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—Kerensa, nunca has estado tan bella como ahora. Es la belleza de una mujer enamorada.

Me ruboricé. Temía hablar de este sentimiento que abrigaba hacia Kim. Me sentía supersticiosa al respecto. Quería olvidar lo sucedido antes; deseaba otro tipo de vida, gobernada por emociones diferentes.

Me sentía frustrada porque cada día se estaba haciendo más claro para mí que quería casarme con Kim. Y ¿cómo podía hacerlo cuando no sabía si mi marido estaba vivo o no?

Abuelita quería hablar sobre Kim y estaba decidida a ello.

—De modo que él ha vuelto, preciosa. Nunca olvidaré la noche en que trajo a Joe desde el bosque. Fue tu amigo desde esa noche.

—Sí —repuse—. Qué asustadas estábamos entonces, pero no teníamos por qué estarlo.

—Es un buen hombre, y fue él quien habló con el señor Pollent. Cuando pienso en lo que le debe nuestro Joe, lo bendigo con todas mis fuerzas, sí señor.

—También yo, abuelita.

—Ya lo veo. Hay otra cosa que quisiera ver, nieta mía —dijo. Aguardé y ella prosiguió con suave voz—: Nunca hubo barreras entre nosotras dos. Tampoco debe haberlas jamás. Quisiera verte casada y feliz, Kerensa, como no lo has estado todavía.

—¿Con Kim? —pregunté con voz queda.

—Sí, él es el hombre para ti.

—También yo lo creo, abuelita. Pero tal vez nunca sepa si estaré libre para casarme.

Cerró los ojos, y cuando yo pensaba que tal vez se habría extraviado en los sinuosos senderos del pasado, dijo repentinamente:

—Muchas veces lo tuve en la punta de la lengua para decírtelo y pensé: "No, mejor que no" Pero ya no digo "no", Kerensa. No creo que vaya a estar contigo mucho tiempo más, hija.

—No lo digas, abuelita. Si tú no estuvieras, no podría soportarlo.

—Oh, hija mía, has sido un verdadero consuelo para mí. Con frecuencia he pensado en el día en que llegaste con tu hermanito… ¡viniste en busca de abuelita Be! Ese fue uno de los días felices de mi vida, que he tenido muchos. Es una gran cosa casarte con el hombre a quien amas, Kerensa, y tener hijos suyos. Me parece que es una de las verdaderas razones para vivir. No elevarse por sobre la propia cuna, ni obtener mansiones. Quisiera que conozcas la clase de felicidad que yo tuve, Kerensa, y se la puede hallar dentro de cuatro paredes de barro y paja. Debes saberlo ahora, niña, porque ahora tienes el brillo del amor y si estoy en lo cierto, eres libre.

—Abuelita, ¿tú sabes que Johnny está muerto?

—No lo vi morir, pero sé lo que pasa y creo tener razón…

Me acerqué más a la cama. ¿Acaso ella soñaba? ¿Pensaba realmente en Johnny, o su mente se había perdido en el pasado?

Leyó mis pensamientos, ya que con dulce sonrisa dijo: —No, Kerensa, mi mente está despejada y ahora te diré todo lo que ocurrió y que condujo a esto. No te lo dije antes porque no estaba segura de que te conviniera saberlo. ¿Puedes rememorar una noche en que viniste a verme desde el Abbas? Entonces eras doncella de compañía de la que cayó por la escalera, y estando aquí viste una sombra en la ventana… ¿Lo recuerdas, Kerensa?

—Sí, abuelita, recuerdo.

—Era alguien que se asomó porque quería verme y quiso asegurarse de que nadie la veía venir. Era Hetty Pengaster; estaba embarazada de cinco meses y asustada. Dijo que temía ser descubierta por su padre, tan estricto, y ella comprometida con Saul Cundy y no podía ser de él. Estaba asustada, pobre muchacha. Quería borrar todas las señales de sus andanzas y empezar de nuevo. Había comprendido que Saul era el hombre para ella y deseaba no haber escuchado cuando el otro fue a cortejarla…

—¿Su hijo era de Johnny? —pregunté con voz queda.

