– Lo que pasa es que estoy muy agotada emocionalmente. Mi doctor me recomendó unas vacaciones. Mi aura se ha cargado de energía negativa y necesita reponerse. Usted comprende, trabajo muchas horas escuchando todo tipo de problemas.
– Sí, entiendo. Y creo que usted, a su vez, entiende la importancia que tiene el conocimiento de vidas anteriores para entender el comportamiento de cualquier persona.
– Claro que sí.
– Entonces, estimo que no se opondrá a que le hagamos un examen trabajando directamente en el campo de su subconsciente, para de esa manera obtener nuestras conclusiones finales en cuanto a si usted es la persona capacitada para ocupar el puesto en nuestra oficina o no.
Azucena sintió que un sudor frío le recorría la espalda. Tenía miedo, mucho miedo. La prueba de fuego la esperaba. Nadie puede entrar en el subconsciente de otra persona sin previa autorización. Ella tenía que permitir que lo hicieran si de veras deseaba entrar a trabajar en CUVA. Claro que de ninguna manera les iba a permitir el acceso a su verdadero subconsciente, pues los datos que los analistas esperaban recaudar eran los relativos a su solvencia moral y social. Querían saber si en alguna vida había torturado o matado a alguien. Cuál era su grado de honestidad en el presente. Cuál su nivel de tolerancia a la frustración y cuál su capacidad para organizar movimientos revolucionarios. Azucena era muy honesta y ya había pagado los karmas por todos los crímenes que había cometido. Pero su nivel de tolerancia a la frustración era mínimo. Era una agitadora nata y una rebelde por naturaleza, así que más le valía que el aparato del doctor Diez siguiera funcionando correctamente, si no, no sólo se iba a quedar sin el puesto de «averiguadora oficial» sino que recibiría un castigo terrible: que le borraran la memoria de sus vidas pasadas y… ahí sí que ¡adiós Rodrigo!
– ¿Cuál es la palabra de pase?
– Papas enterradas.
La señorita burócrata escribió la frase en el teclado de la computadora y le proporcionó a Azucena un casco para que se lo pusiera en la cabeza. La cámara fotomental instalada dentro del casco fotografiaba los pensamientos del inconsciente. Los traducía en imágenes de realidad virtual que se computarizaban en la oficina de Control de Datos. Ahí eran analizadas ampliamente por un grupo de especialistas y una computadora.
Azucena se instaló el casco, cerró los ojos y empezó a escuchar una música muy agradable.
En la oficina contigua se empezó a reproducir en realidad virtual la ciudad de México del año 1985. Entonces, los científicos pudieron caminar por la avenida Samuel Ruiz tal y como estaba doscientos quince años atrás, cuando era conocida como el Eje Lázaro Cárdenas. Llegaron hasta la Catedral Metropolitana cuando aún estaba completa. Continuaron su recorrido por el Eje Central hasta llegar a la Plaza de Garibaldi. Ahí se instalaron junto a un grupo de mariachis que tocaban a petición de unos turistas.
Los científicos burócratas empezaron a discutir acaloradamente entre ellos. Era de llamar la atención la claridad de las imágenes que estaban observando. Generalmente, la mente recuerda de una manera confusa y desorganizada. Azucena era la primera persona que conocían que tenía muy claro su pasado. Las imágenes que proyectaba guardaban un perfecto orden cronológico. No estaban fragmentadas, lo cual significaba que la muchacha era un genio o que había introducido ilegalmente una microcomputadora. Hubo quien sugirió la presencia de la policía. Otros, sólo pidieron una investigación a fondo. Y algunos, estremecidos por el sonido de las trompetas, se conmovieron hasta las lágrimas.
Afortunadamente, en estos casos la única que tenía una opinión de peso y daba el veredicto final e inapelable era la computadora. Y la computadora aceptaba la información proporcionada por Azucena sin ningún extrañamiento. La opinión de los científicos sólo se tomaba en cuenta en caso de que la computadora dejara de funcionar, y eso sólo había pasado una vez en ciento cincuenta años. Fue durante el gran terremoto. El día en que la tierra dio a luz a la nueva luna. Y esa vez a nadie le interesó conocer la opinión de los científicos, pues lo importante era salvar la vida. Así que ya podían discutir entre ellos todo lo que quisieran que a nadie le iban a interesar sus conclusiones.
Azucena, completamente aislada de todos, escuchaba la música que salía de los audífonos del casco. Se sentía flotar en el tiempo. La melodía la transportaba suavemente a una de sus vidas pasadas. Su verdadero subconsciente había empezado a trabajar de manera automática y le traía una imagen que Azucena ya había visto en una de sus sesiones de astroanálisis. Nunca había podido ver más allá debido a que tenía un bloqueo en esa vida pasada, pero evidentemente la melodía que ahora estaba escuchando tenía el poder de traspasarlo.
