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Nafai se sintió como si lo hubieran desnudado frente a sus enemigos. No soy mejor que Elemak, ni que cualquiera de esos mandriles que viven junto a la tienda de Padre. Entonces ¿por qué me has escogido?

Porque sí eres mejor, y porque deseas mejorar aún más.

Entonces, ayúdame. Ayúdame a vencer mis deseos oscuros. Y de paso, ayuda también a Elemak. Lo recuerdo cuando era más joven. Alegre, cariñoso, amable. Sé que es algo más que un animal ambicioso, aunque él mismo lo haya olvidado.

Lo sé, respondió el Alma Suprema. ¿Por qué crees que le di ese sueño a Elemak? Para que tuviera la oportunidad de reconocer mi voz. Elemak es tan receptivo como tú, pero hace tiempo que decidió odiarme, frustrar mis propósitos, y mi voz no significaba nada para él. Sin embargo, esta vez pude transmitirle algo que él deseaba oír. Mi propósito coincidía con el suyo. ¿Cuánto crees que valdría tu vida si te hubiera mostrado a ti quién debía ser la esposa de Elemak? ¿Crees que él habría aceptado que tú le entregaras a Eiadh?

Yo no le habría entregado a Eiadh.

En efecto, me habrías desobedecido. Te habrías rebelado. Dices que has matado a Gaballufix sólo porque me sirves a mí y a mi noble propósito… pero estás dispuesto a rebelarte y frustrar mi propósito porque deseas a una mujer que arruinaría tu vida.

Tú no sabes eso. Serás un ordenador muy listo, Alma Suprema, pero no puedes predecir el futuro.

Conozco a Eiadh por dentro, como a ti. Y si alguna vez llegas a conocerla, comprenderás que nunca podría ser tu esposa.

¿Estás diciendo que tiene mal corazón?

Estoy diciendo que vive en un mundo cuyo centro de gravedad es ella misma. Sólo piensa en sus propios deseos. Pero tú, Nafai, jamás estarás satisfecho a menos que logres algo que cambiará el mundo. Yo te concederé ese deseo, si tienes la paciencia de confiar en mí hasta que llegue el momento oportuno. También te daré una esposa que compartirá los mismos sueños, que colaborará contigo en vez de entorpecerte.

¿Quién será mi esposa, pues?

El rostro de Luet acudió a su mente.

Nafai se estremeció. Luet. Ella le había ayudado a escapar, y le había salvado la vida con gran riesgo para sí misma. Lo llevó al lago de las mujeres y lo inició en rituales que por ley sólo podían celebrar las mujeres. Podrían haberla matado por eso, junto con él; en cambio se enfrentó a las mujeres y las convenció de que cumplía órdenes del Alma Suprema. Nafai había nadado con ella en las nieblas que flotaban en el límite entre las aguas calientes y frías del lago, y ella lo había llevado por el Bosque sin Sendas, más allá de esa puerta de la muralla de Basílica que hasta entonces sólo conocían las mujeres.

Y antes Luet había acudido en plena noche a la casa de Padre, en las afueras de la ciudad, con riesgo para sí misma, sólo para advertirle de que los enemigos de Padre pensaban asesinarlo. Ella precipitó su huida al desierto.

Nafai le debía mucho. Y ella le caía bien. Era una buena persona, tierna y sencilla. Entonces, ¿por qué no podía imaginársela como su esposa? ¿Por qué rechazaba esta idea?

Porque ella es la vidente.

La vidente. Por eso no quería desposarla. Porque ella tenía visiones del Alma Suprema desde mucho antes que él; porque tenía una fuerza y una sabiduría que él tenía vedadas. Porque era mejor que Nafai en todo sentido. Porque si compartían ese viaje de regreso a la Tierra, ella oiría la voz del Alma Suprema mejor que él; sabría adonde ir cuando él estuviera desorientado. Cuando para él todo fuera silencio, ella oiría música; cuando él estuviera ciego, ella vería luz. No podré soportarlo, estar ligado a una mujer que no tendrá motivos para respetarme, porque habrá hecho primero y mejor cualquier cosa que yo haga.

Entonces no querías una mujer. Querías una adoradora.

Esta revelación hizo que se ruborizara de vergüenza. ¿Eso soy yo? ¿Un niño tan inmaduro que no puede amar a una mujer fuerte?