Abuelita continuó:

—Le dije: "Dime quién es el padre", pero ella se negó. Dijo que no debía revelarlo, él se lo había dicho. Dijo que él iba a hacer algo por ella, tendría que hacerlo. La noche siguiente se iba a encontrar con él, y ella le haría ver que debía hacer algo por ella. Creía que tal vez se casaría con ella, pero me di cuenta de que se engañaba. Luego se fue, aturdida como estaba. Su padre era tan estricto y ella estaba comprometida con Saul. Se fue asustada de Saul. Saul no era hombre de permitir que otro le quitara lo que era suyo…

—¿Y ella no te dijo que el otro hombre era Johnny?

—No, no me lo dijo, pero lo temí. Sabía que él andaba detrás de ti y eso me hizo decidir que averiguaría quién era ese hombre. Le dije: "¿No temes que alguien los vea encontrarse, y que Saul o tu padre se enteren?" Me contestó que no, que ellos siempre se encontraban en el prado junto a las Vírgenes y la vieja mina, y que ese lugar era muy seguro, pues a la gente no le gustaba ir allí después de oscurecer. Te lo digo, yo estaba preocupada. Quería saber si era Johnny, tenía que saberlo por ti.

—Y era él, abuelita, por supuesto. Siempre supe que ella le gustaba.

—Todo ese día estuve inquieta, y me decía: "Kerensa desentrañará su destino, igual que tú." Y pensaba en cómo yo había ido en busca de Sir Justin, engañando a mi Pedro, y como ahora me decía que todo había sido para mejor. Y pensando en Pedro me arreglé el cabello con la peineta y la mantilla, y me quedé sentada preguntándome qué haría cuando averiguase que Johnny era el padre del hijo de Hetty. Primero debía estar segura, de modo que esa noche fui al parque y allí aguardé. Me oculté tras la Virgen más grande y los vi encontrarse. Había cuarto de luna y las estrellas brillaban, me bastó para ver. Hetty lloraba y él le imploraba. No pude oír lo que se decía, pues ellos no se acercaron a las piedras lo suficiente. Creo que ella les tenía miedo. Tal vez pensaba que, igual que una de esas vírgenes, sería convertida en piedra. Estaban cerca del pozo de la mina; creo que ella amenazaba con arrojarse allí si él no se casaba con ella. Sé que ella no iba a hacerlo, solamente amenazaba. Pero él estaba asustado. Colegí que procuraba convencerla de que se fuera de Saint Larston. Me aparté de las piedras para tratar de oír lo que decían, y la oí decir: "Me mataré, Johnny. Me arrojaré allí abajo." Y él le contestó: "No seas tonta. No harías tal cosa. No me engañarás. Vete con tu padre y díselo. Él te hará casar a tiempo." Entonces ella se enfureció de veras; se detuvo un momento en suspenso allí en el borde. Tuve ganas de gritarle a éclass="underline" "Déjala tranquila. ¡Ella no lo hará!" Pero no la dejó tranquila. La tomó por el brazo… de pronto la oí gritar y luego… él quedó allí solo.

—¡ Él la mató, abuelita!

—No podría decirlo con certeza. No pude ver con la claridad suficiente… y aunque así hubiese sido, no podría estar segura. Un segundo ella estuvo allí, suspensa en el borde, amenazando con arrojarse; al siguiente ya no estaba.

Los acontecimientos ocupaban ordenadamente su sitio; lo extraño de la conducta de Johnny, su deseo de marcharse, su temor de que la mina fuese reabierta. Entonces miré con fijeza a abuelita, recordando que él debía de haber vuelto directamente a pedirme que me casara con él. Abuelita continuó con lentitud:

—Durante un segundo o dos él permaneció inmóvil, como una de las doncellas que fueron convertidas en piedra. Después miró desesperado a su alrededor y me vio allí de pie, a la luz de ese cuarto de luna, con el cabello oscuro peinado en alto, mi mantilla, mi peineta. Y dijo: "Kerensa". Con voz queda… casi un susurro, pero me llegó en el silencio de la noche. Luego volvió a mirar la mina y abajo, la oscuridad; y yo eché a correr, eché a correr lo más velozmente que podía, cruzando el círculo de piedras y el prado. Había llegado al camino cuando le oí llamar de nuevo. "Kerensa. ¡Kerensa, ven aquí!"

—Abuelita —dije—, él creyó que era yo quien estaba allí de pie. Creyó que fui yo quien vio lo sucedido.

Ella asintió con un movimiento de cabeza.

—Regresé a mi cabaña y me pasé la noche sentada, pensando qué debía hacer. Y luego, por la mañana, Mellyora me trajo tu carta. Habías huido a Plymouth para casarte con Johnny Saint Larston.