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Ese había sido el caso del compadre Julito. Lo habían enviado al penal El Negro Durazo argumentando que estaba poseído por el demonio y que en su casa habían encontrado un enorme arsenal de explosivos. Nada. Eran unos cuantos cohetes y algunos fuegos artificiales de los que utilizaba en sus espectáculos del Palenque Interplanetario, pero no hubo manera de convencer a la autoridad de su inocencia. A Azucena, Rodrigo, Cuquita, Ex Azucena, Citlali y Teo los habían remitido al penal José López Guido, pero finalmente todos se la habían pasado de maravilla. Las dos instituciones contaban con astroanalistas de primera. Rodrigo inclusive había empezado a recuperar la memoria. La cercanía de Citlali le resultaba muy benéfica. Los habían instalado en una recámara matrimonial. Ahí, entre orgasmo y orgasmo, se le había ido iluminando su pasado. Claro que de ninguna manera había podido recuperar la memoria de las vidas en que había sido testigo de los asesinatos de Isabel. A los astroanalistas les faltaba la palabra clave. Sin ella no tenían acceso al subconsciente. Rodrigo sabía muy bien que la que sabía era Isabel. Pero ¿cómo sacársela? Vencer a Isabel se veía a todas luces como una empresa imposible. Tenía la sartén por el mango.

SÉPTIMO ROUND

¡Chingadazo!

Isabel sabía que tenía la batalla ganada y estaba muy tranquila esperando la declaración de Carmela. «¡Gracias a Dios que adelgazó!», pensó. Ya no se avergonzaba de ella. Carmela se veía guapísima delgada. Despertaba miradas de admiración. Isabel se sentía muy orgullosa de ella y hasta la estaba empezando a querer.

– ¿Cuál es su nombre?

– Carmela González.

– ¿Cuál es su parentesco con la acusada?

– Soy su hija.

– ¿Cuántos años ha vivido al lado de su madre?

– Dieciocho.

– Durante ese tiempo ¿alguna vez usted la ha visto mentir?

– Sí.

Un cuchicheo recorrió la sala. Isabel tensó la boca. El abogado defensor se descontroló por completo. Aquello no estaba en sus planes.

– ¿En qué ocasión?

– En muchas.

– ¿Podría ser más específica y darnos un ejemplo?

– Sí, cómo no. Me dijo que yo era hija única.

– ¿Y eso no es cierto?

– No. Tengo una hermana.

El abogado defensor buscó con la vista a Isabel. Él desconocía por completo esa información y no le gustaba nada. Podía resultar muy peligrosa. Isabel estaba con la boca abierta. No se podía imaginar de dónde había obtenido Carmela aquel dato.

– ¿Cómo lo sabe?

– Me lo informó Rosalío Chávez.

– ¿El guarura que su mamá despidió recientemente?

– Sí, el mismo.

– ¿Y usted confía en la información que le proporcionó una persona que obviamente estaba resentida porque la acababan de despedir?

– ¡Objeción! -pidió el fiscal.

– Aprobada -dijo el juez.

Carmela ya no tenía por qué contestar la pregunta. El abogado defensor se enjugó el rostro. No sabía cómo salir del embrollo en que se encontraba.

– ¿Y usted considera al señor Rosalío Chávez como una persona de fiar?

– No sólo eso, lo considero como mi verdadera madre.

Una ola de comentarios se escuchó en toda la sala. Ex Azucena lloró emocionado. Nunca había esperado ese reconocimiento público a su actuación como madre sustituía. A Isabel se le descomponía la cara minuto a minuto. «¡Pinche gorda, me las vas a pagar!», pensó. Isabel le hizo una seña a su abogado y éste corrió a conferenciar con ella. Isabel le dijo algo al oído y el abogado regresó al interrogatorio con una muy buena pregunta en los labios.

– ¿Es cierto que usted sufrió toda su vida de obesidad?

– Sí, es cierto.

– ¿Y no es cierto que ese problema le causó muchos roces y enfrentamientos con su madre?

– Sí, es cierto.

– ¿Y no es cierto que envidiaba terriblemente a su madre porque ella podía comer de todo sin engordar?

– Así es.

