En cuanto la policía se fue, Cuquita soltó la lengua contra Ex Azucena.
– 'Ora sí muy chillón, ¿no? Pero ¿qué tal cuando andaba de matón…? ¿Pues que nunca creyó que la policía lo iba a descubrir…? Pero espéreme tantito, si ya saben que usté es quien mató al señor Bush y luego cambió de cuerpo, la policía ya sabe que nosotras somos inocentes… ¡'Ora verá, lo voy a acusar!
Cuquita trató de salir de su escondite para llamar a la policía, pero Ex Azucena se lo impidió con un jalón.
– No, no lo haga, la policía sigue pensando que ustedes son las asesinas del señor Bush, y si las ven aquí las van a entambar, se lo aseguro… En serio que no les conviene denunciarme, no es de la policía de quien me ando escondiendo.
– ¿De quién, entonces? -le preguntó Azucena.
– De Isabel González…
– ¿Pos no que era su patrona? -preguntó Cuquita.
– Sí, «era», pero me corrió… ¡Ay, fue horrible de veras…! Y nomás porque estoy embarazado…
Azucena enfureció. ¡El guarura ex bailarina, gracias a que había estado usufructuando su cuerpo estaba esperando un hijo! ¡La muy puta! La envidia le sacudió el alma. ¡Cómo le gustaría poder recuperar su cuerpo! ¡Y experimentar la maternidad que mientras estuviera en el cuerpo de la abuelita de Cuquita tenía negada! La furia se le fue a la cabeza, y sin que Teo la pudiera detener se le echó encima a manotazos.
– ¡Cusco desgraciado! ¡Cómo te atreviste a embarazar un cuerpo que no te correspondía!
Ex Azucena se protegió el vientre. Era lo único que podía hacer. Le daba pena contestarle los golpes a esa anciana enloquecida.
– ¡Yo no lo embaracé, ya estaba embarazado!
Azucena suspendió la golpiza.
– ¿Ya estaba embarazado?
– Sí.
A Azucena se le agolpó la sangre en la cabeza. Por un momento se quedó sorda además de ciega. Si ese cuerpo ya estaba embarazado antes de que el guarura lo ocupara, el niño que ese hombre estaba esperando era suyo, el hijo que había concebido con Rodrigo en su maravillosa noche de luna de miel, la única que habían tenido. Azucena se acercó a Ex Azucena y le tomó el vientre con la mano con fuerza, como tratando de arrebatarle a ese niño que no le pertenecía y sentir a través de la piel el menor signo de movimiento, de vida… de amor. Como tratando de decirle a ese hijo que ella era su madre, de escarbar en el pasado para traer al presente el recuerdo de Rodrigo el día en que la quiso, de pedirle mil perdones a ese hijo que ella abandonó sin saber. Porque si hubiera sabido que estaba embarazada nunca habría cambiado de cuerpo. ¡Nunca! ¡Lo que ella daría por poder guardar a su hijo dentro de su vientre, por sentirlo crecer, por amamantarlo, por verlo! Pero era demasiado tarde para todo. Ahora estaba dentro del cuerpo de una anciana ciega, de pechos secos y brazos artríticos, que no podía ofrecerle más que su amor. El abrazo de Teo cubriéndole los hombros la trajo a la realidad. Se hundió en su tórax y lloró desoladoramente. Sus sollozos se confundieron con los de Ex Azucena.
– Ustedes no saben lo que significa para mí tener a este niño… No me denuncien, ¡no sean cabronas…! Ayúdenme por favor, me quieren matar…
– Pero ¿por qué? -preguntó Azucena suspendiendo el llanto y muy preocupada por el futuro de su hijo.
– ¿Por estar embarazado? -preguntó Cuquita.
– ¡No, qué va! Por eso sólo me corrieron, me quieren matar porque la Chabela es una ingrata… ¡En serio! ¡Miren que hacerme esto a mí, que he sido su mano derecha por tantos años! Lo que no hice por ella. Le velaba el pensamiento. Trabajé miles de horas extras. No hubo tarea que me encargara que yo no le hiciera al instante… Bueno, lo único que nunca tuve corazón de hacer fue matar a su hijita…
– ¿A la gorda?
– No, a otra que tuvo antes que ella… Una flaquita, bonita, bonita… ¡Cómo creen que iba a matarla con las ganas que yo tenía de tener un hijo! ¡Ya parece…!
– Y entonces ¿quién mató a la niña? -preguntó Azucena.
– Nadie, a mí me habría gustado quedármela, pero no podía. Trabajando tan cerca de doña Isabel tarde o temprano se habría dado cuenta, ¡y para qué quieren! Lo que hice fue llevarla a un orfanatorio…
La palabra «orfanatorio» entró en el cuerpo de Azucena acompañada de una lluvia helada que azotó contra su columna vertebral el recuerdo del frío lugar donde ella había pasado toda su niñez. El estremecimiento la conectó con esa pobre niña que al igual que ella había crecido sin familia.