Acudieron a su mente los rostros de Rasa y Wetchik, su madre y su padre. Madre era una mujer fuerte, tal vez la más fuerte de Basílica, aunque nunca había usado su prestigio e influencia para obtener poder personal. ¿Padre era más débil porque Madre era al menos su igual? Tal vez por eso no habían renovado su matrimonio después del nacimiento de Issib. Tal vez por eso Madre había estado casada varios años con Gaballufix, porque Padre no había podido tragarse el orgullo para permanecer casado con una mujer tan poderosa y sabia.

Sin embargo, ella volvió junto a Padre, y Padre volvió junto a ella. Nafai era el fruto de la renovación de ese matrimonio. Desde entonces, habían renovado el contrato todos los años, sin cuestionar jamás su compromiso recíproco. ¿Qué había cambiado? Nada. Madre no tenía que disminuirse para formar parte de la vida de Padre, y él no tenía que dominarla para formar parte de la vida de ella. Tampoco ella intentaba dominarlo; el Wetchik siempre había sido un hombre independiente, y Rasa no necesitaba coartar su libertad.

En la mente de Nafai, el rostro de su padre y el de su madre se fusionaron y se transformaron en una sola cara. Por un instante lo reconocía como Padre; luego, sin que hubiera cambios, le parecía que el rostro era el de Madre.

Comprendo, dijo en silencio. Son una sola persona. No importa quién hable ni quién actúe. Ninguno de los dos está por encima del otro. Están juntos, y no existe rivalidad entre ellos.

¿Podré alcanzar semejante compañerismo con Luet? ¿Podré soportar que ella oiga al Alma Suprema mientras yo permanezco sordo? Acabo de enfadarme porque Elya tuvo un sueño verdadero. ¿Sabré escuchar los sueños de Luet sin sentir envidia?

¿Y ella? ¿Me aceptará a mí?

Se avergonzó de esta pregunta. Ella ya lo había aceptado. Lo había llevado al lago de las mujeres. Le había dado todo lo que ella era y tenía, sin titubeos. Era él quien sentía celos y temores, cuando ella demostraba valor y generosidad.

La pregunta no era si soportaría la convivencia con semejante mujer, sino si era digno de ser su esposo.

Un calor vibrante lo invadió, como si se llenara de luz. Sí, dijo el Alma Suprema en su interior. Sí, ésa es la pregunta. Ésa es la pregunta. Esa es la pregunta.

Entonces terminó el trance de su comunión con el Alma Suprema, y Nafai reparó nuevamente en su entorno. Nada había cambiado. Meb y Elya aún lo precedían, y los camellos continuaban la marcha. Aún tenía el cuerpo bañado en sudor; el camello seguía meciéndose bajo su cuerpo; el aire seco del desierto todavía le quemaba la garganta.

Mantenme con vida, rogó Nafai. Mantenme con vida el tiempo suficiente para dominar al animal que hay en mí. El tiempo suficiente para unirme a una mujer que es mejor y más fuerte que yo. El tiempo suficiente para reconciliarme con mis hermanos. El tiempo suficiente para llegar a ser tan buen hombre como mi padre, y también tan bueno como mi madre.

Si puedo lo haré, prometió el Alma Suprema.

Y si yo puedo, lo lograré pronto. Pronto seré digno de todo lo que me ofreces.

4. ESPOSAS

EL SUEÑO DE LA GENETISTA

Shedemei despertó del sueño con la necesidad de contarlo, pero no había nadie junto a ella. Nadie, y sin embargo debía contar el sueño. Era demasiado vivido; debía contarlo, para evitar que se le escurriera de la memoria como la mayoría de los sueños. Era la primera vez que lamentaba no tener esposo. Alguien que tuviera que escuchar el sueño, aunque protestara y se volviera a dormir. Sería un alivio contar el sueño en voz alta.

¿Pero dónde habría dormido un esposo en esas habitaciones abarrotadas ? Apenas quedaba sitio para su litera. El resto de la estancia estaba destinado a sus investigaciones. Mesas de laboratorio, cuencos y tazas, platos y tubos, fregaderos y neveras. Y, ante todo, las grandes cajas que bordeaban las paredes, llenas de semillas y embriones desecados, donde guardaba muestras de cada etapa de sus investigaciones sobre la redundancia como mecanismo natural para crear y controlar tendencias genéticas.