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El adolescente cambió entonces de personalidad. El niño tímido, reservado, se convirtió en un ser agresivo, un golfo impulsivo que iba de un hogar a otro, no paraba de cometer robos, actos de vandalismo, agresiones. A los diecisiete años lo enviaron a Marsella, a un centro destinado a adolescentes difíciles. Fue el segundo gran giro de su existencia. Allí conoció a Jean-Pierre Genoves, un psiquiatra muy abierto que lo inició en la apnea. Aquello fue una revelación. Jacques se apasionó por ese deporte y demostró poseer unas aptitudes únicas.

En 1977, después del servicio militar y de años de entrenamiento, Jacques batió su primer récord mundial en peso constante. Esa disciplina es particularmente difícil; no se trata de descender gracias al peso de un lastre y luego subir con ayuda de un paracaídas, como en la categoría «no limits», sino de sumergirse y salir a la superficie únicamente con la fuerza de las manos. Jacques alcanzaba así una profundidad de sesenta metros. Paralelamente, se ejercitó en el «no limits» y sobrepasó la línea de los cien metros, cruzada ya por Jacques Mayol en 1976. A partir de 1982, el campeón, que contaba veintiocho años, dejó de desarrollar una actividad tan intensa, hasta que acabó por abandonar la competición y se instaló en el Sudeste Asiático, donde desapareció hasta que el éxito de El gran azul volvió a colocarlo, brevemente, bajo la luz de los focos.

Marc había efectuado asimismo una búsqueda iconográfica. Por supuesto, había encontrado numerosas fotos del campeón durante su período de gloria. Pero había dado también con un retrato de Monique Reverdi y había descubierto a una mujer alta y delgada, perdida dentro de un vestido de flores de estilo Laura Ashley cerrado hasta el cuello. Una belleza lánguida, inquietante. Una larga melena castaña, peinada con raya en medio, acentuaba lo alargado de su rostro. Lo que impresionaba era su mirada, oscura, intensa, así como sus labios sensuales, en forma de pétalos. A Marc, la foto le había recordado, curiosamente, a dos estrellas del rock de distinto sexo: Cher y Marilyn Manson. Al mismo tiempo, había en su actitud una rigidez estoica, un hieratismo de mártir. Monique Reverdi era una mezcla de imagen piadosa y cubierta de disco.

Marc había conseguido hablar por teléfono con antiguos compañeros de trabajo de la asistente social. En opinión de todos, Monique Reverdi era una mujer servicial, generosa. «Una santa.» ¿Por qué se había cortado las venas?

De su experiencia como investigador criminal, Marc había obtenido una certeza: el único punto en común entre los asesinos en serie era su infancia perturbada. Violencia en el seno de la familia, alcoholismo, abandono, incesto… Según todos los indicios, no era ese el caso de Jacques, mimado por su madre. ¿Había bastado la violencia del descubrimiento del cuerpo para provocar la psicosis criminal?

Bebió un trago de café… frío. Tenía que encontrar otra pista. No para redactar su nuevo artículo, sino para comprender mejor el perfil del predador. Ordenó los papeles, las fotografías y las notas según los diferentes períodos cronológicos. Cuando llegó a la carpeta titulada «camboya», se dio cuenta de que no tenía casi nada. El retrato de Linda Kreutz, unos recortes de prensa procedentes de periódicos franceses… Se había puesto en contacto con la embajada de Francia en Phnom Penh, pero el personal había cambiado. Imposible acceder a los archivos del proceso, que tuvo lugar en pleno golpe de Estado. Tampoco había manera de dar con el abogado camboyano de Reverdi. Por lo que estaba viendo, la justicia camboyana era bastante confusa.

A Marc se le ocurrió una idea. Había leído en alguna parte que la víctima pertenecía a una familia acomodada. Seguro que los Kreutz habían contratado, en la época, los servicios de un abogado alemán para redactar la demanda y constituirse en acusación particular. Quizá incluso los de un investigador privado para arrojar luz sobre el caso. El instinto le decía que esos padres estaban convencidos de la culpabilidad de Reverdi y que debían de haberse sentido indignados por su liberación.