– ¡Qué horror! ¡Esa tiene que haber sido una de las satisfacciones más desagradables de su vida, oiga! -comentó Cuquita haciendo gala de su inconfundible estilo lingüístico.
– Sí -dijo Ex Azucena sin entender bien a bien qué le había querido decir Cuquita.
– ¿Y por qué la mandó matar? -preguntó Teo interviniendo por primera vez en esa conversación entre «mujeres».
– Que's que porque su carta astral de la criaturita decía que la podía quitar de una posición de poder que ella iba a obtener… Pero yo digo que por pura maldad… Yo no sé por qué Dios le dio hijos a ésa si ni los quería. ¡Deberían de ver cómo trata a su otra hija, y nomás porque es gordita la pobrecita…!
– Oiga, oiga, pero todavía no nos ha dicho por qué lo quieren matar -interrumpió Cuquita.
– Pues porque cuando me dijo que ya no me quería ver más por ahí, pues yo me sentí muy mal, ¿no?, ¡me estaba corriendo la muy perra! Y yo pues no me aguanté y que me puse a pensar en cómo me encantaría que la pinche vieja se convirtiera en rata leprosa y que le cayera encima una nave espacial y que la apachurrara todita, y en eso que entra uno de los analistas de mente que estaba fotografiando nuestros pensamientos y que le dice lo que estaba apareciendo en la pantalla, y ya sabrán cómo se puso…
– Y luego, ¿por qué no lo mataron? -preguntó Cuquita medio decepcionada de que lo hubieran dejado vivo.
– Pues porque mi compadre Agapito no se atrevió. El le dijo que sí, que me había desintegrado, pero no era cierto. Me escondió en su cuarto hasta que llegamos a la Tierra porque… pues… porque yo le gustaba, y pues como que quería conmigo… Y luego pues me dejó aquí para que le pidiera ayuda a la Virgen de Guadalupe, porque él ya no iba a poder hacer nada por mí, pero ya ven, ni tiempo me dio de pedirle el milagro…
– Oiga, pero yo tengo una duda. ¿Cómo fue que la cámara fotomental le tomó sus verdaderos pensamientos? -le preguntó Azucena.
– Pues como los toma siempre…
– No puede ser. Mi cuerpo, digo, su cuerpo tiene integrada una microcomputadora que emite pensamientos positivos. Con esa computadora era imposible que le hubieran fotografiado sus verdaderos pensamientos…
– ¿Ah, sí? Pues a lo mejor falló la computadora esa que traigo en la cabeza… O enloqueció o vaya usted a saber, pero el caso es que Isabel se super encabronó…
Azucena recordó que el doctor le había dicho que su aparato aún estaba en etapa de experimentación y se entusiasmó mucho. Eso significaba que la computadora que Isabel traía instalada en la cabeza le podía dar graves problemas durante el debate que se iba a realizar dentro de unas pocas horas. Lo que se pretendía en dicho debate era hurgar en las vidas pasadas de los candidatos a la Presidencia para ver cuál de los dos tenía un pasado más limpio. Cada uno por separado se tenía que someter a una regresión inducida por medio de la música. Por supuesto que se elegían para la ocasión melodías que provocaran en el subconsciente una conexión directa con asuntos oscuros y macabros. ¡Ojalá que el aparato del doctor Diez le fallara a Isabel tal y como le había fallado a Ex Azucena! A los ojos de todo el mundo quedaría como una farsante.
¡Tenían que ir a ver el debate! No se lo podían perder, pero primero era necesario encontrar al compadre Julito, que se les había quedado olvidado entre la multitud. Finalmente lo encontraron vendiendo entradas para purificarse en el Pocito. Antes de salir de la vecindad Azucena se detuvo en la puerta para invitar a Ex Azucena a escapar junto con ellos. Ex Azucena se lo agradeció muchísimo.
– No me lo agradezcas. No lo hago por buena gente sino porque quiero estar cerca del hombre que va a dar a luz a mi hijo.
– ¡Jesús mil veces! -exclamó Ex Azucena. No podía creer que dentro del cuerpo de esa ancianita estuviera el alma de Azucena.
– Sí, soy yo. Ya puedes quitar esa cara de pendejo. No me mataste, pero no se me olvida lo que intentaste, cabrón.
Justo cuando Ex Azucena iba a darle a Azucena una disculpa por haberla matado, escucharon unas carreras que los hicieron esconderse nuevamente en la penumbra. En silencio vieron cómo Rodrigo y Citlali se introducían en la vecindad. Citlali estaba aterrorizada. Por toda la ciudad habían pósters pegados con su auriografía. Estaba acusada junto con Rodrigo, o más bien con el cuerpo que Rodrigo ocupaba, de ser coautores intelectuales del atentado en contra del señor Bush. En cuanto Citlali descubrió a Azucena, a Teo y a Cuquita corrió a su encuentro, los abrazó llena de emoción y les pidió ayuda.