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Martine y yo hicimos todo lo que pudimos para no echarnos a reír.

– Dos personas han nacido esta noche -comentó.

El telón cayó tras el noveno bis. La adrenalina que me había mantenido en pie durante el espectáculo descendió en picado. Me palpitaba con fuerza el corazón y notaba un hormigueo en las plantas de los pies y en las puntas de los dedos de las manos. Marcel me cogió del brazo y me dio un apretón. Se había sorprendido mucho al saber que yo iba a ocupar el puesto de protagonista, pero la sorpresa mejoró su actuación. Me esforcé por mantener el tipo. El resto de los integrantes del reparto se arremolinaron a nuestro alrededor.

– ¡Bien hecho, Simone! -gritó Claude.

– ¡Estás preciosa! -exclamó con entusiasmo Marie.

Monsieur Vaimber y los tramoyistas gritaron «¡Bravo!» desde bastidores e incluso el grupito de Claire se comportó de manera atenta.

– ¡Tienes un aspecto tan diferente! No puedo creer que seas tú -comentó Paulette-. Es increíble lo que un vestido bonito puede hacer.

Monsieur Dargent apareció entre bastidores y los demás le dejaron pasar.

– ¡Simone! -exclamó, abrazándome efusivamente y besándome en las mejillas-. ¿Quién se lo podía imaginar? Te has metido en el papel de estrella como pez en el agua.

Me condujo escaleras arriba hacia mi camerino. El pasillo estaba lleno de admiradores e incondicionales. Mujeres con vestidos de escotes pronunciados se apoyaban del brazo de hombres con bigotillos delgados. Parecían brillar y titilar ante mí como un río bajo la luz del sol. Movían la boca rápidamente, comentando sus sensaciones sobre el espectáculo, pero se quedaron en silencio cuando me vieron.

– ¡Bonsoir, mademoiselle Fleurier! -chilló alguien.

Eso hizo que la algarabía comenzara de nuevo.

– ¡Bravo, mademoiselle Fleurier! -gritaban-. ¡Vaya actuación!

Busqué a Bernard entre el mar de rostros, pero no lo encontré. A pesar de que monsieur Dargent había asegurado que yo me había adaptado al papel de estrella de manera innata, me paralizó que tanta gente me prestara atención. Me hubiera gustado huir de allí, pero no quería decepcionar a monsieur Dargent. Aturdida, firmé autógrafos, besé mejillas y estreché manos, haciendo todo lo posible por mantener una actitud valiente, cuando lo único que deseaba era tumbarme.

– No veo a Bernard -le susurré a monsieur Dargent.

Le había contado antes que un amigo de la familia estaba entre el público para ver la representación.

Me dio unos golpecitos en el brazo.

– Vete a tu camerino y veré si puedo encontrarle.

Monsieur Dargent se volvió hacia los admiradores y dio una palmada:

– Mademoiselle Fleurier necesita un descanso. Mañana por la noche volverá a encontrarse con todos ustedes.

La multitud comenzó a dispersarse. Varias personas gritaron que volverían. Un trío de hombres vestidos con esmóquines y sombreros de copa se quedaron rezagados y el más alto de ellos me miró fijamente. Pero fuera cual fuera el mensaje que trataba de transmitirme, no lo comprendí. Estaba a punto de desmayarme.

Cerré la puerta del camerino y me desplomé de rodillas, demasiado agotada como para quitarme los zapatos o el tocado. Fabienne y las hermanas Zo-Zo todavía estaban abajo y agradecí poder contar con unos minutos de tranquilidad hasta que volvieran. La estancia olía a limón y a menta, y a algo más… ¿A tabaco? Abrí los ojos y me sobresalté al distinguir a un hombre sentado en la silla de mi tocador. Al principio, pensé que era Bernard, pero aquel hombre era unos años mayor, aunque iba vestido impecablemente.

Se puso en pie.

– Siento haberla sorprendido, mademoiselle Fleurier -dijo-. Quería evitar el frenesí de ahí fuera para poder hablar con usted. Soy Michel Etienne.

Lo anunció de tal modo que sugería que yo debía conocerle. Claramente, tenía el aire impositivo de alguien acostumbrado a que le pidieran favores. Pero yo no tenía ni la menor idea de quién era. Tenía una estatura media y constitución enjuta y nervuda, con una tenue mata de pelo rubio que dejaba al descubierto una frente de entradas generosas. Su acento era suave y nasal, y ya lo había oído en alguna otra ocasión en Marsella. Era de París.