PRESENTACIÓN 1:
Vogliatemi Bene (Dueto de amor).
Madame Buterfly – Puccini
SEGUNDA PARTE
Uno
Súbitamente, la música desapareció dejando la mente de Azucena en blanco. Le acababan de desconectar el casco. ¡No podía ser que la señorita burócrata la hubiera despertado justo cuando estaba viendo a Rodrigo! Azucena estaba completamente segura de que el hombre que la tomaba en sus brazos para salvarle la vida era él. Reconoció su rostro entre uno de los catorce mil que ella le vio el día de su encuentro. No podía haber el menor error. ¡Era él! Le urgía saber qué música era la que la había conducido a Rodrigo.
– Es todo, muchas gracias. Esperemos el veredicto final.
– La música que escuché, ¿qué era?
– Música clásica.
– Sí, ya lo sé, pero ¿de quién?
– Mmmmm, eso sí que no lo sé. Me parece que es de una ópera, pero no estoy segura…
– ¿No puede preguntar?
– ¿Y a usted por qué le interesa saberlo?
– Bueno, no es que me interese personalmente. Lo que pasa es que en mi trabajo de astroanalista es muy bueno utilizar música que provoque estados alterados de conciencia…
– Sí, me lo imagino. Pero como por un buen tiempo no va a trabajar como astroanalista, no tiene caso que lo sepa…
Por una abertura de la mesa del escritorio, la computadora escupió un papel. La señorita burócrata lo leyó y enseguida se lo dio a Azucena.
– Mjum, la felicito, pasó el examen. Lleve este papel al segundo piso. Ahí le van a tomar una aurografía para su credencial. En cuanto la tenga, se puede presentar a trabajar.
Azucena no cabía de gusto. No era posible tanta belleza. Trató de ser prudente y de no mostrar sus emociones, pero no podía disimular una sonrisa triunfal. Todo le estaba saliendo a la perfección. ¡Le iba a enseñar a Anacreonte lo que era solucionar problemas!
En el segundo piso, había aproximadamente quinientas personas esperando para tomarse la aurografía. Eso no era nada en comparación con las colas enormes que Azucena había tenido que hacer anteriormente. Así que con gran resignación ocupó el lugar que le correspondía en la fila. Una cámara fotomental los fotografiaba a todos constantemente. Ésa era la última prueba que tenían que pasar. En ella se detectaba la capacidad de tolerancia a la frustración que tenían los futuros burócratas. Lo que pasaba era que sus compañeros de fila realmente tenían madera de burócratas y con facilidad podían pasar el examen, y ella no. Cada minuto que transcurría minaba su paciencia. El nervioso golpeteo de su talón contra el piso fue lo primero que llamó la atención de los jueces calificadores. Era completamente contradictorio con los pensamientos que Azucena emitía. La cámara fotomental se enfocó en su rostro y captó el rictus de impaciencia que tenían sus labios. La total incongruencia entre pensamiento y gesto era muy sospechosa. Tal vez ésa fue la causa por la que en cuanto Azucena llegó a la ventanilla para ser atendida, pusieron un letrero de «cerrado». Azucena casi se infarta de la rabia. No podía ser. No podía tener tan mala suerte. Tuvo que morderse los labios para que las mentadas de madre no se le escaparan. Tuvo que cerrar los ojos para que no salieran disparados los puñales con los que deseaba atravesar la garganta de la señorita. Tuvo que atarse los pies para que sus piernas no rompieran la ventanilla a patadas. Tuvo que anudar sus dedos para que no destrozaran los papeles que le entregaron en la mano cuando le dijeron que regresara el lunes siguiente.
¡Hasta el lunes! Era jueves por la mañana. No creía posible esperar hasta el lunes con los brazos cruzados. ¿Qué podía hacer? Le encantaría continuar con la regresión a la vida pasada en donde vio a Rodrigo, pero no tenía a la mano el compact disc que se la había provocado, ni sabía qué ópera le habían puesto, y, aunque lo supiera, no era fácil conseguirla. Los últimos descubrimientos en musicoterapia habían complicado la compra-venta de compact discs. Hacía tiempo que se sabía que los sonidos musicales tenían una poderosa influencia en el organismo y alteraban el comportamiento psicológico de las personas, las podían volver esquizofrénicas, psicópatas, neuróticas y, en casos graves, hasta asesinas.