– ¿Y no es cierto que por eso decidió vengarse de ella viniendo aquí a declarar en su contra sin tener ninguna manera de demostrar lo que dice?

– ¡Objeción! -clamó el fiscal.

– Aprobada -dijo el juez.

Carmela sabía que no tenía por qué contestar la pregunta, pero quería hacerlo.

– Señor juez, me gustaría responder. ¿Puedo hacerlo?

– Adelante.

– Lo que me empujó a venir a declarar es un deseo de que se haga justicia. Yo no tengo nada que envidiarle a mi madre pues como todos ustedes verán, estoy más delgada que ella. -Carmela sacó de su bolsa un pedazo de emplomado y se lo dio al juez-. Permítame entregarle este trozo de vitral para demostrar lo que digo. Si lo analizan verán que no estoy mintiendo.

Carmela había sido muy lista. En primera por haber quitado el trozo de vitral del emplomado a petición de Ex Azucena antes de que Isabel dinamitara la casa, y en segunda por haberlo presentado como prueba de que Isabel le había mentido con respecto a la existencia de su hermana. Pues para poder obtener las imágenes de los hechos que el vitral había presenciado tenían que analizar toda la historia del vitral. Desde que lo habían fabricado hasta el presente. En el camino, por supuesto que fueron saliendo a la luz uno a uno los crímenes de Isabel.

El primero fue el ocurrido en 1890. Desde la altura, el vitral atestiguó la entrada de Isabel (hombre) a la habitación donde Citlali (hombre) violaba a Rodrigo (mujer) y vio perfectamente cuando Isabel le hundía el cuchillo por la espalda. Las imágenes correspondían perfectamente con las que todo el mundo había visto el día del debate. La única diferencia era que estaban narradas desde otro punto de vista.

Más adelante aparecieron las imágenes del crimen de Azucena, acontecido en 1985. Las tomas estaban en movimiento, pues el vitral, lo mismo que toda la casa, se balanceaba de un lado a otro a causa del temblor. Desde la altura vio el momento en que Rodrigo entró en la recámara y cargó a su hija en brazos. Antes de alcanzar la puerta, a Rodrigo se le vino encima una viga y lo mató. Después sólo se veía polvo y oscuridad. De pronto, Isabel entró en la habitación y descubrió entre los escombros a Rodrigo y Citlali muertos. El llanto delató la presencia de la niña. Isabel se acercó a ella y vio que aún estaba con vida. Entonces tomó entre sus manos una piedra de cristal de cuarzo rosa y la estrelló salvajemente contra su cabecita. Con odio. Sin piedad. La imagen mostraba con toda nitidez el impasible rostro de Isabel sólo unos años más joven que en la vida presente en el momento de la colisión. ¡Definitivamente, Isabel era la misma persona que había matado a esa niña!

Por último, aparecieron las imágenes de Isabel en 2180, con una bebé en brazos. En la habitación la esperaba Ex Azucena todavía en el cuerpo de Rosalío Chávez. Isabel le dio la niña y le ordenó que la desintegrase por cien años. Rosalío tomó a la niña en brazos y salió de la habitación.

OCTAVO ROUND

¡K.O.!

Isabel estaba acabada. La defensa se había quedado sin argumentos. El fiscal pidió al juez permiso para interrogar a Azucena Martínez. Explicó que Azucena era esa niña que Isabel había mandado matar, pero que afortunadamente nunca fue asesinada. Estaba viva y dispuesta a rendir su declaración. El juez se lo concedió. Azucena con paso firme cruzó la sala. En el camino se encontró con Carmela y se dieron un cariñoso abrazo.

Isabel sintió que las fuerzas le faltaban. ¡Su hija vivía! No le había podido ganar al destino. Su mandíbula temblaba como castañuela. Sentía que la desgracia estaba tocando a su puerta y el miedo la tenía consternada. Ya no entendía nada. No quería ver lo que estaba pasando. Pero la curiosidad la hizo voltear para ver por primera vez a Azucena. Le resultó increíble aceptar que esa anciana que acababa de entrar fuera su hija. ¿Qué era lo que sucedía?

Azucena tomó el banquillo de los testigos y se dispuso a rendir su declaración. El fiscal inició el interrogatorio.

– ¿Cuál es su nombre?