– ¿A qué hora limpió usted el despacho del Sr. Zabaleta?
– ¡No seré yo sospechosa! -respondió Digna como lo hacen en las películas de la televisión.
– No, mujer, por Dios…
– Ah, bueno. Pues verá… Normalmente el Sr. Zabaleta se iba a las siete, más o menos, y yo limpiaba a las siete y cuarto, siete y media, según. Pero ayer él estaba trabajando y…
– ¿No limpió?
– Sí, verá: es que el Sr. Zabaleta, que en paz descanse [19], era muy bueno. Muy bueno, muy bueno. Un señor de verdad, un caballero. Y tan amable… ¿Quién habrá sido? No lo entiendo.
Yo empezaba a ponerme nerviosa. Digna hablaba realmente muy despacio. Y mucho.
– Pero Digna, ¿limpió o no limpió la oficina?
– Ah, eso… ¡Sí…!
– ¿A qué hora?
– A las siete y cuarto, como siempre. Él me dijo: «Pase, pase. Digna, no me molesta». Todo un señor, de verdad. «Se ha caído un cenicero y esto está horrible», me explicó luego.
«Puedo venir más tarde, Sr. Zabaleta», le dije yo. «Nada, nada, mujer. Yo voy a tomarme un cafetito y vuelvo.
Mientras, usted limpia un poco esto», dijo él.
– O sea que limpió…
– Sí, sí. Pasé el aspirador, quité el polvo… El Sr. Zabaleta era un señor de verdad y muy limpio. Sí señor, muy limpio.
¡Qué crimen tan espantoso!
Otra frase oída en la televisión.
– Vamos un momento a la oficina, ¿quieren? -les dije yo entonces.
Los tres entramos de nuevo en el lugar del crimen.
11
– Digna, vamos a ver, haga memoria. Es importante.
¿Limpió bien esta alfombra?
Era la alfombra donde yo había encontrado el brillante.
– ¿Cómo? Señorita, yo siempre limpio bien. Para eso estoy, ¿no? -me respondió enfadada.
– Claro, claro, mujer. Pero ayer, en particular, ¿pasó bien el aspirador por aquí?
– Sí, muy bien. Había un cenicero en el suelo y la alfombra estaba muy sucia, toda llena de ceniza y colillas…
– Gracias, Digna -dijo Alberto.
– Pero… No entiendo. ¿Qué relación tiene el aspirador con…?
– Todavía no lo sabemos. Digna, pero gracias por todo.
Digna volvió a su trabajo muerta de curiosidad.
– Lola, ¿qué quieres saber? -me preguntó entonces Alberto-. Yo tampoco lo entiendo muy bien.
– Pues, muy fácil. Quiero saber si alguien perdió anoche ese brillante.
– Entiendo… Pues parece que sí, ¿no?
– Eso parece. Y a lo mejor fue el asesino.
12
Por la noche llegué a casa muy cansada. Vivo sola en el Madrid de los Austrias [20], en la Plaza de la Paja. Me gusta Madrid y me gusta mi barrio, un barrio céntrico pero tranquilo. En el balcón estaba mi vecina y amiga Carmela.
Carmela es una mujer mayor, vasca y, como buena vasca, muy buena cocinera [21]. Ella y yo nos llevamos muy bien. Es casi como una segunda madre. Muchas noches me invita a comer porque sabe que, si estoy sola, no como casi nada.
– ¿Subes a cenar?
Me gritó desde el balcón.
– Tengo bacalao al pil pil [22].
– Vale, de acuerdo, ahora subo. Me doy una ducha y subo.
Cuando tengo un caso difícil, me gusta explicárselo a Carmela. Siempre me da buenas ideas.
El bacalao y hablar con Carmela me fueron muy bien.
Después de cenar ya estaba más tranquila.
– Oye, y ese pobre chico, Alberto, y tú no… -me preguntó Carmela que siempre quiere casarme.
– No, Carmela. No hay nada. Ya te he dicho que fuimos novios en la Universidad pero ahora, nada…
– Pues por lo que dices, es un chico estupendo, con un buen trabajo y…
– ¡Carmela…!
– Vale, vale, me callo. ¿Y por qué dejasteis de ser novios?
– No le gusta comer. Sólo come hamburguesas.
– Ah, bueno, si es así… -respondió Carmela.
Carmela piensa que la cocina es una cosa sagrada y las hamburguesas un motivo de divorcio muy serio.
13
El jueves por la mañana llamé a Alberto.
– ¿Ha llegado ya la Sra. Zabaleta? -le pregunté.
– Sí, ya está en Madrid.
– ¿Cuándo puedo verla?
– Yo ya le he dicho que vas a ir a verla. Te espera. Esta mañana está en su casa.
– Magnífico. ¿Tienes la dirección?
– Sí, toma nota…
Me dio una dirección en el Viso [23].
– Te llamo luego, ¿vale?
– ¿Qué hago yo?
– Nada. Mis socios. Paco y Miguel, también están trabajando. Tú tranquilo.
– Lo intentaré.
14
La casa de los Zabaleta era una casa de los años veinte.
Muy grande pero un poco triste. En la puerta había dos fotógrafos, dos paparazzi. esperando poder hacer fotos de la viuda. En el jardín, dos perros muy grandes me miraron sin interés. Llamé al timbre y una mujer mayor abrió la puerta.
– Soy Lola Lago. La Sra. Zabaleta me está esperando.
– Pase por aquí, por favor -dijo la mujer.
La casa era magnífica pero un poco fría. «Una casa sin niños», pensé yo, mientras esperaba en la biblioteca. Al cabo de unos minutos, entró una mujer delgada de unos cuarenta años.
– Hola, ¿qué tal? -dijo dándome la mano.
– Encantada -respondí yo.
De pronto me sentí muy mal vestida al lado de la elegantísima Ma Victoria Villaencina de Zabaleta.
– Usted dirá. No creo que pueda ayudarla mucho. Ya sabe: yo estaba en Cuba… -me dijo.
– Sra. Zabaleta, usted fue la última persona que habló con él,¿no?
– La última, no. La última fue el asesino, ¿no cree?
– Claro, claro, ya me entiende… -dije yo poniéndome roja como un tomate. Ma Victoria me daba un poco de miedo, tan bien vestida, tan elegante, tan segura…
– Yo le llamé desde mi hotel en La Habana a eso de las nueve y media hora española.
– ¿Está segura de la hora?
– Sí, segura. Estaba en el bar, tomando unos mojitos [24]. En el bar del hotel, el «Habana Libre», el antiguo «Hilton» [25].
Llamé a casa y no había nadie. Luego llamé a la oficina.
– Y habló con él…
– Exacto.
– ¿Y no notó nada raro?
– No. Estaba como siempre. Luego, por la tarde, fui a ver el espectáculo del cabaret del hotel, un espectáculo muy divertido, por cierto.
[19] Que en paz descanse es una frase usada, casi exclusivamente por las personas mayores, al referirse a una persona que ya ha muerto.
[20] El Madrid de los Austrias es el centro del Madrid antiguo. Hay muchos edificios del siglo XVII y XVIII.
[21] A los vascos les gusta mucho la buena cocina. La cocina vasca es considerada una de la mejores cocinas españolas.
[22] En España se come mucho bacalao y hay muchas formas de prepararlo. El bacalao al pil pil es una receta vasca. Lleva una salsa a base de aceite de oliva y ajo.