Cuquita dijo que por qué no intentaban hacerle una regresión a la cuchara. Todos se burlaron de ella, pero Azucena le encontró mucho sentido a su sugerencia. Todos los objetos vibran y son susceptibles a la música, con la enorme ventaja que no tienen los bloqueos emocionales que tienen los humanos. La única desventaja era que no contaban con música para hacerla vibrar ni cámara fotomental para registrar sus recuerdos. Cuquita se ofreció a cantar a cápela un danzón buenísimo. Teo sacó del clóset una cámara fotomental medio cacheteada que tenía escondida, y todos juntos hicieron votos porque funcionara el experimento. Rodrigo sostuvo todo el tiempo la cuchara en la mano para activar los recuerdos de la vida que les interesaba.
Y Cuquita, con gran desparpajo, cantó a voz en cuello el danzón A su Merced.
LILIANA FELIPE
Cuquita se llevó un atronador aplauso que le cachondeó tremendamente el ego. Su voz, de un poder removedor más fuerte que el del amoniaco, le logró sacar a la cuchara hasta el último recuerdo de la escena de la violación. Todos estaban felices. Las imágenes eran muy claras. Sin embargo, el reflejo era muy pequeño. Teo tuvo que ir a su computadora para hacer una ampliación. De esa manera obtuvo una nítida reproducción de la cara de Isabel (hombre) en el momento en que asesinaba a su hermano, o sea, a Citlali (hombre). De ninguna manera se podía decir que ya habían resuelto su problema. Ésa era una prueba que servía para comprobarles a ellos que estaban en lo cierto en sus suposiciones, pero un buen abogado la desacreditaría en un segundo como prueba de la criminalidad de Isabel. La defensa podría alegar que la imagen de la cuchara había sido prefabricada. Era una lástima, porque la fotografía era muy buena.
Azucena se sentía desesperada de no poder analizar personalmente la foto. Su único recurso para recrearla en su mente era la narración que Rodrigo le proporcionaba. Conforme se la imaginaba Azucena sentía que estaba a punto de encontrar un dato perdido. De pronto gritó: lo había encontrado. Según lo que escuchaba, en el reflejo de la cuchara aparecía en primer plano el rostro de Citlali (hombre), en segundo plano el de Isabel (hombre) y en tercero la parte superior de un vitral. Su pulso se aceleró en segundos. La descripción del vitral correspondía exactamente con la del emplomado que ella había visto caérsele encima en su vida de 1985. Ante sus ojos se reprodujo el terremoto con la misma intensidad de antaño. En milésimas de segundo vio nuevamente a Rodrigo tomándola entre sus brazos, vio que se les caía el techo encima, sufrió nuevamente la confusión, el dolor, el silencio, el polvo, la sangre, la tierra, los zapatos caminando hacia donde ella estaba, las manos levantando una piedra que finalmente se estrellaría contra su cabeza… Y un segundo antes de la colisión vio el odio reflejado en el rostro de Isabel. Recordó que en ese preciso momento había girado su cabeza tratando de evitar ser alcanzada por la piedra, y su mente dejó de trabajar de golpe. Congeló sus remembranzas en una sola imagen. Sus ojos antes de morir habían alcanzado a ver enterrada bajo las ruinas de su casa la Pirámide del Amor. Estaba segura. Tenía grabada en la mente la escena de cuando Rodrigo había violado a Citlah. Sus masturbaciones mentales la habían hecho regresar a ella infinidad de veces, y recordaba que Rodrigo había mencionado que la violación de Citlali había sido sobre la Pirámide del Amor. Esa pirámide era la misma que ella había visto bajo su casa antes de morir. Ahora lo único que tenía que hacer era investigar dónde estaba ubicada esa casa para dar con el paradero de la pirámide. Ya que no podía avanzar en la recuperación de su alma gemela, al menos podría cumplir con su misión en la vida.
Le pidió ayuda a Teo y él entró en acción rápidamente. Con la ayuda de un péndulo y un mapa, en pocos minutos localizó el lugar exacto donde se encontraba dicha casa. Ex Azucena ahogó un grito en la garganta. ¡El lugar que el péndulo indicaba era precisamente la dirección de Isabel! Eso lo complicaba todo. Ex Azucena confirmó que en el patio de la casa efectivamente había una pirámide luchando por salir. Azucena aseguró que ahora sí que se los iba a llevar la chingada, pues la casa de Isabel era una fortaleza inexpugnable a la que ninguno de ellos tenía acceso. Ex Azucena la tranquilizó. Sí había una manera de penetrar la fortaleza, y era a través de Carmela, su hermana la gorda. Carmela quería a Ex Azucena muchísimo. Él fue la única persona que le proporcionó cariño en su niñez, que estuvo a su lado en sus enfermedades, que hizo las tareas de la escuela con ella, que le llevó flores en sus cumpleaños, que la sacó a pasear todos los domingos, que le dijo que era bonita y que siempre le dio el beso de las buenas noches. Estaba segurísimo, pues, que si le pedía ayuda no se la iba a negar, pues era como su hija adoptiva.
