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—Mellyora, yo merecía morir, pues he pecado —dije.

—Calla —trató de calmarme ella—. No debes pensar tales cosas.

—Pero lo hice… tan profundamente como ella. Más aún. Ella quebró su juramento, yo quebré el mío. Quebré el juramento de amistad, Mellyora.

—Has tenido malos sueños.

—Malos sueños de una mala vida.

—Has tenido una terrible experiencia. No hay por qué temer.

—A veces creo que Reuben está en el cuarto, que grito y nadie me oye…

—Se lo llevaron a Bodmin. Hacía mucho que estaba enfermo. Empeoraba gradualmente…

—¿Desde que se fue Hetty?

—Sí.

—¿Cómo fue que Kim llegó a tiempo para salvarme?

—Porque vio que alguien había removido la pared.

Cuando habló con Reuben al respecto, este le dijo que la pared había vuelto a derrumbarse. Dijo que al día siguiente la repararía. Pero Kim no lograba entender cómo podía haberse derrumbado, cuando se la había reconstruido no mucho tiempo atrás… oh, tú recuerdas cuando… éramos niños.

—Lo recuerdo bien —le contesté—. Estuvimos todos juntos allí…

—Todos lo recordamos —respondió Mellyora—. Entonces tú no llegaste a casa y yo fui en busca de Kim… naturalmente.

—Sí —repuse con dulzura—, naturalmente fuiste en busca de Kim.

—Como yo sabía que habías ido a la cabaña, fuimos primero allí. La puerta estaba abierta de par en par… Entonces Kim se asustó. Echó a correr… porque Reuben le había dicho algo extraño acerca de Hetty… y debe de habérsele ocurrido la idea…

—¿Conjeturó lo que iba a hacer Reuben?

—Conjeturó que algo extraño estaba pasando, y que tal vez lo averiguásemos al llegar a la pared. Gracias a Dios, Kerensa.

—Y a Kim —murmuré.

Luego me puse a pensar en todo lo que debía a Kim. Probablemente la vida de Joe y su felicidad actual; mi vida, mi futura felicidad.

"Kim", pensé, "pronto estaremos juntos y todo lo que antes ocurrió será olvidado. Sólo habrá futuro para nosotros… para mí y para ti, mi Kim."

Desperté por la noche, sollozando. Había tenido una pesadilla. Estaba de pie en la escalera, con Mellyora, y ella me mostraba el elefante de juguete. Yo le decía: "Esto es lo que la mató. Ahora estás libre, Mellyora… libre."

Al despertar vi a Mellyora de pie junto a mí, con la rubia cabellera peinada en dos trenzas que, gruesas y relucientes, parecían sogas doradas.

—Mellyora —dije.

—Tranquilízate. No fue más que una pesadilla.

—Estos sueños… ¿acaso no hay modo de escapar de ellos?

—Pasarán cuando recuerdes que son tan sólo sueños.

—Es que son parte del pasado, Mellyora, Oh, tú no sabes. Me temo que he sido malvada.

—Vamos, Kerensa, deja de decir tales cosas.

—Dicen que la confesión hace bien al alma. Mellyora, quiero confesar…

—¿Ante mí?

—Es a ti a quien perjudiqué.

—Te daré un sedante, debes tratar de dormir.

—Dormiré mejor con la conciencia liviana. Debo decírtelo, Mellyora. Debo hablarte del día en que Judith murió. No fue como todos creyeron. Sé cómo murió.

—Has tenido malos sueños, Kerensa.

—Sí, por eso debo decírtelo. No me perdonarás… no en el fondo de tu corazón, aunque dirás que sí. Guardé silencio cuando debí haber hablado. Arruiné tu vida, Mellyora.

—¿Qué estás diciendo? No debes alterarte. Vamos, toma esto y procura dormir.

—Escúchame. Judith tropezó. ¿Recuerdas a Nelly… el elefante de juguete de Carlyon?

Se mostró alarmada; evidentemente creía que yo desvariaba. Insistí:

—¿Lo recuerdas?

—Pero, por supuesto. Todavía está por allí, en alguna parte.

