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Centro Médico de Nightingale

Bob Scudamore abrió de un empujón la puerta de recepción y se plantó delante del singular cuadro arremolinado en torno al teléfono. Harry fue él primero en advertir su presencia. Al verlo se llevó un dedo a los labios para indicarle que guardara silencio y, acto seguido, le hizo una seña para que se aproximara. «El padre -escribió en un pedazo de papel-. Sophie está a salvo. Magullada y maltrecha, pero no la ha violado. Opuso resistencia. El padre ahora se justifica. ¡Está loco de remate!»

Bob cerró los ojos aliviado y se dispuso a prestar atención al monólogo autocomplaciente que sonaba a través del altavoz.

– … ella una chica muy arrogante… viste sexy para que hombres miran a ella. Si voy a hablar con gente, dice ella, ellos hacen lo que yo digo. Todo el mundo conoce a mí… yo gusto a todo el mundo. Sobre todo a los hombres. Yo una chica muy guapa. Ella piensa Franek bueno… dice ahora delante de señora de la casa… usted increíble, Franek. Franek dice a ella, usted muy contenta con usted misma, señorita, y ella enfada… rompe florero… raja cara a Franek… intenta poner Milosz contra su padre. Ella habla con hijo todo el rato… mira a mí, dice… haz caso a mí. Pero a Milosz no interesa… él dice a ella…

¡A la mierda con ese rollo!

La adrenalina se acumulaba como un nudo en el estómago de Bob desde que había recibido la llamada de Harry. Al liberar la tensión, esta le salió tronando por las venas. Bob se inclinó para acercar la boca a cinco centímetros del altavoz.

– Aquí estoy -anunció con voz ronca.

Una larga pausa.

– ¿Quién es?

– El hombre de Sophie.

– ¿Dónde está policía?

– Solo estamos tú y yo, cabrón retorcido.

– Yo no hablo con usted.

Bob soltó una risita.

– Lo harás cuando vaya a por ti -le amenazó-: No podrás parar. Esto es lo que hago… cojo los sesos de un hombre y los vuelvo del revés. Me hago una idea de lo que voy a encontrar en tu cabeza. Un alfeñique llorica que tenía tanto miedo de su padre que mojó la cama la primera vez que intentó hacer el amor con una mujer. ¿Estoy en lo cierto?

El silencio se volvió agobiante. Jenny Monroe hizo amago de disponerse a hablar, pero Bob se llevó un dedo a los labios para que guardara silencio.

– Quiero policía. Pase policía.

– Sigo aquí, señor Zelowski -dijo Ken Hewitt.

– ¿Oye eso? Hombre amenaza Franek.

– Será su conciencia -repuso el agente con calma-. Aquí nadie ha oído nada.

POLICÍA DE DEVON Y CORNUALLES

› Investigación sobre persona desaparecida: Amy Rogerson/ Biddulph

› SOLICITUD DE REGISTRO DOMICILIARIO INMEDIATO

› Rose Cottage, Lower Burton, Devon

› Autorización recibida

› Información detallada a continuación…

Capítulo 27

Interior del nº 23 de Humbert Street

Al igual que Sophie, Gaynor tendría sueños recurrentes llenos de sangre. Jimmy también. Pasado el trauma, despertarían sobresaltados en mitad de la noche, con el sudor corriéndoles por la espalda, los ojos abiertos de par en par en plena oscuridad y los dedos buscando desesperados el interruptor de la luz. Todos ellos rechazarían someterse a tratamiento psicológico. Sophie, porque tenía a Bob para que le ayudara a superarlo con paciencia; Gaynor, porque no soportaba revivir el terrible dolor y sentimiento de culpa que le suscitaba el recuerdo de aquel día; Jimmy, porque necesitaba revivirlo una y otra vez por si olvidaba las vidas que se perdieron aquel día.

