ha matado hoy por la mañana el pollo.
Pedí lo mismo para Judith y además una botella de chianti classico.
– En América he estado también por otro motivo, Judith. El caso Mischkey no me ha dejado en paz. Desde luego que no he avanzado con él. Pero el viaje me ha confrontado con mi propio pasado.
Ella escuchaba atentamente mi informe.
– En realidad, ¿qué estás investigando ahora?, ¿y por qué?
– Todavía no lo sé exactamente. Me gustaría hablar alguna vez con Tyberg, si es que todavía vive.
– Desde luego que vive todavía. Le he escrito a menudo cartas y le he mandado informes de negocios y obsequios de aniversario. Vive junto al lago Maggiore, en Monti sopra Locarno.
– Entonces quisiera también hablar de nuevo con Korten.
– ¿Y que tiene que ver él con el asesinato de Peter?
– No lo sé, Judith. Por lo demás, daría lo que fuera por ver claro en todo esto. De todos modos, Mischkey me ha llevado a ocuparme con el pasado. ¿Se te ha ocurrido algo más sobre el asesinato?
Ella había estado pensando si no se podría ir con la historia a la prensa.
– Me parece sencillamente inadmisible que la cosa tenga que acabar así.
– ¿Quieres decir que lo que sabemos es insatisfactorio? Por el hecho de que vayamos a la prensa no sabremos más.
– No. A mí me parece que la RCW no ha pagado realmente. Es completamente igual cómo hayan ido las cosas con el viejo Schmalz, de alguna forma eso es responsabilidad de ellos. Y además quizá nos enteremos de más cosas si la prensa mete el dedo en el avispero.
Giovanni trajo los filetes. Durante un rato estuvimos comiendo en silencio. No me acababa de gustar la idea de contar la historia a la prensa. Después de todo, yo había encontrado al asesino de Mischkey por encargo de la RCW, en todo caso era la RCW la que me había pagado por ello. Lo que Judith sabía y pudiera decir a la prensa, lo sabía por mí. Mi lealtad profesional estaba en juego. Me molestaba haber aceptado el dinero de Korten. De lo contrario ahora sería libre.
Le expliqué mis reparos.
– Tengo que pensar si puedo saltar sobre mi propia sombra, pero preferiría que esperaras un poco.
– Bueno. Me alegró mucho no tener que pagar tu factura, pero tendría que haber pensado en el acto que una cosa así tiene su precio.
Habíamos acabado de comer. Giovanni sirvió dos sambuca, «Con los buenos deseos de la casa». Judith me contó su vida como desempleada. Al principio había disfrutado de aquella libertad, pero pronto empezaron los problemas. De la oficina de desempleo no podía esperar que le proporcionaran un trabajo comparable. Tendría que moverse por su cuenta. Por otra parte no estaba muy segura de querer volver a trabajar como secretaria de dirección.
– ¿Conoces personalmente a Tyberg? Yo mismo le vi por última vez hace más de cuarenta años y no sé si le reconocería.
– Sí, en los actos de entonces, cuando se cumplieron cien años de la RCW, se me encargó que me ocupara de él como chica para todo. ¿Por qué?
– ¿Quieres venir conmigo si voy a Locarno? A mí me gustaría.
– Así que quieres saberlo de verdad. ¿Qué plan tienes para contactar con él?