—De acuerdo, Padre —accedió Elemak—. Nafai puede acompañarme.
EN BASÍLICA, Y NO EN UN SUEÑO
Kokor no entendía por qué debía estar recluida. En el caso de Sevet era comprensible: se estaba recobrando de su desdichado accidente. Aún no había recuperado la voz, y sin duda le avergonzaba presentarse en sociedad. Pero Kokor gozaba de perfecta salud y ocultarse en casa de Madre era como admitir que no se atrevía a comparecer en público. Si ella hubiera herido a Sevet adrede, ese aislamiento podría ser necesario. Pero como sólo era un infortunado accidente, el resultado de un trastorno psicológico debido a la muerte de Padre y al descubrimiento del adulterio de Sevet y Obring, nadie podía culpar a Kokor. Además le haría bien aparecer en público. Sin duda aceleraría su recuperación.
Al menos debían permitirle ir a su propia casa, y no obligarla a quedarse con Madre, como si fuera un chiquilla o una retrasada mental que necesitara custodia. ¿Dónde estaba Obring? Si se proponía enmendar la situación, podía comenzar por sacarla de aquel rígido ambiente. Ahí no había nada que le interesara. Sólo clases interminables sobre materias que ya le resultaban indiferentes cuando las suspendía años atrás. Kokor era ahora una mujer adinerada. La herencia de Padre tal vez le permitiera comprar una casa y tener su propio establecimiento. Y aquí estaba, viviendo con Madre.
Aunque no veía a Madre con frecuencia. Rasa se reunía a menudo con consejeras y otras notables de la ciudad, que prácticamente organizaban peregrinaciones para verla y hablar con ella. Reinaba cierta tensión en esas reuniones; Rasa comenzaba a comprender que algunas personas la culpaban de todo. ¡Como si Madre hubiera intentado matar a Padre! Pero recordaban que el actual esposo de Madre, Wetchik, había tenido su inflamatoria visión de Basílica en llamas, y su ex esposo, Gaballufix, había lanzado mercenarios a las calles de la ciudad. Y ahora se decía que su hijo menor, Nafai, era el asesino de Roptat y Gaballufix.
Bien, aunque todo aquello fuera cierto, ¿qué tenía que ver con Madre? Las mujeres no podían controlar a sus esposos, como bien sabía Kokor. Y en cuanto a que Nafai hubiese matado a Padre… bien, aunque así fuera, Madre no estaba allí, y desde luego no había invitado al niño a cometer el crimen. Era como culpar a Madre por lo que sucedía con Sevet, cuando sólo Sevet era la responsable. Además, Padre había muerto por su propia culpa. Todos esos soldados… Nadie podía llevar soldados a Basílica e impedir que se desatara la violencia. Los hombres jamás comprendían esas cosas. Sembraban la confusión, y luego se sorprendían de no poder dominarla.
Como Obring, el muy tonto. ¿No sabía que era una imprudencia interponerse entre dos hermanas? Él era más culpable de la herida de Sevet que Kokor.
¿Y por qué nadie se compadece de mi herida? ¡El profundo daño psicológico que he sentido al sorprender a Obring y a mi propia hermana en pleno adulterio! ¡A nadie le importa mi sufrimiento, y que quizá necesite salir de noche como terapia!
Kokor se maquillaba, practicando expresiones que pudieran quedar bien en la próxima obra. Pues sin duda habría una próxima obra, cuando saliera de la casa de Madre. Tumannu no lograría aislarla. Ninguna casa de comedias de la Villa de las Muñecas rechazaría a una actriz cuyo nombre estaba en labios de toda Basílica. Agotarían las entradas todas las noches tan sólo con los curiosos, y cuando la vieran actuar y la oyeran cantar, regresarían una y otra vez. Jamás hubiese hecho daño a nadie para progresar en su carrera, pero ya que había sucedido, ¿por qué no sacar partido? Tumannu misma tal vez hiciera cola para rogar a Kokor que protagonizara una comedia.
Se había dibujado una boca fruncida que resultaba muy seductora. La probó desde varios ángulos y le gustó la forma. Sin embargo, era demasiado clara. Tendría que enrojecerla más, o nadie la vería más allá de la primera fila.
—Si la haces más redonda parecerá que alguien te ha agujereado la cara con un taladro.
