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– Es tan tenaz como tú -respondió Roger-. Buscó en todos y cada uno de los hospitales hasta que me encontró.

Cerré los ojos, dominada por la sensación de estar volando. Verdes colinas y bosques surgieron ante mí. Olas que rompían en prístinas arenas níveas de playas vírgenes. Me sentí como un explorador que llegaba a una tierra mística. Era hermoso, como si mi alma se hubiera liberado de las ataduras terrenales y pudiera ver el pasado, el presente y el futuro. Había dolor y tristeza y terror, pero sobre todo había bondad y amor.

– Creo que estoy sufriendo una alucinación -dije, abriendo los ojos-. Me parece que he visto Tasmania.

Roger se echó a reír y deslizó los brazos por mi cintura.

Contemplé su cara sonriente y descubrí que yo también estaba sonriendo. Caminamos juntos hacia los restos de la casa. Fuera lo que fuera a lo que tuviera que enfrentarme, ya no lo haría sola. Mi australiano había regresado. Tal y como había prometido.

Nota de la autora

Durante la Segunda Guerra Mundial no existió una organización unificada conocida como «la Resistencia» en Francia. En el periodo de posguerra ese término se utiliza de forma general para describir a los grupos aislados de comunistas, socialistas, agricultores, estudiantes y redes de ciudadanos de a pie que emprendieron una amplia gama de actividades en pos de «resistirse» a la ocupación nazi de su país. Estas personas y grupos hicieron de todo: desde editar periódicos clandestinos, ocultar a soldados aliados, crear líneas de huida para los judíos, hasta realizar actos de sabotaje y tomar parte en el combate. Sin embargo, para simplificar, yo he utilizado el término «la Resistencia» para describir la causa de cuyo lado se pone Simone Fleurier cuando se une a la red de ayuda a los huidos.

Parte del placer de escribir La lavanda silvestre que iluminó París ha residido en poner a mis personajes de ficción entre los verdaderos personajes de París y Berlín de esa época, como Jean Renoir y el conde Harry Kessler. Espero que los lectores familiarizados con los diferentes movimientos artísticos y sociales de la Europa entre los años veinte y la Segunda Guerra Mundial encuentren satisfacción al ubicar a los personajes reales entre los de ficción. Por supuesto, el Folies Bergère y el Casino de París fueron famosos teatros de variedades de la época. El Adriana y su empresario teatral, Regis Lebaron, y su director artístico, Martin Meyer, son creaciones de mi imaginación.

En la medida de lo posible, he tratado de ser fiel a la consecución de los acontecimientos históricos, pero hay un momento en el que he cambiado un año. La producción del Folies Bergère de La Folie du Jour, protagonizada por Joséphine Baker, y el litigio entre Mistinguett y las hermanas Dolly en realidad tuvieron lugar en 1926, pero he situado ambos acontecimientos un año más tarde y en 1925 respectivamente para que cuadraran con la historia.

Desde luego, escribir La lavanda silvestre que iluminó París ha resultado ser un viaje revelador y delicioso, y espero que leerla les haya proporcionado tanto placer como a mí escribirla.

Agradecimientos

Mientras Simone Fleurier estaba haciendo su viaje desde Pays de Sault hasta convertirse en la cantante de teatro de variedades más famosa de Francia y formar parte de la Resistencia, yo también estaba haciendo mi propio viaje. Escribir La lavanda silvestre que iluminó París ha sido una experiencia maravillosa y enriquecedora, debido principalmente a la gente que he conocido mientras me documentaba y escribía.

En primer lugar, me gustaría dar las gracias a cuatro hombres en Francia, sin cuya generosa ayuda y esfuerzo esta novela no habría sido posible: Xavier Jean-François, que desinteresadamente dedicó su tiempo a traducir para mí las preguntas de investigación, a ponerse en contacto con organizaciones y académicos en Francia en mi nombre y a prestar su apoyo al proyecto de todas las formas que pudo; Michel Brès y José Campos, que han sido para mí unos magníficos investigadores en Pays de Sault y Marsella; y Graham Skinner, cuyos conocimientos de los sistemas de transporte franceses y ferrocarriles de la época en la que transcurre la historia han resultado ser de valor incalculable.

Además, entre las personas que me han ayudado con mi investigación francesa se cuentan: Nicolás Durr y su padre, Gilbert Durr; Pascale Jones; Chris y Vanessa Mack; Antoine Carlier; Selena Hanet- Hutchins y su madre, Kari Hanet; y Robbi Zeck y Jim Llewellyn de Aroma Tours, que me iniciaron en los placeres y la historia del cultivo de lavanda en la Provenza.

También estoy muy agradecida a la gente que ha ayudado generosamente con la investigación en sus respectivas áreas de especialización: a Gary Skerritt y Adam Workman por la información sobre los automóviles clásicos; a Fiona Workman por los asuntos médicos; Christine Denniston y Sophia y Pedro Álvarez por su información sobre el tango en el París de los años veinte; a Jeff Haddleton y Fiona Watson por su información sobre los bailes de salón; a Barry Tate, historiador de aviación, cuya excelente información sobre aviones no he llegado a utilizar en esta novela, pero la guardo para otra futura; a Steven Richards de Hewlett Packard por salvarme de un infierno informático; a Andrea Lammel por revisar mis frases en alemán; a la doctora Larissa Korolev por revisar mis frases en ruso; a Damian Seltzer por sus airadas maldiciones para el bailarín argentino de tango, a Álvaro Covarrubias por ponerme en contacto con Damian, y a Rosalind Bassett por ponerme en contacto con Álvaro; y, por supuesto, tengo que dar las gracias a mi apuesto compañero de baile, Mauro Crosilla, por aceptar el desafío de aprender a bailar el tango conmigo para que pudiera experimentar ese baile por mí misma.

También tengo que dedicarle un agradecimiento especial al personal del Servicio de Información Bibliotecaria Estatal y a la Biblioteca de Ku-ring-gai por hacer siempre lo indecible para encontrarme la información que necesitaba.

Me gustaría expresar mi gratitud a mi maravillosa agente, Selwa Anthony, por su entusiasta apoyo y por ser una fuente de inspiración y equilibrio durante el proceso de escritura y edición. También me siento muy agradecida a su mano derecha, Brian Dennis, por proporcionarme sabios consejos sobre cuestiones prácticas relativas a la labor de ser escritor.

El viaje para escribir La lavanda silvestre que iluminó París se ha hecho todo lo agradable que era posible gracias a mi «equipo en boxes» de HarperCollinsPublishers, que tan hábilmente me han cambiado los neumáticos, me han ajustado la suspensión, han revisado mis frenos y me han puesto gasolina antes de enviarme a dar cada vuelta de edición. En particular, también me gustaría decir que trabajar de nuevo con mis editoras, Julia Stiles y Nicola O'Shea, en este libro ha sido una de las cosas que más ha merecido la pena de escribir una novela casi tan larga como Guerra y paz, ¡así el placer ha durado más! He valorado muchísimo la perspicacia inspiradora de ambas.

Finalmente, me gustaría darles las gracias a mi familia y a mis amigos por darme el apoyo constante que me proporcionan durante el proceso de escritura. La vida no sería la misma sin ellos.

Belinda Alexandra

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