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Tenía que huir lo más rápido posible. Con desesperación empezó a subir por las escaleras. En el descanso del tercer piso se encontró con Azucena, Cuquita, su abuelita, Rodrigo, Citlali y Teo, quienes también trataban de huir. A la primera que pasó en su carrera fue a la abuelita de Cuquita, quien por su ceguera y su avanzada edad venía a la retaguardia. Después pasó a Cuquita, quien subía lentamente cargando su Ouija cibernética. Luego a Citlali, quien era llevada a la fuerza por Teo, pues se resistía a escapar al lado de los supuestos criminales. Enseguida pasó a Azucena, quien se detenía frecuentemente a esperar a los demás, y por último pasó a Rodrigo, quien llevaba la delantera pues no veía por nadie más que por él mismo.

Las escaleras se movían de un lado al otro. Las paredes parecían estar haciendo «olas» en un estadio de fútbol. Al principio, parecía que el temblor estaba de parte de ellos, pues los guaruras no podían atinarles, pero de pronto el terremoto se les volteó en su contra. Empezaron a caerles ladrillos y vigas de acero en su camino. Cuquita pidió ayuda. Su abuelita no podía continuar y ella no podía auxiliarla, pues llevaba entre las manos la Ouija, el elemento de prueba en contra de Isabel. Azucena se regresó a auxiliarla. La abuelita la tomó fuertemente del brazo. Se sentía terriblemente insegura caminando por esas escaleras, antes conocidas de memoria y ahora llenas de obstáculos. Era horrible dar un paso y descubrir que a la escalera le faltaban escalones o le sobraban piedras en el camino.

El brazo de Azucena le daba un firme soporte. La sabía guiar muy bien en la oscuridad. La abuelita se sujetó a ella y no la soltó ni cuando su voluntad de seguir viviendo se dio por vencida. Es más, Azucena ni siquiera notó que la abuelita acababa de morir, porque su mano seguía aferrada a su brazo como burócrata al presupuesto. Tampoco notó cuando penetraron en su cuerpo tres balas. Lo único que percibió fue que la oscuridad se intensificaba. Todos desaparecieron de su vista. Lo único real era el tubo de un calidoscopio oscuro por el que caminaba acompañada de la abuelita de Cuquita. Al final se alcanzaba a ver un poco de luz y algunas figuras. Azucena empezó a sospechar que algo extraño le estaba pasando cuando entre esas figuras reconoció la de Anacreonte. Anacreonte la recibió con los brazos abiertos. Azucena, deslumbrada por su Luz, olvidó las viejas rencillas que tenía con él y se fundió en un abrazo. Se sintió querida, aceptada, ligera. Instantáneamente dejaron de pesarle sus problemas, su soledad… y la abuelita de Cuquita. La abuelita por fin se había desprendido de ella y se estaba encaminando hacia la Luz. Y hasta ese momento Azucena comprendió que se había muerto y la entristeció saber que no había cumplido con su misión. Al fin había recordado cuál era. Cuando uno está alineado con el Amor Divino es muy fácil recobrar el conocimiento. Lo difícil es mantener esa lucidez en la Tierra, en el campo de batalla.

Para empezar, en cuanto uno baja a la Tierra pierde la memoria cósmica. La tiene que recuperar poco a poco y en medio de la lucha diaria, de los problemas, de la mundana vulgaridad, de las necesidades humanas. Lo más común es que uno pierda el rumbo. Es parecido al caso de un general que planea muy bien la batalla en el papel, pero cuando está en medio del humo y de los espadazos olvida cuál era la estrategia original. Lo único que le preocupa es salir a salvo. Sólo los iniciados saben muy bien lo que tienen que hacer en la Tierra. Es una lástima que todos los demás sólo lo recuerden cuando ya no pueden hacer nada. De poco le servía a Azucena haber recordado cuál era su misión. Ya no tenía cuerpo disponible para ejecutarla. Alarmada, miró a Anacreonte y le suplicó que la ayudara. No podía morir. ¡No ahora! Tenía que seguir viviendo a como diera lugar. Anacreonte le explicó que ya no había remedio. Uno de los balazos le había destrozado parte del cerebro. La desesperación de Azucena era infinita. Anacreonte le dijo que la única solución posible era que pidieran autorización para que tomara el cuerpo que la abuelita de Cuquita acababa de desocupar. La inconveniencia era que ese cuerpo tenía mucha edad, no contaba con el sentido de la vista, estaba lleno de achaques y no le iba a servir de mucho. A Azucena no le importó. Realmente estaba arrepentida de haber sido una necia, de haber roto comunicación con Anacreonte, de no haberse dejado guiar y de no cooperar en la importante misión de paz que le habían asignado. Prometió portarse muy bien y corregir sus errores si le permitían bajar. Los Dioses se compadecieron de su sincero arrepentimiento y giraron instrucciones a Anacreonte para que le diera a Azucena un repaso súper rápido de la Ley del Amor antes de dejarla encarnar nuevamente.

