– Azucena Martínez.
– ¿A qué se dedica?
– Soy astroanalista.
– Eso quiere decir que usted está en constante contacto con las vidas pasadas de otras personas, ¿verdad?
– Sí.
– ¿Alguna vez le dieron ganas de haber vivido alguna de las experiencias de sus pacientes?
– ¡Objeción! -pidió el abogado defensor.
– Denegada -respondió el juez.
– Sí.
– ¿Podría decirnos cuándo?
– Sí. Cuando veía a pacientes que habían vivido felices al lado de su madre.
– ¿Por qué?
– Porque mi madre me abandonó cuando era niña. Nunca la conocí.
– Y si la hubiera conocido ¿le habría reclamado su abandono?
– Antes de haber estado en el Penal de Readaptación, sí.
– ¿En qué cambió su estancia en el penal su manera de pensar?
– En que ya perdoné a mi madre no sólo el haberme abandonado sino el haberme mandado matar dos veces.
Azucena buscó con la vista a Isabel. Sus ojos ciegos estaban muertos, y sin embargo brillaron como nunca. Isabel se estremeció al recibir su carga. Azucena decía la verdad. No le tenía odio. Nunca nadie la había mirado de esa manera. Todos a su alrededor la miraban con miedo, con respeto, con recelo, pero nunca con amor. Isabel no pudo más y soltó el llanto. Sus días de villana habían terminado.
– Me comprometo a guardar y hacer guardar la Ley del Amor de aquí en adelante. -Isabel, muy a su pesar, tuvo que pronunciar estas palabras con las que se dio por terminado su juicio. La habían nombrado Cónsul en Korma como parte de su condena. Su única misión de ahora en adelante sería la de enseñar a los nativos a conocer la Ley del Amor.
Sus palabras repercutieron como en nadie en las personas de Rodrigo y Citlali. La palabra clave para abrirles la memoria era precisamente la palabra «amor» pronunciada por Isabel. Al escucharla, Rodrigo se sintió como Noé el día que acabó el diluvio. La opresión que sentía en la mente, desapareció. Esa necesidad constante de poner algo en su lugar, se esfumó. Dejó escapar un profundo suspiro que llegó acompañado de una gran paz. Sus ojos se encontraron con los de Azucena y se hizo la luz. De inmediato la reconoció como su alma gemela. Revivieron por completo su primer encuentro, con la diferencia de que en esta ocasión tuvieron público. Cuando dejaron de escuchar la música de las Esferas, Rodrigo, inflamado de amor, le pidió a Azucena que se casara con él ese mismo día. Todos los amigos los acompañaron a la Villa.
Primero que nada, pasaron al Pocito para cumplir con el ritual, y en el momento en que se inclinó para tomar agua Rodrigo descubrió bajo la superficie la cúspide de la Pirámide del Amor.
El sonido de un caracol lejano se empezó a escuchar en cuanto pusieron la piedra de cuarzo rosa en su lugar. El aire se llenó de olores. De una mezcla de tortilla y pan recién cocinados. La ciudad de Tenochtitlan se reprodujo en holograma. Sobre ella, el México de la colonia. Y en un fenómeno único, se mezclaron las dos ciudades. Las voces de los poetas nahuas cantaron al unísono de los frailes españoles. Los ojos de todos los presentes pudieron penetrar en los ojos de los demás sin ningún problema. No existía ninguna barrera. El otro era uno mismo. Por un momento, los corazones pudieron albergar al Amor Divino por igual. Se sintieron parte de un todo. El amor les entró de golpe. Inundó cada espacio dentro del cuerpo. A veces la piel era insuficiente para contenerlo. El amor trataba de salir y formaba infinidad de levantamientos en la piel por donde afloraba la verdad. Como lo expresó Cuquita, era un espectáculo sin paredón.
PRESENTACION 6:
Finale
Saludo Caracoles – Quetzalcoatl, 4 elementos
Canto Cardenche – Versos de Pastorela (frag.)
