Выбрать главу

—¿Hablamos primero y bebemos té luego? —inquirió—. Hay mucho por conversar.

—Sí, Kim —repuse con presteza—. Hablemos ahora.

Entrelazando su brazo con el mío, me condujo a la ventana, donde nos quedamos uno junto al otro, contemplando los jardines. Viendo desde allí el círculo de piedras en el prado, pensé que aquel era el escenario perfecto para su propuesta.

—He estado pensando mucho en esto, Kerensa —dijo—, y si hablé demasiado pronto después de tu tragedia… debes perdonarme.

—Por favor, Kim —le contesté formalmente—, estoy lista para oír lo que quieras decirme.

Vaciló todavía; después prosiguió:

—Antes sabía mucho acerca de este lugar. Sabes que solía pasar aquí casi todas mis vacaciones escolares. Justin era mi mejor amigo y creo que su familia se compadecía de un muchacho solitario. Con frecuencia acompañaba al padre de Justin en sus recorridas por la finca. Solía decir él que ojalá sus propios hijos tuviesen tanto interés como yo en el lugar…

Moví la cabeza afirmativamente. Ni Justin ni Johnny habían brindado al Abbas el cuidado que merecía. Justin jamás se habría marchado como lo hizo, si realmente hubiese amado a ese lugar. En cuanto a Johnny, para él no significaba otra cosa que el suministro de fondos con los cuales jugar.

—Yo solía desear que fuese mío. Te digo todo esto porque quiero que sepas que percibo muy bien el estado en que se encuentra. Sin la atención adecuada, una finca tan grande como esta empieza pronto a deteriorarse. Y hace mucho tiempo que no tiene tal atención. Necesita capital y mucho trabajo… yo podría darle lo que necesita. Tengo el capital, pero sobre todo tengo amor por el Abbas. ¿Me entiendes, Kerensa?

—Completamente. Me he dado cuenta de todo eso. El Abbas necesita un hombre… un hombre fuerte… que lo entienda y lo ame, y que esté dispuesto a dedicarle tiempo.

—Yo soy ese hombre. Puedo salvar al Abbas. Si no se hace algo, declinará. ¿Sabías que los muros necesitan atención, que hay hongos en la madera en un sector, que hace falta rellenar la ebanistería en más de veinte lugares? Quiero comprar el Abbas, Kerensa. Sé que esto es cuestión de los abogados. No sé bien todavía cuál es la posición de Justin, pero quería hablar primero contigo para saber qué piensas al respecto, porque sé que tú amas esta casa. Sé que te entristecería mucho verla decaer. Quiero que me autorices a iniciar negociaciones. ¿Qué opinas, Kerensa?

¡Qué opinaba yo! Había ido a escuchar una propuesta de matrimonio y me veía frente a una proposición comercial.

Miré su cara. Estaba enrojecida; en sus ojos había una expresión distante, como si no percibiese aquel recinto" ni a mí, como si estuviese mirando el futuro. Lentamente dije:

—Yo creía que esta casa sería de Carlyon algún día. Él heredará el título si Justin no se casa y tiene un hijo… lo cual es ahora sumamente improbable. Esto es un poco inesperado…

Me tomó la mano; mi corazón dio un vuelco de súbita esperanza.

—Soy un imbécil carente de tacto, Kerensa —dijo—. Debí haber abordado la cuestión de otra manera… no soltarla así, de pronto. Toda clase de planes me dan vueltas en la cabeza. No es posible explicártelo todo ahora…

Fue suficiente. Creí entender. Aquel no era sino el comienzo de un plan. Quería comprar el Abbas y luego pedirme que fuese su ama.

—Estoy un poco atontada ahora, Kim —dije—. Quería tanto a abuelita, y sin ella…

—¡Mi queridísima Kerensa! Nunca debes sentirte perdida y sola. Sabes que yo estoy aquí para cuidarte… y también Mellyora, Carlyon…

Me volví hacia él, apoyé una mano en su chaqueta; él la tomó y la besó con rapidez. Fue suficiente. Yo sabía. Siempre había sido impaciente. Quería tenerlo todo arreglado tan pronto como sabía cuánto lo anhelaba.

