Выбрать главу

Comenzó la búsqueda; se iniciaron las pesquisas. Pero nadie halló el rastro de Johnny; y cuando transcurrió una semana sin que todavía hubiese noticias de él, comencé a darme cuenta de que había desaparecido, en efecto.

CAPÍTULO 07

Era una mujer sin marido; sin embargo, no podía llamarme viuda. ¿Qué le había pasado a Johnny? Era un misterio tan desconcertante como el que había presentado Judith al caerse de la escalera.

Procuré mantener la calma. Dije a Carlyon que su padre se había marchado por un tiempo y eso lo satisfizo; sospeché que nunca había tenido mucho afecto por Johnny. Traté de prepararme para dos posibilidades: su regreso o una vida a pasar sin él.

No hubo conversaciones inmediatas sobre abrir la mina. Sospeché que eso vendría más tarde. Se me concedió una breve tregua, teniendo en cuenta la impresión de la desaparición de mi esposo.

Como en otras épocas, llevé mis problemas a abuelita. Ya casi nunca abandonaba su lecho y me apesadumbraba verla un poco más debilitada cada vez que nos reuníamos. Me hizo sentar junto a su cama mientras escudriñaba mi rostro.

—Así que ahora has perdido a tu Johnny —dijo.

—No lo sé, abuelita. Tal vez vuelva.

—¿Eso es lo que tú quieres, preciosa? —inquirió. Yo guardé silencio, pues jamás pude mentirle—. Te preguntas qué irá a pasar ahora, ¿eh? Es muy probable que esto haga volver al otro. ¿Y la hija del párroco?

—Mellyora piensa antes en mí que en sí misma.

Abuelita suspiró, diciendo:

—Esto lo decidirá. Si esto no lo hace volver a casa, nada lo hará.

—Debemos esperar y ver, abuelita.

Inclinándose, me apretó la mano.

—¿Quieres recobrar a tu marido, preciosa?

Quería una respuesta franca y estaba muy ansiosa.

—No sé —le contesté.

—Kerensa, ¿recuerdas…? —continuó ella.

Su voz se había reducido a un susurro; me apretaba la mano con más firmeza. Intuí que estaba por decirme algo de suma importancia.

—¿Sí, abuelita? —la apremié con suavidad.

—Estuve dándole vueltas en la mente…

De nuevo hizo una pausa; la miré con fijeza. Cerró los ojos y los labios se le movieron en silencio, como si hablara consigo misma.

—¿Recuerdas —dijo por fin— cómo te peiné y nos pusimos la peineta y la mantilla que Pedro me regaló?

—Sí, abuelita. Las guardaré siempre. Con frecuencia me peino así y me pongo la peineta y la mantilla.

Se dejó caer otra vez sobre sus almohadas; una expresión perpleja asomó a su cara.

—A Pedro le habría gustado ver a su nieta —murmuró.

Pero yo comprendí que no era eso lo que había estado a punto de decir.

* * *

Mellyora y yo estábamos solas en mi sala de recibo. Aquello se parecía mucho a otras épocas, esos días en que habíamos estado juntas en el rectorado. Ambas sentíamos esto, que nos acercaba todavía más.

—Este es un momento de espera, Mellyora —dije—. La vida cambiará pronto.

Ella movió la cabeza asintiendo, con la aguja suspensa en el aire; estaba cosiendo una camisa para Carlyon y trabajando así se la veía delicadamente femenina y desvalida.

—No hay noticias de Johnny… día tras día —reflexioné—. ¿Cuándo crees tú que abandonarán la búsqueda?

—No lo sé. Supongo que lo registrarán como desaparecido y lo seguirá siendo hasta que tengamos alguna noticia suya.

—¿Qué crees que le habrá sucedido, Mellyora? —dije; ella no contestó—. Había mucha animosidad contra él en Saint Larston —continué—. ¿Recuerdas lo furioso que estaba aquel día en que alguien le arrojó una piedra? Los pobladores de Saint Larston habrían podido matarlo porque él no quiso abrir la mina. Estaban en juego sus medios de vida. Sabían que yo estaría dispuesta a abrirla.

—Tú… Kerensa.

—Ahora seré yo el ama del Abbas… salvo que…

—El Abbas pertenece a Justin, Kerensa, siempre fue así.