– Es más, no le va a importar que utilicemos su ayuda para acabar con su madre, pues la verdad, nunca la ha querido, y el odio entre ellas desde siempre ha sido mutuo -dijo.
Teo comentó que gracias al resentimiento que dejaban ese tipo de relaciones se habían gestado todas las revoluciones. En un momento dado todos los marginados, los olvidados y lastimados se unían contra el poderoso. Lo malo era que cuando triunfaban y había cambio de gobierno, los lastimados lo único que querían era vengarse y terminaban actuando igual que las personas que los antecedieron, hasta que otro grupo de descontentos los quitaba del poder. Así son las cosas desgraciadamente. La gente sólo cuando está siendo oprimida ve con claridad la injusticia, pero cuando consigue llegar al poder, lo ejerce sin piedad contra todo el mundo con tal de que no lo quiten del trono. Es muy difícil pasar la prueba del poder. La mayoría se enchamuca de a madres, olvida todo lo que había aprendido cuando formaba parte del pueblo y comete todo tipo de atrocidades. La solución para la humanidad va a llegar el día en que los que tomen el poder lo hagan de acuerdo con la Ley del Amor. Azucena tenía muy claro que eso sólo iba a ocurrir el día en que la Pirámide del Amor pudiera funcionar adecuadamente. Todos coincidieron con ella y empezaron a elaborar un plan para ponerse en contacto con la gorda de Carmela.
Fue una verdadera lástima que en ese momento, cuando estaban a punto de solucionar su problema, cuando ya tenían todos los datos en la mano, la policía llegara a aprehenderlos.
Dos
El juicio de Isabel era una rompedera impresionante de la Ley del Amor. Anacreonte asesoraba a Azucena. Mammón a Isabel. Nergal, el jefe de la policía secreta del Infierno, a la defensa. San Miguel Arcángel a la fiscalía. Los Demonios y Querubines se encargaban por igual de los jurados. Mammón rezaba. Anacreonte maldecía. Y todos trataban de romperse la madre a como diera lugar. La batalla era sangrienta. Sólo el más fuerte iba a sobreviviría. Pero era imposible dar un pronóstico. Desde el inicio de la lucha había quedado demostrado que los dos bandos tenían las mismas posibilidades de obtener la victoria.
Isabel se había preparado muy bien. Como sabía que tenía que dar una pelea limpia, o sea, sin microcomputadora de por medio, se había entrenado con un Gurú Negro. Tomó en cuenta que el jurado estaría integrado en su mayoría por médiums y que le era indispensable controlar a voluntad las imágenes que su mente emitía para poder convencerlos de su inocencia. Después de meses de intenso entrenamiento Isabel era capaz de esconder sus verdaderos pensamientos y de proyectar con enorme fuerza las imágenes que le convenía que los demás observaran. Con gran éxito había impedido que los médiums penetraran en su mente. Los tenía descontroladísimos. No confiaban en ella pero no encontraban datos falsos en sus declaraciones. Isabel, pues, daba golpes bajos a la vista de todos sin que nadie se diera cuenta.
PRIMER ROUND
¡Derechazo!
El primero en pasar a rendir su declaración por parte de la defensa había sido Ricardo Rodríguez, el marido de Cuquita. El muy pendejo se había dejado sobornar para declararse culpable del asesinato del señor Bush. Isabel le había prometido que en cuanto ganara el juicio y subiera al poder lo iba a sacar de la cárcel. Ricardo Rodríguez lo daba por hecho y estaba convencido de que iba a vivir a cuerpo de rey por el resto de sus días. Lo que no sabía era que Isabel no tenía palabra de honor y que no estaba dispuesta a ayudarlo para nada. Ricardo se había echado la soga al cuello solitito. De pasada se había llevado entre las patas a Cuquita, Azucena, Rodrigo, Citlah, Teo y el compadre Julito al acusarlos de ser sus cómplices.