Kokor se volvió despacio hacia la intrusa que estaba de pie en la puerta. Una antipática niña de trece años. La hermana menor de esa odiosa bastarda, Hushidh. Madre las había cuidado desde pequeñas por pura caridad, y cuando Madre nombró sobrina a Hushidh, la niña cometió el desliz de creer que estaba en pie de igualdad con las sobrinas de linaje, las que llegarían a algo en Basílica. Ella y Sevet se habían divertido poniendo a Hushidh en cintura, cuando eran estudiantes. Y ahora la hermanita, otra bastarda, igualmente fea y arrogante, se atrevía a plantarse en la puerta del dormitorio de una hija de la casa, de una mujer de abolengo, y ridiculizar el aspecto de una de las mujeres más hermosas de la ciudad.
Pero sería una vergüenza tomarse la molestia de reprender a esa chiquilla. Se conformaría con echarla.
—Niña, hay una puerta, y estaba cerrada. Hazme el favor de dejarla como estaba y tú en el pasillo. La niña no se movió.
—Niña, si te han enviado con un mensaje, dímelo y lárgate.
—¿Me hablas a mí? —preguntó la niña.
—¿Ves a otra niña aquí?
—Soy sobrina de esta casa. Sólo a las criadas se les dice «niña». Como se rumorea que eres una dama que conoce las formas correctas de interpelación, supuse que te dirigías a una criada que estaba en el balcón.
Kokor se puso de pie.
—Ya estoy harta de ti. Ya estaba harta antes de que entraras.
—¿Qué piensas hacer? ¿Pegarme en la garganta? ¿O es un deporte que sólo se practica dentro de la familia? Kokor perdió los estribos.
—¡No me tientes! —exclamó. Se dominó, contuvo la furia. Esta niña no valía la pena. Si quería una interpelación correcta, le daría gusto.
—¿Qué buscas aquí, mi querida y joven hija de una ramera sagrada?
La muchacha ni siquiera se inmutó.
—Veo que sabes quién soy. Me llamo Luet. Mis amigos me llaman Lutya. Tú puedes llamarme señorita.
—¿Por qué estás aquí y cuándo te irás? —preguntó Kokor—. ¿He venido a casa de mi madre para que me torturen bastardas sin modales?
—No te preocupes. Por lo que he oído, no permanecerás una hora más en esta casa.
—¿De qué hablas? ¿Qué has oído?
—Vine aquí por amabilidad, para comunicarte que Rashgallivak ha venido con seis soldados para ponerte bajo la protección de los Palwashantu.
—¡Rashgallivak! ¡Ese imbécil! Lo puse en su lugar la última vez que intentó hacerse el listo, y lo volveré a hacer.
—También quiere llevarse a Sevet. Alega que las dos corréis peligro y necesitáis protección.
—¿Peligro? ¿En casa de Madre? Sólo necesito que me protejan de niñas feas e impertinentes.
—Eres muy amable, Kokor. Nunca olvidaré cómo agradeciste mi consideración al traerte estas noticias. —Dio media vuelta y se marchó.
¿Qué esperaba esa niña? Si hubiera entrado con dignidad, y no con un insulto, Kokor la habría tratado mejor. Sin embargo, no se podía esperar que una niña de tan humilde origen supiera cómo comportarse, así que Kokor no le guardaría rencor.
Últimamente Madre estaba tan mandona que quizá considerara buena idea ponerlas a ellas y Sevet bajo la custodia de Rashgallivak. Kokor tendría que tomar medidas para impedirlo.
Se limpió la pintura roja y la sustituyó por maquillaje de día, escogió un vestido sencillo y se lo puso con cierto desaliño, para aparentar que se dirigía a la cocina y descubría con sorpresa que Rashgallivak estaba allí para secuestrarla.
Su plan falló porque en el pasillo se encontró con Sevet, que se apoyaba en el brazo de esa mocosa Hushidh, la hermana mayor de Luet. ¿Cómo podía Sevet, a pesar de su herida, rebajarse a recibir ayuda de una niña a quien había tratado con tanto desprecio? ¿No tenía vergüenza? Y sin embargo era imposible ignorarla. Kokor tendría que mostrarse solícita. Debería atenderla. Afortunadamente, como Sevet estaba apoyada en Hushidh, Kokor no tendría que prestarle ese servicio, que hubiera limitado su libertad de acción.