Por supuesto, era demasiado pronto para que él me propusiera matrimonio. Eso era lo que Kim me estaba diciendo. Primero compraría el Abbas; lo pondría en condiciones, y cuando estuviera restaurado en su antigua dignidad, me pediría que fuese su ama.

Suavemente dije:

—Kim, sin duda tienes razón. El Abbas te necesita. Por favor, sigue adelante con tus planes. Estoy segura de que eso es lo mejor que puede ocurrirle al Abbas… y a todos nosotros.

Quedó encantado. Por un glorioso instante pensé que me iba a abrazar. Sin embargo, desistió y exclamó, dichoso:

—¿Llamaremos pidiendo el té?

—Lo haré yo —repuse. Lo hice, mientras él me sonreía. Acudió al llamado la señora Rolt.

—Té, por favor, señora Rolt —dijo él—, para la señora Saint Larston y yo.

Y cuando lo trajeron, fue igual que haber vuelto a casa. Sentada a la mesa redonda, serví de la tetera de plata, como me lo había imaginado. La única diferencia era que no me comprometería con Kim hasta después.de un lapso adecuado. Pero tenía la certeza de que era sólo una postergación, de que él había puesto en claro sus intenciones, y lo único que me quedaba por hacer era tener paciencia hasta que mis sueños se tornasen realidades.

* * *

Kim iba a comprar el Abbas y la finca Saint Larston. Era una negociación complicada, pero mientras aguardábamos a que finalizase, él efectuaría ya ciertas reparaciones.

Nunca dejaba de consultarme a este respecto, lo cual significó que hubiese muchas entrevistas entre ambos. Después Mellyora y Carlyon solían reunirse con nosotros en el Abbas —habitualmente para el té— o bien él regresaba conmigo a la Casa Dower. Esos fueron días placenteros, cada uno de los cuales acortaba el período de espera.

Había jornaleros en el Abbas, y un día, cuando Kim me llevó a ver las tareas que se efectuaban, vi a Reuben Pengaster trabajando allí.

Yo compadecía a Reuben y a todos los Pengaster, pues colegía el golpe que habían sufrido al hallarse él cadáver de Hetty. Según habían dicho Doll a Daisy, el hacendado Pengaster se había encerrado en su cuarto tres días con sus noches sin probar bocado cuando se enteró de la noticia. La casa había quedado de luto. Yo sabía que Reuben había querido entrañablemente a su hermana, pero cuando lo vi trabajando en el Abbas, parecía estar más contento que en mucho tiempo.

Estaba cepillando madera, y le temblaba la mandíbula como si disfrutara de una broma secreta.

—¿Cómo va todo, Reuben? —le preguntó Kim. —Bastante bien, señor, me parece.

Giró los ojos hacia mí y su sonrisa fue casi radiante.

—Buenas tardes, Reuben —dije.

—Buenas tardes tengas tú, señora.

Kim empezó a explicarme lo que sucedía mientras nos alejábamos. Entonces recordé que deseaba encargar ciertas renovaciones en la cabaña y se lo mencioné a Kim.

—Pide a Reuben que vaya contigo y te dé un presupuesto. Lo hará con gusto.

Volví en busca de Reuben.

—Quiero que se hagan algunas reparaciones en la cabaña, Reuben —le dije.

—¡Oh, sí! —repuso. Siguió cepillando, pero me di cuenta de que estaba complacido.

—¿Podrías venir a echar una ojeada?

—Oh, sí —repitió.

—Pienso agregar dependencias a la cabaña para convertirla en una casita. Los cimientos son buenos —continué—. ¿Crees que eso sería posible?

—Me parece que sí. Tendría que verla bien, pues.

—Bueno, ¿quieres venir en algún momento?

Interrumpió su labor, rascándose la cabeza.

—¿Cuándo quisieras que lo haga, señora? ¿Mañana, después de terminar mi trabajo aquí?

—Eso sería excelente.

—Pues bien… como a las seis.

—Ya estará oscureciendo. Querrás verla a la luz del día. Volvió a rascarse la cabeza.

—Me parece que podría estar allí a las cinco. Eso nos daría una hora de luz diurna, ¿eh?