– Ha tenido usted un debut impresionante para ser tan joven -comentó-. Si puede venir a París, quizá logre hacer algo por usted.

Se llevó la mano al bolsillo de la chaqueta y sacó una tarjeta. Me la entregó.

Michel Etienne

Agente teatral

Rue de Saint Dominique, París

Me quedé desconcertada, pero también intrigada.

– ¿París? -murmuré.

Monsieur Etienne me dedicó una sonrisa fugaz y me indicó que le dejara pasar. Me incorporé lentamente y me aparté de su camino. Me saludó con la cabeza y cerró la puerta tras de sí.

¿París? Examiné la tarjeta de color crema y motivos dorados, imaginándome elegantes cafés y ventanas abuhardilladas como las que había visto en las revistas que Bernard solía traerle a tía Yvette. Visualicé las luces refulgiendo sobre el Sena, y el romance y la intriga a la vuelta de la esquina. «Ojalá…», suspiré, guardándome la tarjeta en mi estuche de maquillaje. Solamente el billete a París costaría más de lo que podía ahorrar en seis meses.

Un golpe en la puerta me sobresaltó. La abrí para ver al otro lado la cara sonriente de Bernard.

– ¡Bernard!

Entró corriendo en la habitación y me abrazó efusivamente.

– ¡Qué sorpresa, Simone! -exclamó, echándose a reír-. ¿Qué historia era esa de que trabajabas de costurera? ¡Pero si eres la estrella del espectáculo!

– Sí que fui costurera -aclaré-. Pero cómo conseguí el papel es una larga historia.

– Tu padre estaría muy orgulloso de verte. El público se ha quedado encandilado.

Lo cogí de la mano y lo conduje hasta el sofá en el lado de la habitación que pertenecía a Fabienne. Con la mente todavía acelerada por los acontecimientos de la noche, me costaba concentrarme, pero la alegría de Bernard por el espectáculo me produjo más satisfacción que ninguna otra cosa. Me había preocupado por que pudiera no aprobarlo, pero allí estaba, asegurándome que mi padre se habría sentido orgulloso. Si aquello era cierto, estaba convencida de que mi madre y mi tía también pensarían lo mismo. Estaba a punto de contarle lo que había pasado con el agente de París cuando escudriñé detenidamente su rostro. En su cara se podía apreciar una sonrisa tensa y bajo sus ojos vi unos círculos oscuros.

– ¡Bernard! ¿Qué sucede? ¿Qué ha pasado?

– Tengo algo que contarte -me anunció, cogiéndome las manos y bajando la voz-. Ha tenido lugar una desgracia en la finca. Tienes que venir a casa lo antes posible.

Capítulo 7

Cuando le anuncié a monsieur Dargent que tenía que marcharme porque tío Gerome había sufrido un infarto, recibió la noticia con mucha más tranquilidad de lo que yo había esperado.

– ¿Qué puedo decir? -comentó-. Interviniste en el último minuto en dos de mis espectáculos y nos salvaste. Ahora tengo inversores, gracias a ti. Puedo guardarte el papel durante una semana si vuelves inmediatamente.

Por la descripción de Bernard del estado de tío Gerome, anticipé que no iba a volver a Marsella en tan poco tiempo, así que acepté continuar con el papel de Sherezade durante dos noches más para darle tiempo a Fabienne de prepararlo.

Madame Tarasova celebró una fiesta en mi honor en el vestuario con vino y pasteles rusos. La noticia de la enfermedad de tío Gerome me provocó una gran conmoción y despertó una serie de complicados sentimientos en mi interior. Nunca había querido a mi tío. Era de la opinión de que había estafado a mi familia y me había enviado lejos de casa cuando más necesitaba a mi madre y a mi tía. Y, sin embargo, me sentí obligada a volver a Pays de Sault por emociones más profundas que la mera obligación. Me preocupaban mi madre y mi tía, y comprendía que aquello era lo que mi padre hubiera querido de mí; pero, para mi sorpresa, también sentí pena por mi tío. Recordé la expresión atormentada de su rostro cuando me marché de la finca rumbo a Marsella. Era un hombre destrozado por dentro. Y aun así, cuando contemplé las sonrisas de la gente que había sido amable conmigo en Le Chat Espiègle -madame Tarasova y Vera, Albert, monsieur Dargent y Marie-, la compasión se mezcló con un sentimiento de culpa. Aquella era mi vida ahora. ¿Cómo podía abandonarla, sin más?