Su nueva detención, tras haber sido pillado en flagrante delito, podía darles ideas. Intentarían reabrir el caso de su hija en Camboya. Sí, se podía sacar algo por ese lado. Marc debía identificar al abogado encargado del caso.

7

Marc tenía varias tácticas para obtener información, e internet distaba mucho de ser su favorita. Demasiado vasto, demasiado confuso. En general, no había nada mejor que una buena llamada telefónica y el contacto humano. Llamó a la embajada de Alemania, a cuyo responsable de prensa conocía. Este último, sin siquiera colgar, se puso al habla por otra línea con un amigo reportero de la revista Stern, un especialista en sucesos que había cubierto el caso Kreutz. El periodista aún tenía las señas de Erich Schrecker, defensor de la familia.

Unos minutos más tarde, Marc estaba hablando con el abogado. Le explicó en su mejor inglés la investigación que estaba llevando a cabo: quería demostrar las posibles relaciones entre la acusación de Johore Bahru y las sospechas que habían pesado sobre Reverdi en Camboya. Schrecker lo interrumpió con sequedad:

– Lo siento, no puedo decir nada.

– Dígame al menos si van a reanudar las actuaciones. ¿El arresto de Reverdi en Malaisia permite recurrir en Camboya?

– El caso fue juzgado. Hubo sobreseimiento.

Por el sonido de la voz, Marc intuía que Schrecker y la familia Kreutz ya tenían una estrategia.

– ¿Se ha puesto en contacto con la acusación particular en Malaisia?

– Es muy pronto para decir nada.

– Pero los dos casos presentan similitudes, ¿no?

– Mire, estamos perdiendo el tiempo los dos. No le diré nada. Usted sabe que un abogado no habla con los periodistas, salvo si hacerlo puede ayudarlo en el caso. Este solo necesita una cosa: discreción. Así que no correré ningún riesgo.

Marc se aclaró la garganta.

– Puede informarse sobre mí. Soy un periodista serio.

– La cuestión no es esa.

– Le prometo que le dejaré leer el artículo antes de…

El abogado rompió a reír; su voz parecía rejuvenecer segundo a segundo.

– ¡Si supiera la cantidad de artículos que me han prometido que me dejarían leer y que no he visto jamás!

Marc no insistió; no recordaba haber cumplido ni una sola vez su palabra en ese terreno. Prefirió apostar por el pragmatismo:

– Tengo veinte años de crónica judicial a mis espaldas. No soy de los que escriben cualquier cosa. Deme solo la temperatura. ¿Lo relaciona con el caso de Papan o no?

Silencio del abogado.

– ¿Los dos sistemas judiciales van a colaborar?

– Mire, yo…

– ¿El DPP de Malaisia va a ir a Camboya?

Se notó un cambio en el silencio de Schrecker.

– Me he puesto en contacto con él, en Johore Bahru -susurró con lasitud-. No he obtenido respuesta. Y seguimos sin saber si los camboyanos están dispuestos a dejarle ver el expediente Kreutz.

– ¿Por qué no se lo dan ustedes?

Se echó de nuevo a reír, pero en un tono siniestro.

– Porque no lo tenemos. En 1997 éramos consultores extranjeros. Los jemeres son muy susceptibles en el terreno de las competencias. No están dispuestos a dejar que los occidentales les den lecciones.

El abogado se exaltaba. Marc notaba que el caso le resultaba apasionante.

Hay una cosa que debe entender -continuó-. Los jemeres rojos han matado al ochenta por ciento del personal judicial de Camboya. Actualmente, los abogados y los jueces tienen un nivel de formación equivalente al de un maestro. También está la corrupción, y las influencias políticas. Es un caos absoluto. A todo eso, se añaden las relaciones bastante difíciles entre Camboya y Malaisia. Y además, cuando lo hemos intentado con Tailandia…