—Pero se marchó y Johnny lo administraba todo en su ausencia. A menos que vuelva…

—No creo que vuelva jamás. Aunque no te lo dije antes, él procura tomar ahora una decisión. Cree que se quedará en Italia e ingresará en una orden religiosa.

—¿De veras? —dije, preguntándome si mi voz lograba ocultar mi júbilo. ¡Justin, monje! ¡Jamás se casaría! Ahora el camino estaba despejado para Carlyon. No podía haber nada que se interpusiera entre él y su herencia.

De pronto recordé a Mellyora sentada en casa, aguardando pacientemente como Penélope. Clavé en ella una aguda mirada.

—¿Y tú, Mellyora? Lo querías tanto, ¿lo amas aún? Guardó silencio antes de responder:

—Qué práctica eres, Kerensa. Jamás me comprenderías. Yo te parecería tan necia.

—Por favor, trata de entenderme. Es importante para mí…; me refiero a tu felicidad. He pensado por ti, Mellyora.

—Ya lo sé —sonrió ella—. A veces te enfurecías cuando se mencionaba el nombre de Justin… Yo sabía que era porque te apenabas por mí. Justin fue un héroe de mi niñez. Yo tenía hacia él una adoración infantil. Imagínalo… Él era el heredero de la Casa Grande, y el Abbas significaba algo para mí, tal como para ti. Me parecía simplemente perfecto, y supongo que mi sueño acariciado era que algún día él se fijara en mí. Era el príncipe del cuento de hadas, que debía haberse casado con la hija del leñador convirtiéndola en reina. Todo brotó de una fantasía pueril. ¿Comprendes?

Asentí con la cabeza.

—Pensé que nunca serías feliz cuando él se marchó.

—Yo también. Pero nuestro idilio era de sueño. Me refiero a su amor por mí y el mío por él. Si él hubiese estado libre, nos habríamos casado y tal vez habría sido un buen matrimonio; tal vez yo habría seguido adorándolo. Habría sido para él una buena esposa, sumisa, él habría sido un marido amable, tierno; pero nuestra relación siempre habría tenido esa cualidad de sueño, esa incorporeidad, esa irrealidad. Tú me lo hiciste ver.

—¿Yo? ¿De qué manera?

—Con tu amor por Carlyon, esa vehemente pasión tuya. Esos celos que he visto cuando crees que él se interesa demasiado por mí o por Joe. Tu amor es una cosa violenta, que todo lo consume, y he llegado a convencerme de que eso es el verdadero amor. Piensa en esto, Kerensa; si hubieses amado a Justin como yo creía amarlo, ¿qué habrías hecho tú? ¿Le habrías dicho adiós? ¿Le habrías permitido irse? No. Te habrías ido con él o te habrías quedado aquí luchando con altivez por el derecho a vivir juntos. Eso es amor. Nunca amaste así a Johnny, pero antes amabas así a tu hermano; amabas a tu abuelita y ahora todo tu amor es para Carlyon. Un día, Kerensa, amarás a un hombre y esa será la realización de tu ser. Creo que yo también amaré de esa manera. Somos jóvenes las dos, pero yo tardé más que tú en crecer. Ahora he crecido, Kerensa, y ninguna de las dos está realizada. ¿Me comprendes? Pero lo estaremos.

—¿Cómo puedes saberlo con certeza?

—Porque hemos crecido juntas, Kerensa. Hay entre nosotras un vínculo, una línea del destino que no podemos quebrar.

—¡Qué aire de sabiduría tienes esta mañana, Mellyora!

—Es porque las dos estamos libres… libres de la antigua vida. Es como empezar de nuevo. Johnny está muerto, Kerensa… de eso estoy segura. Creo que es cierto lo que dices. No lo mató una sola persona, sino varias, porque se interponía entre ellos y su medio de vida. Lo asesinaron para poder vivir ellos, sus esposas e hijos. Eres libre, Kerensa. Los hambrientos de Saint Larston te han liberado. Y yo estoy libre… libre de un sueño. Justin ingresará en una orden religiosa; ya no soñaré sentada mientras coso, ya no aguardaré una carta, ya no me sobresaltaré al oír que alguien llega. Y estoy en paz. Me he convertido en mujer. Es como ganar la libertad. También tú, Kerensa, ya que no me has engañado. Te casaste con Johnny, lo toleraste en aras de esta casa, la posición que él te brindaba, en aras de ser una Saint Larston. Tienes lo que querías y todas las cuotas están pagas. Es un nuevo comienzo para ti, tanto como para mí.