—Judith tropezó en él. La cicatriz… El desgarrón; tú lo remendaste. Lo hizo el tacón de Judith. Estaba caído en la escalera y ella tropezó con él. Escondí el elefante, primero porque no quería que culparan a Carlyon y después… después porque pensé que, si se demostraba que era un accidente, Justin no se marcharía; se habría casado contigo; habrían tenido un hijo que tendría todo… todo lo que yo quería para Carlyon.

El silencio reinaba en la habitación. Sólo se oía el tic-tac del reloj sobre la repisa de la chimenea. El silencio mortal del Abbas por la noche. En alguna parte de esta casa dormía Kim; también Carlyon.

—¿Me oíste, Mellyora? —insistí.

—Sí —respondió ella con voz queda.

—¿Y me odias… por dar forma a tu vida… por arruinarla?

Guardó silencio un rato; pensé: "La he perdido. He perdido a Mellyora. Primero abuelita, ahora Mellyora. Pero ¿qué me importa? Tengo a Carlyon. Tengo a Kim."

—Hace tanto tiempo de todo eso —dijo por fin Mellyora.

—Pero habrías podido casarte con Justin. Podrías ser el ama del Abbas. Podrías tener hijos. Oh, Mellyora, ¡cuánto debes odiarme!

—Jamás podría odiarte, Kerensa: además…

—Cuando lo recuerdes todo… cuando se te presente todo con claridad… cuando recuerdes todo lo que has perdido, me odiarás.

—No, Kerensa.

—Oh, eres tan buena… demasiado buena. A veces odio tu bondad, Mellyora. Te hace tan débil… Te admiraría más si te enfurecieras conmigo.

—Es que ahora no podría hacer eso. Estuvo mal de tu parte, sí… Fue una maldad tuya. Pero ya pasó. Y ahora quiero decirte gracias, Kerensa. Porque me alegro de que hayas hecho lo que hiciste.

—¿Te alegras… te alegras de haber perdido al hombre a quien amabas… te alegras de una vida solitaria?

—Tal vez nunca amé a Justin, Kerensa. Oh, no soy tan sumisa como tú crees. Si lo hubiese amado, jamás lo habría dejado irse. Si él me hubiese amado, jamás se habría ido. Justin amaba la vida solitaria. Ahora es tan feliz como nunca lo ha sido. Y yo también. Si nos hubiésemos casado, habría sido un grave error. Tú nos salvaste de él, Kerensa. Por malos motivos, sí… pero nos salvaste. Y yo me alegro de estar salvada. Ahora soy tan feliz… Jamás habría podido tener una felicidad así, de no haber sido por ti. Eso es lo que debes recordar.

—Tratas de consolarme, Mellyora. Siempre lo hiciste. No soy una niñita para que se me tranquilice.

—No me proponía decírtelo aún. Esperaba a que estuvieses mejor, entonces íbamos a celebrar. Todos estamos muy entusiasmados al respecto. Carlyon está tramando una gran sorpresa. Será una fiesta grandiosa y solamente esperamos a que te mejores.

—¿Para celebrar… qué?

—Este es el momento para decírtelo… para poner sosiego en tu espíritu. No les importará que te lo haya dicho… aunque pensábamos hacer de ello una ocasión festiva.

—No entiendo.

—Lo supe tan pronto como volvió. Y él también. Sabía que era la razón principal por la que quiso regresar.

—¿Quién?

—Kim, por supuesto. Me ha pedido que me case con él. Oh, Kerensa, la vida es maravillosa. Así que fuiste tú quien me salvó. Ya ves que sólo puedo tenerte gratitud. Pronto nos casaremos.

—Tú… y Kim… oh, no. ¡Tú y Kim! Riendo contestó:

—Todo este tiempo has estado apenada, pensando en Justin. Pero el pasado quedó atrás, Kerensa. Ya no tiene importancia lo que ocurrió antes, sino lo que hay por delante. ¿Comprendes?

Me recliné y cerré los ojos.

Sí, comprendía. Veía mis sueños en ruinas. Veía que no había aprendido nada del pasado.

Contemplaba un futuro tan oscuro como los huecos entre las paredes. Estaba emparedada con mi desdicha.

CAPÍTULO 08

Ahora hay niños en el Abbas… de Mellyora y Kim. El mayor —que se llama Dick, como su padre— tiene diez años, y se parece tanto a Kim que cuando los veo juntos, mi amargura es casi intolerable.