Pese a su desasosiego, al final Gaynor se decidió a acercarse al número 23 por la parte de atrás. Se preguntó por qué estaba rota la puerta de la cocina, pero Jimmy no habría salido de allí si no se tratara de una salida, se decía una y otra vez, y lo único que ella quería era una ruta de acceso a la parte de delante. Jimmy se había servido de una antes para aparecer a su lado. Aquella no tenía por qué ser distinta.

Al pasar por delante del cuarto trasero echó un vistazo rápido por la ventana para comprobar que estaba desocupado, al igual que la cocina. Pisó el agua que había en el suelo y se detuvo en el umbral de la puerta para decir en voz alta:

– ¡Hola! ¿Hay alguien aquí? Estoy intentando pasar a Humbert Street. Busco a mis hijos.

Solo notó quietud en toda la casa. Si había alguien dentro, intentaba pasar inadvertido.

Probó a abrir la puerta de la habitación que daba atrás pero estaba cerrada con llave… el cuarto vacío… Miró escalera arriba antes de detenerse junto a la puerta abierta del salón. Con una simple ojeada captó una imagen general de la escena. La ventana hecha añicos. Las cortinas ondeantes. Los muebles destrozados. Lámparas caídas, como si aquello fuera una caseta de tiro al blanco. Ladrillos y piedras, esparcidos por el suelo. El olor húmedo y acre de un fuego extinguido con agua.

…estaba en la casa de los pederastas…

Su reacción instintiva fue marcharse, pero a través de la ventana vio la figura alta e inconfundible de su hija, de pie, de espaldas a la casa. A su lado se hallaba Colin. Mientras los observaba, los gritos de la multitud se descompusieron en insultos individuales. Gaynor reconocía la voz más alta, pero no conseguía ubicarla.

– ¡No vamos a esperar mucho más, zorra!

– ¿Qué coño hace tu chorbo, Mel? ¿Echar un polvito con los pervertidos o qué?

– ¡A lo mejor no le gustan las tías con bombo! ¡Ya verás como cruzas las piernas la próxima vez!

La misma voz, cada vez más alta y desaforada. Una voz de negro.

– Eh, zorra, como les esté ayudando os vamos a joder bien a ti y a tu colega. Y tú, Col, te ponías muy gallito cuando estabas haciendo las bombas, pero nunca dijiste que eras un gallina a la hora de usarlas.

Wesley Barber, pensó Gaynor asustada. El imbécil que le daba a la meta… y que por la voz debía de ir colocado hasta las cejas. ¡Ay, Dios! ¿Qué hacer? ¿Salir y ponerse junto a Melanie y Colin? ¿Decirle a la gente que Jimmy ya no estaba allí? No la creerían. ¿Y dónde se había metido Jimmy? ¿Qué estaría haciendo? ¿Quiénes eran los que iban con él? Su mente trataba de encontrar respuestas. ¿Serían pederastas? Pero ¿quién sería la joven? ¿Y qué les haría la gente a Mel y Col si pensaban que Jimmy había ayudado a los pederastas a escapar?

Frenó sus pensamientos con determinación. Lo único que quería era dar con una solución. No tenía sentido que Mel y Col custodiaran una casa vacía. Más valía salir por la ventana y decirles que se apartaran y dejaran entrar a Wesley. El olor a quemado no suponía una amenaza. El fuego estaba apagado, y las consecuencias para el resto de la calle si el número 23 acababa siendo pasto de las llamas distaban tanto de constituir una prioridad para Gaynor en aquel momento que no se lo planteó ni por un instante. Subió corriendo por la escalera para inspeccionar las habitaciones.

Creía estar acostumbrada a los sobresaltos hasta que vio la sangre en el dormitorio trasero. El intenso olor corporal -caliente, rancio y repugnante- hizo que la bilis le subiera a la garganta; se tapó la boca y corrió escalera abajo, llorando de miedo. Al igual que le había ocurrido a su hijo un rato antes, era físicamente incapaz de absorber una gota más de adrenalina sin que su cuerpo se rebelara. Se apoyó contra la pared y se inclinó hacia delante, presa de fuertes arcadas.