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Pero recientemente se había descubierto que toda melodía tenía el poder de activar nuestra memoria de vidas anteriores. Se utilizaban en el área del astroanálisis para inducir regresiones a vidas pasadas. Como se podrá suponer, no era conveniente que cualquier persona utilizara la música para esos fines, pues no todas tenían el mismo grado de evolución. En ocasiones, no es bueno destapar el pasado. Si alguien tiene bloqueado un conocimiento, es porque no lo puede manejar. Ya había pasado infinidad de veces que, de pronto, un ex rey se proponía recuperar las joyas de la corona que le habían pertenecido o cosas parecidas. Por lo tanto el gobierno había decretado que todos los discos, tocadiscos, cassetteras, compact discs y demás aparatos de sonido pasaran al poder de la Dirección General de Salud Pública. Para adquirir un compact disc uno tenía que demostrar su solvencia moral y su grado de evolución espiritual. La manera de hacerlo era presentando una carta certificada por un astroanalista donde se asegurara que esa persona no corría riesgo alguno al escuchar determinada música. Azucena, en su calidad de astroanalista, podía realizar todos esos trámites sin problema, pero le tomaría aproximadamente un mes. ¡Eso sería una eternidad! Tenía que pensar en otra cosa, pues si regresaba a su casa sin haber logrado algún avance en la localización de Rodrigo iba a enloquecer. Quería verlo frente a frente cuanto antes para exigirle una explicación. ¿Por qué la había abandonado? ¿Había cometido algún error? ¿No era lo suficientemente atractiva? ¿O era que tenía una amante a la que no podía abandonar? Azucena estaba dispuesta a aceptar la explicación que fuera, pero quería que se la dieran. Lo que le resultaba insoportable era la in-certidumbre. Le despertaba todas las inseguridades que con tanto trabajo había logrado superar con la ayuda del astroanálisis. Su falta de confianza en sí misma le había impedido tener una pareja estable. Cuando encontraba a alguien que valía la pena y que la trataba muy bien, inevitablemente terminaba rompiendo con él. Muy en el fondo sentía que no se merecía la felicidad. Pero, por otro lado, tenía una enorme necesidad de sentirse amada. Así pues, tratando de ponerle remedio a sus problemas había decidido encontrar a su alma gemela pensando que con ella no había margen de error, pues se trataba de la mancomunidad perfecta. ¡Tanto tiempo para dar con ella! ¡Y tan aprisa que la había perdido! ¡No era posible! Era lo más injusto que le había pasado en sus catorce mil vidas.

Definitivamente, tenía que hacer algo para calmar su angustia y desesperación, y tal vez lo más adecuado era ir a hacer cola a la Procuraduría de Defensa del Consumidor. Ahí al menos podría pelearse con alguien, reclamar, gritar, exigir sus derechos. Las burócratas que atendían esos lugares eran de lo más aguantadoras. Las ponían para que la gente desahogara sus frustraciones. Sí, eso era lo que iba a hacer.

* * *

La Procuraduría de Defensa del Consumidor parecía la antesala del infierno. Lamentos, quejas, lágrimas, arrepentimientos, penas y miserias se escuchaban por doquier. El hacinamiento al que estaban condenados los miles de personas que hacían cola frente a las ventanillas donde se atendía al público era el causante de un calor verdaderamente endemoniado. Azucena sudaba a mares, lo mismo que Cuquita. Cuquita estaba haciendo cola en la fila de Escalafón Astral, y Azucena en la de Almas Gemelas. Las dos fingían demencia. No tenían el menor deseo de saludarse. Pero el destino parecía estar empeñado en juntarlas, pues en el momento en que Cuquita estaba siendo atendida, Azucena avanzó en la fila y quedó prácticamente junto a ella. Desde la posición en que se encontraba podía escuchar perfectamente la conversación que sostenían Cuquita y la burócrata que la estaba atendiendo. La comunicación entre ambas se dificultaba un poco debido a que Cuquita tenía el vicio de tratar de impresionar a las demás personas con la utilización de palabras finas y elegantes. El problema radicaba en que como no sabía su significado, utilizaba una palabra por otra y terminaba diciendo barbaridad y media que no hacía más que confundir a sus interlocutores.

– Mire, señorita. ¿Usted sabe lo horrible que es haber puesto tanto añico para nada?

– ¿Tanto qué?

– Añico, yo he puesto mucho añico para superarme y pienso que ya he levado bastante mi alma y merezco mejor trato.

– Sí, señora, no lo dudo, pero el problema es que en esta vida todo se paga, en abonos o al contado, pero se paga.

– Sí, señorita, pero de veras que yo hace mucho que pagué todos mis karmas. Y quiero el divorcio.

– Lo siento mucho, señora, pero mis informes dicen que aún tiene deudas con su esposo de otras vidas.

– ¿Cuáles deudas?