Anacreonte condujo a Azucena a una habitación de cristal y le introdujo en la frente un diamante cristalino y diáfano que producía chispazos multicolores al momento de recibir la Luz. Era una medida precautoria, pues Anacreonte sabía muy bien que «genio y figura hasta la sepultura». En esos momentos Azucena estaba muy arrepentida y dispuesta a todo, pero en cuanto bajara a la Tierra seguramente olvidaría nuevamente sus obligaciones y a la menor provocación permitiría que la nube negra del encabronamiento le cubriera el alma oscureciéndole el camino. En caso de que eso sucediera, el diamante se encargaría de capturar y diseminar la Luz Divina en lo más profundo del alma de Azucena. De esa forma no había la más remota posibilidad de que perdiera el rumbo. Acto seguido procedió a explicarle de la manera más sencilla y rápida la Ley del Amor, a manera de repaso y no de regaño.

– Querida Azucena -le dijo-. Toda acción que realicemos repercute en el Cosmos. Sería una arrogancia tremenda pensar que uno es el todo y que puede hacer lo que se le venga en gana. Uno es el todo, pero es un todo que vibra con el Sol, con la Luna, con el viento, con el agua, con el fuego, con la tierra, con todo lo que se ve y lo que no se ve. Y así como lo que está afuera determina lo que somos, así también todo lo que pensamos y sentimos repercute en el exterior. Cuando una persona acumula en su interior odio, resentimiento, envidia, coraje, el aura que lo rodea se vuelve negra, densa, pesada. Al perder la posibilidad de captar la Luz Divina su energía personal baja y, lógicamente, la que lo rodea también. Para aumentar su nivel energético, y con él el nivel de vida, es necesario liberar esa energía negativa. ¿Cómo? Es muy sencillo. La energía en el Universo es una. Está en constante movimiento y transformación. El movimiento de una energía produce un desplazamiento de otra. Por ejemplo, cuando sale una idea de la mente, a su paso abre un camino en el Éter, y tras de sí deja un espacio vacío que necesariamente va a ser ocupado, según la Ley de la Correspondencia, por una energía de idéntica calidad a la que salió, pues fue desplazada en el mismo nivel. Esto es: si uno lanza una idea de onda corta, va a recibir energía de onda corta porque en ese nivel de vibración se lanzó la idea original. Como en las estaciones de radio, la sintonía se mantiene. Si uno sintoniza la Charrita del Cuadrante, va a escuchar la Charrita del Cuadrante. Si uno quiere escuchar otra estación tiene que cambiar de sintonía. Por lo tanto, si uno envía ondas de energía negativa, recibirá ondas negativas.

»Ahora bien, existe otra ley que dice que la energía que permanece estática pierde fuerza y la energía que fluye se incrementa. El mejor ejemplo lo dan el agua de un río y la de un lago. La de un lago está estática y por lo tanto tiene restringida su capacidad de crecimiento. La de un río circula y aumenta en la medida en que se nutre de los riachuelos que encuentra en su camino. Va creciendo y creciendo hasta que llega al mar. El agua de un lago nunca podrá convertirse en mar. La del río, sí. El mar nunca cabrá en un lago. Pero el lago en el mar, sí. El agua estancada se pudre, la que fluye se purifica. Lo mismo pasa con una idea que sale de nuestra mente. Al fluir, aumenta y ha de regresar a nosotros amplificada. Por eso se dice que si uno hace el bien, éste le va a regresar amplificado siete veces. La razón es que en el camino se va a nutrir de energía de la misma afinidad. Por eso hay que tener cuidado con los pensamientos negativos, pues corren con la misma suerte.

»Si la gente supiera cómo funciona esta ley, no estaría empeñada en acumular pertenencias materiales. Te voy a dar un ejemplo muy burdo. Si una señora tiene su clóset lleno de ropa y quiere cambiar su vestuario, tiene que tirar la ropa vieja, ponerla en circulación para que la nueva llegue. De otra manera es imposible, pues todos los ganchos están ocupados y no hay manera de aumentar el espacio dentro del clóset. Tiene un espacio limitado. Lo mismo pasa con el del Universo. No crece. La energía que se mueve dentro de él es la misma, pero está en constante movimiento. De uno depende qué tipo de energía va a entrar a circular dentro del cuerpo. Si uno mantiene el odio dentro del cuerpo, cual ropa vieja, no deja espacio para el amor. Si se quiere que el amor llegue a la vida hay que deshacerse del odio a como dé lugar. El problema es que, según la Ley de Afinidad, al desplazar odio se recibe odio. La única solución es transmutar la energía del odio en amor antes que salga del cuerpo. La encargada de estos menesteres era la Pirámide del Amor. Por eso es muy importante que la pongas nuevamente a funcionar. Sé que te estamos encargando una misión casi casi imposible, pero también sé que puedes perfectamente con ella. Yo, por si las dudas, voy a estar a tu lado en todo momento. No estás sola. Recuérdalo. Nos tienes a todos contigo. Te deseo mucha suerte.