– Es hora de ir a casa, Amy.
La niña se parapetó tras la puerta.
– No quiero. Quiero quedarme aquí.
El policía más joven negó con la cabeza.
– No tienes elección, cielo.
La muchacha apartó el brazo de golpe al ver que el agente alargaba el suyo para cogérselo.
– Diré que me ha tocado los pechos -le advirtió.
– ¡Santo cielo! -exclamó su compañero con tono de queja, mientras metía la mano por la ventanilla del coche para coger la radio-. ¿Dónde diablos aprendéis las chicas esas cosas? -El agente transmitió la señal de llamada-. Sí, aquí está. Viva… vestida como una fulana… y se niega a salir de la casa. Está amenazándonos con acusarnos de abusos deshonestos. Sí… mujeres policía y una asistenta social. -El hombre miró a la muchacha-. Es una niña de lo más repipi. No envidio a su pobre madre, eso desde luego. La cría se cree que es Lolita… pero más bien se parece a Macaulay Culkin vestido de mujer. Exacto, lo has pillado… Solo en casa… y pasándoselo en grande.
Mensaje enviado por fax al sargento Gary Butler
al hotel Hilton de Southampton
Mensaje telefónico
Para: Inspector Jefe Tyler
De: Sra. Angela Gough
Atendida por: Agente Drew
Fecha: 28/07/01
Hora de llamada: 16.15
La Sra. Gough se pregunta ahora si el chantaje sería el motivo del ínteres de Edward Townsend por Francesca. Durante la segunda conversación mantenida con su hija en Mallorca, Francesca explicó el viaje en los siguientes términos: «Ed dijo que la mejor manera de averiguar si alguien te quiere es ver cuánto está dispuesto a pagar por ti». Francesca dio por sentado que Ed se refería a los billetes de avión de ida y vuelta a Mallorca y la cuenta del hotel. Le disgustó ver que él no la quería tanto como creia. Pensándolo bien, la Sra. Gough se pregunta si Townsend no estaría planeando un burdo chantaje del tipo «si no pagas, aparecerán unas fotos de tu hija desnuda en el News of the World». La Sra. Gough se describe a sí misma como una persona «bastante adinerada».
G. Drew
Capítulo 29
Sábado, 28 de julio de 2001.
Despacho del gerente, hotel Hilton. Southampton
Rogerson fue informado de que su hija se encontraba a salvo en cuanto llegó al hotel. Tyler habló con él en el despacho del gerente, y aguardó a que el hombre se serenara. Resultaba difícil decir si sus lágrimas eran verdaderas, pero así lo supuso Tyler. Los ánimos del hombre estaban más caldeados de lo que dejaba entrever.
Rogerson insistía en afirmar que no sabía, ni había manera de que hubiera sabido, que su cliente había secuestrado a su hija. Había prestado toda su colaboración una vez enterado de ciertos asuntos y accedido a revelar de inmediato al inspector Tyler la dirección de una segunda propiedad que poseía Edward Townsend. Rogerson reconoció que había invertido capital en Etstone en la época en la que su mujer lo abandonó, pero no estaba dispuesto a informar de la cifra exacta. Desde luego, se trataba de una suma considerable, y tanto a él como al señor Townsend les interesaba mantener las buenas relaciones tras la marcha de Laura a Southampton.
A Tyler le parecía gracioso. ¿La táctica del caballo de Troya?, preguntó. ¿Aguardar el momento oportuno, fingir una retirada y vengarse después del enemigo cuando este ha bajado la guardia?
Rogerson, que también le veía la gracia, respondió que si bien no podía hablar por su cliente, como era de suponer, le había sorprendido la disposición del señor Townsend a dar por sentado que podía quitar la mujer a otro hombre con total impunidad. Se refirió a ello como el síntoma de Jeffrey Archer / Bill Clinton. Algunos hombres se engañan pensando que pueden quedar sin castigo hagan lo que hagan, murmuró.
