—Entonces muy bien, Reuben, mañana a las cinco… en la cabaña. Allí estaré.
—Muy bien, señora.
Reanudó su tarea, mientras la mandíbula se le sacudía de regocijo secreto. Eso me indicó que no estaba irritado, lo cual me alegró. Reuben era ingenuo, y Hetty había estado mucho tiempo ausente; probablemente él había olvidado cómo era. Volví junto a Kim.
—Y bien, ¿ya se citaron? —preguntó este.
—Sí, Reuben se mostró complacido al respecto.
—Nunca es más feliz que cuando trabaja —repuso Kim mientras consultaba su reloj—. Volvamos a la biblioteca. Mellyora y Carlyon llegarán en unos minutos.
* * *
Mientras iba hacia la cabaña, recordé la última ocasión en que la había visitado y me sentí de nuevo inquieta. Al internarme en el bosquecillo, miraba sin cesar por sobre el hombro, imaginando que tal vez me siguieran. Iba con tiempo; llegaría exactamente a las cinco. Tenía la esperanza de que Reuben fuese puntual; cuando él llegara se desvanecerían mis fantasías.
Antes nunca había lamentado el aislamiento de nuestra cabaña, sino que me había agradado. Pero cuando abuelita estaba allí, todo había parecido tan seguro. Por un momento me abrumó la tristeza, y el saber que el mundo ya no sería el mismo para mí, ahora que abuelita no estaba en él.
La cabaña parecía distinta. Antes había sido refugio y hogar; ahora era cuatro paredes de arcilla y paja, aislada de las demás cabañas; un lugar donde el picaporte podía levantarse de manera alarmante, donde una sombra podía aparecer en la ventana.
Llegué a la puerta y abriéndola, entré mientras miraba ansiosamente a mi alrededor. La cabaña siempre había sido oscura porque la ventana era pequeña. Deseé haber esperado una mañana luminosa para pedir a Reuben que fuese allí. Sin embargo, suponía que podría indicarle lo que deseaba que se hiciese, y eso era todo lo necesario por el momento.
Miré de prisa en derredor y fui al depósito para comprobar que nadie se ocultaba allí. Aunque riéndome de mí misma, de todos modos cerré la puerta con pasador.
Me había convencido de que en la ocasión anterior, probablemente fuese algún gitano o vagabundo el que había probado la puerta y mirado por la ventana, quizá buscando algún sitio donde volver de noche, para usarlo como refugio. Al encontrar la puerta cerrada y ver alguien allí, el intruso se había marchado rápidamente.
Examiné el cielo raso del depósito. Sin duda alguna, necesitaba atención. Si hacía» construir más habitaciones encima de él —quizá conservando la habitación principal con su talfat— tendría un lugar bastante interesante.
El corazón me dio un vuelco de terror. Era igual que la vez anterior. Alguien estaba levantando el picaporte.
Corrí a la puerta, y cuando me apoyaba en ella, vi la sombra en la ventana.
La miré con fijeza; entonces me eché a reír.
—¡Reuben! —exclamé—. Así que eres tú… Aguarda un momento, te dejaré entrar.
Reía de alivio cuando él entró en la cabaña… el simpático, el conocido Reuben, no un siniestro desconocido.
—Bueno —dije con vivacidad—, no es el mejor momento del día para nuestro negocio.
—Oh, será un momento bastante bueno, señora.
—Bien, quizá para nuestros fines. Tendrás que venir otra vez una mañana. Ya ves, hacen falta muchas reparaciones… pero pienso construir encima. Tendremos un plan. Pero hay algo que sí quiero… este cuarto debe quedar tal como está. Siempre quise que quedase así… con el antiguo talfat a lo largo de toda la pared. ¿Ves, Reuben?
Mientras yo hablaba, él me miraba, pero respondió:
—Oh, sí que veo, señora.
—Construiremos arriba y a los lados. Bien podemos tener una linda casita aquí. Habrá que derribar algunos árboles; es una lástima, pero necesitaremos terreno adicional.
—Oh, sí, señora —replicó él. No se movió, sino que se quedó mirándome.