– ¿Quiere que le recuerde su vida como crítico de cine?

– Bueno sí, reconozco que me porté muy mal, pero ¡no es para tanto, oiga! ¡Llevo muchas vidas pagando los karmas que me gané con los comentarios de mi lengua vespertina como para que ahora me pongan junto a este negrúmeno. Mire cómo traigo el ojo. Si no me dejan divorciarme le juro que lo voy a matar.

– Haga lo que quiera, ya tendrá que pagar por eso también. El que sigue, por favor.

– Oiga, señorita, ¿y qué no habría manera de que nos arregláramos entre nosotras para que me dejen conocer a mi alma gemela?

– ¡No, señora, no la hay! Y mire, hay mucha gente en el mismo caso que usted. Todos quieren tener belleza, dinero, salud y fama sin haber hecho méritos. Ahora que si usted verdaderamente quiere a su alma gemela sin habérsela ganado, le podemos tramitar un crédito, siempre y cuando se comprometa a pagar los intereses.

– ¿De cuánto estamos hablando?

– Si usted firma este papel la ponemos en contacto con su alma gemela en menos de un mes, pero se tiene que comprometer a pasar diez vidas más al lado de su actual esposo sufriendo golpes, humillaciones, o lo que sea. Si usted está dispuesta a aguantar, ahorita mismo lo hacemos.

– No. Por supuesto que no estoy dispuesta.

– Si así es la cosa, son muy buenos para pedir, pero no para pagar. Por eso hay que pensar muy bien lo que se quiere.

Azucena se sintió apenada de haber escuchado los reclamos de Cuquita. Aunque le caía mal, no era nada agradable verla padecer. Lo peor era que Azucena sabía muy bien que Cuquita no tenía el menor chance de obtener una autorización para conocer a su alma gemela. Pobre. Quién sabe cuántas vidas más tenía que esperar. Bueno, Azucena a esas alturas estaba llegando a la conclusión de que el amor y la espera eran una misma cosa. El uno no existía sin el otro. Amar era esperar, pero paradójicamente era lo único que la impulsaba a actuar. O sea, la espera la había mantenido activa. Gracias al amor que Azucena le tenía a Rodrigo había hecho infinidad de colas, había adelgazado, había purificado su cuerpo y su alma. Pero a raíz de su desaparición no podía pensar en otra cosa que no fuera saber su paradero. Su arreglo personal era deplorable. Ya no le importaba peinarse. Ya no le importaba lavarse los dientes. Ya no le importaba tener un aura luminosa. Ya no le importaba nada de lo que pasara en el mundo a menos que estuviera relacionado con Rodrigo. El compañero de fila que estaba atrás de Azucena ya le había platicado setenta y cinco vidas pasadas y ella no le había prestado la menor atención. Su conversación le resultaba soporífera, pero su amigo fortuito no lo había notado, pues Azucena mantenía una expresión neutra en el rostro. Nadie, al verla, podría presumir que estaba empezando a sentir sueño. Ese hombre parecía ser la cura perfecta para el insomnio galopante que la traía atormentada desde la desaparición de Rodrigo. Había tratado de todo para remediarlo, desde té de tila o leche con miel, hasta su método infalible, que consistía en recordar todas las cosas que había hecho en la vida. El chiste era contar en cuenta regresiva una por una a las personas que habían sido atendidas primero que ella en la ventanilla. Hasta antes de perder a Rodrigo ese método nunca le había fallado. Pero ya no le funcionaba más. Cada vez que pensaba en una fila, se acordaba de la ilusión con que la había hecho, esperando ser besada, acariciada, apretujada… Y, entonces, el sueño se le espantaba, salía huyendo por la ventana y no había manera de alcanzarlo. Ahora, quién sabe si a causa de la combinación del calor aunada a la plática de su compañero de fila, pero la verdad era que estaba a punto de cerrar los ojos. Ese hombre fácilmente podría dormir a un batallón completo con sus historias. Escucharlo era de hueva infinita.

– ¿Y ya le platiqué mi vida de bailarina?

– No.

– ¿Noooo? Bueno, en esa vida… ¡Fíjese cómo serán las cosas! Yo no quería ser bailarina, quería ser músico, pero como en otra vida había sido rockero y había dejado sordos a muchos con mi escandalero, pues no me dejaron tener buen oído para la música, así que no me quedó otra que ser bailarina… ¡Ay, y no me arrepiento, oiga! ¡Lo adoré! Lo único horrible, de veras, eran los juanetes que me sacaron las zapatillas, pero de ahí en fuera ¡me encantaba bailar de pumitas! Era algo así como flotar y flotar en el aire… como… ¡Ay no sé cómo explicarme…! Lo malo es que me mataron a los veinte años, ¿usted cree? ¡Ay, fue horrible! Yo iba saliendo del teatro y unos hombres me quisieron violar, como yo me resistí, uno de ellos me mató…