Sin embargo, Rogerson negaba rotundamente haber fraguado la quiebra de Etstone. En efecto, como asesor legal de la compañía, conocía al director de la sucursal del banco de la empresa, pero refutó toda insinuación de que le hubiera dado a entender en ningún momento que tenía la intención de retirar su crédito de acuerdo con las condiciones del contrato realizado con Townsend hacía unos diez años. Rogerson ignoraba por completo si el director era masón y no estaba seguro de haber coincidido alguna vez con él en una reunión de la logia. El origen de los problemas de la empresa pasaba por Townsend, no por él.
En opinión de Rogerson, y de la mayoría de los accionistas, el negocio podía salvarse únicamente si alguien compraba la parte de Townsend y se reestructuraba la empresa. Fue el mal juicio de Townsend lo que llevó a una pérdida de confianza en la urbanización Guildford. Townsend había pagado un precio demasiado elevado por el solar, y los urbanistas le negaron el permiso para construir una zona residencial de lujo. El clima de opinión había cambiado en favor de la edificación de propiedades más económicas para impulsar la incorporación de los compradores de una primera vivienda a la escala inmobiliaria.
Sin duda, el valor de Etstone había disminuido de forma considerable a raíz del descalabro de Guildford, lo que dibujaba un futuro incierto para Townsend. Tanto su residencia de Southampton como su casita de Devon se habían ofrecido como aval para los créditos, y ahora el hombre se enfrentaba a una ruina inminente. Rogerson no disfrutaba con aquella situación. No era un hombre vengativo, y siempre había mantenido los negocios separados de sus asuntos personales.
¿Hasta qué punto podía llegar a ser vengativo Townsend, según él? ¿Sería Amy un premio de consolación o una baza para exigir un rescate? Rogerson no tenía respuesta a aquellas preguntas. Se limitaba a negar de forma categórica una y otra vez que en algún momento hubiera tenido razón alguna para pensar que Townsend fuera un pedófilo.
Laura Biddulph se desahogó llorando al otro lado de la línea telefónica.
– Gracias a Dios… gracias a Dios… gracias a Dios. -Era lo único que podía decir.
Tyler le explicó que la niña estaba ilesa, aunque aún no la había examinado ningún doctor.
– Amy afirma con rotundidad que Edward nunca la ha tocado con intenciones sexuales -expuso Tyler- y, por si sirve de algo, la asistenta social cree que dice la verdad. Según ella, Amy es una niña muy madura para su edad y entiende la diferencia entre una manera de tocar apropiada o inapropiada.
– Entonces ¿por qué se la llevó?
– Todavía no se lo hemos preguntado. -Tyler hizo una pausa-. Amy dice que Townsend fue a buscarla porque ella le contó que era tan infeliz que iba a suicidarse.
Más llanto.
– ¿Y por qué no me lo dijo a mí?
– Quizá porque a usted le daba demasiado miedo formular la pregunta -dijo Tyler con suavidad-, y a él no.
Coche patrulla en camino desde el Hilton de Southampton
a la Jefatura de Policía de Hampshire
Pese a que le informaron de sus derechos, Townsend tenía ganas de justificarse. Sentado en el asiento trasero del coche de policía, se dirigió con seriedad a Tyler, que ocupaba el lugar del copiloto. Gary Butler, al volante, observaba los cambios de expresión de su rostro a través del espejo retrovisor.
– Nunca le he puesto un dedo encima a Amy -afirmó-. No soy un corruptor de menores, inspector. Nunca la obligaría ni la coaccionaría para que hiciera algo que no deseara. La quiero demasiado para eso… a diferencia de sus padres, que la tratan como una mercancía. Su padre la utiliza como arma. Su madre la utiliza para reafirmar su autoestima.
Tyler se volvió hacia él.
– ¿Y usted solo quería acostarse con ella?
– No soy un asqueroso pederasta. Si lo fuera, Amy nunca habría venido conmigo. Todo lo que hago es con su consentimiento. De otra manera no lo haría.
Tyler se preguntó si existía un credo del pedófilo que Townsend se hubiera aprendido de memoria. «No soy un corruptor de menores… No soy un pederasta… Todo se ha hecho con su consentimiento…»