—Bueno —continué—, ¿quieres que echemos una ojeada mientras aún hay un poco de luz diurna? Temo que no quede mucha.
—Para nuestra Hetty no queda nada —dijo él.
Me volví y le lancé una mirada penetrante. Tenía la cara fruncida, como si estuviese a punto de llorar.
—Hace mucho que ella vio por última vez la luz del día —prosiguió.
—Lo lamento —dije con suavidad—.Fue terrible. No sé decirte cuánto lo lamento.
—Yo te diré cuánto lo lamento, señora.
—Debemos aprovechar todo lo posible la luz. Pronto oscurecerá.
—Sí, pronto oscurecerá para ti, como" para nuestra Hetty.
Algo en su voz, algo en el modo en que no cesaba de mirarme, comenzó a alarmarme. Recordé que Reuben eran un desequilibrado; recordé aquella ocasión en que lo había visto cambiar una mirada con Hetty en la cocina de los Pengaster, después de matar él un gato. Recordé también que la cabaña era solitaria, que nadie sabía de mi presencia allí; y recordé esa otra ocasión en que había estado sola y asustada en la cabaña, y me pregunté si había sido Reuben quien me siguiera entonces hasta allí.
—¿Ahora, el techo? —dije con vivacidad—. ¿Qué opinas del techo?
Por un instante miró hacia arriba.
—Me parece que algo habrá que hacer con el techo.
—Escucha, Reuben —dije—. Fue un error venir a esta hora. Ni siquiera es un día luminoso, lo cual habría ayudado. Lo que haré es darte la llave de la cabaña, y quiero que vengas una mañana y efectúes un minucioso examen del lugar. Cuando lo hayas hecho podrás hacerme un informe y yo decidiré qué podemos hacer. ¿De acuerdo?
Reuben asintió con la cabeza. Yo continué:
—Temo que ahora no podamos hacer nada, está demasiado oscuro. Nunca hubo mucha luz aquí, ni en los días más soleados. Pero a la mañana será mejor.
—Oh, no —contestó él—. Lo mejor es ahora. La hora ha sonado. Este es el momento.
Procurando no hacer caso de eso, me acerqué a la puerta.
—¿Y bien, Reuben? —murmuré.
Pero él estaba delante de mí, cerrándome el paso.
—Quiero decirte algo —empezó.
—Sí, Reuben.
—Quiero hablarte de nuestra Hetty…
—En otra ocasión, Reuben.
De pronto su mirada fue colérica.
—No —dijo.
—¿Y entonces, qué?
—Nuestra Hetty está fría y muerta. —Se le frunció la cara—. Era linda… como un pajarito, así era nuestra Hetty. No estuvo bien. Él debía casarse con ella, y tú lo obligaste a casarse contigo en cambio. Sobre eso nada puedo hacer… Saul se hizo cargo de él.
—Ya pasó eso, Reuben —susurré tranquilizadoramente, y traté de pasar junto a él, pero volvió a detenerme.
—Recuerdo cuando se cayó la pared —dijo—. Entonces la vi. Allí estuvo un instante… y al siguiente, ya no. Me recordó a alguien.
—Tal vez no viste nada en realidad, Reuben —dije, contenta de que él hubiera dejado de hablar de Hetty y hablase en cambio de la Séptima Virgen.
—Un instante ella estuvo allí —murmuró Reuben— y al siguiente se había ido. Si yo no hubiese quitado las piedras, hasta ahora estaría allí. Emparedada estaba, a causa de su pecado. ¡Se acostó con un hombre, aunque había hecho la sagrada promesa! Y allí estaría ahora… ¡de no haber sido por mí!
—No fue culpa tuya, Reuben. Y estaba muerta. No importó que se la perturbara cuando estaba muerta.
—Todo por mi culpa —insistió él—. Se parecía a alguien…
—¿A quién? —pregunté débilmente.
Sus ojos dementes se posaron de lleno en mi rostro.
—Se parecía a ti —dijo.
—No, Reuben, tú imaginaste eso.
—Ella pecó —repitió él, sacudiendo la cabeza—. Tú pecaste. Nuestra Hetty pecó. Ella pagó… pero tú no.