Diecimila anni al nostro Imperatore! (frag. Turandot) – Puccini
SEPTIMA PARTE
Uno
El amor como un huracán borró todo vestigio de rencor, de odio. Nadie pudo acordarse de cuál era la razón por la que se había distanciado de un ser querido. Al reencarnado de Hugo Sánchez se le olvidó que el doctor Mejía Barón no lo había dejado jugar en el campeonato mundial de fútbol de 1994. A Cuquita se le olvidaron las madrizas que su esposo le puso toda la vida. A Carmela se le olvidó que Isabel la llamaba «cerda». Al compadre Julito se le olvidó que sólo le gustaban las mujeres nalgonas. A los gatos se les olvidó que odiaban a los ratones. A los palestinos se les olvidó su rencor hacia los judíos. Se acabaron de golpe los racistas, los torturadores. Los cuerpos olvidaron las heridas de cuchillo, los balazos, los rasguños, las patadas, las torturas, los golpes y dejaron sus poros abiertos para recibir la caricia, el beso. Las lagrimales se aprestaron a derramar lágrimas de gozo. Las gargantas, a sollozar de placer. Los músculos de la boca, a dibujar una grandísima sonrisa. Los músculos del corazón, a expandirse y expandirse y expandirse hasta parir puro amor.
Lo mismo que el vientre de Ex Azucena. Su momento de dar a luz le había llegado. En medio de la algarabía del amor, nació una bella niña. Nació sin dolor de ningún tipo. En absoluta armonía. Salió a un mundo que la recibía con los brazos abiertos. No tuvo por qué llorar. Ni Ex Azucena por qué permanecer en la Tierra. Con ese nacimiento había terminado su misión. Se despidió de su hija amorosamente y se murió con un guiño en el ojo. Rodrigo le dio la niña a Azucena y ésta la abrazó. No podía verla con la vista pero sabía perfectamente cómo era. Azucena deseó con toda el alma tener un cuerpo joven para poder cuidarla. Los Dioses se compadecieron de ella y le permitieron que ocupara su ex cuerpo nuevamente como premio al esfuerzo que había realizado para cumplir con su misión.
En cuanto Azucena recuperó su cuerpo, terminó la misión de Anacreonte. Entonces, con toda libertad, se pudo ir a gozar de su luna de miel. Durante el juicio se había hecho novio de Pavana y se acababan de casar. Lilith, por su lado, se había casado con Mammón. A los pocos meses los primeros tuvieron un Querubín y los segundos un Chamuquito.
En la Tierra todo era felicidad. Citlali había encontrado a su alma gemela. Cuquita, lo mismo. Teo fue ascendido. Carmela descubrió que estaba perdidamente enamorada del compadre Julito y contrajeron matrimonio de inmediato.
Finalmente el Orden se impuso y todas las dudas quedaron resueltas. Azucena supo que se la había asignado la misión de poner a funcionar la Ley del Amor como parte de una condena. Ella había sido la más grande asesina de todos los tiempos. Había volado tres planetas con bombas atómicas, pero la Ley del Amor, siempre generosa, le había dado la oportunidad de restablecer el equilibrio. Para beneficio de todos, lo había logrado.
NEZAHUALCÓYOTL «Romances de los señores de Nueva España», fol 36 r.
Laura Esquivel
Laura Esquivel nació en Méjico en 1950.
Cursó estudios de educadora, así como de teatro y creación dramática, y se especializó en teatro infantil, siendo cofundadora del Taller de Teatro y Literatura Infantil. Entre 1979-1980 escribió programas infantiles para la televisión mexicana y, en 1983, fundó el Centro de Invención Permanente, integrado por talleres artísticos para niños, asumiendo su dirección técnica. Durante muchos años se dedicó a escribir guiones cinematográficos, colaborando estrechamente con su marido, el cineasta Alfonso Arau.
En 1989 obtuvo un gran éxito con la novela Como agua para chocolate, que fue llevada al cine por el director Alfonso Arau. Su guión para la película ‘Chido Guán, el Tacos de Oro’, realizado en 1985, le sirvió para ser nominada por la Academia de Ciencias y Artes Cinematrográficas de México, al premio Ariel al mejor guión cinematográfico.
Su trabajo como escritora es siempre muy original y experimental, así sucedió con La ley del amor, primera novela multimedia o con Íntimas suculencias, un experimento que mezcla cocina y filosofía.