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—Eso parece —convino Luet.

—Pero están las nubes —señaló Hushidh—. ¿Qué os parece? Las nubes van de un continente al otro, pero no viajan entre planetas.

—Ni siquiera los sueños del Alma Suprema son tan claros —objetó Nafai—. La verdad entra en nuestra mente, pero luego el cerebro recurre a nuestra biblioteca mental para hallar imágenes con las cuales expresar esas ideas. Un gran viaje por el aire. Elemak vio una casa de forma extraña. Shedemei ve una nube. Yo oí la voz del Alma Suprema, diciendo que debemos ir a la Tierra.

—La Tierra —dijo Shedemei.

—Ni Padre ni Issib oyeron nada semejante —declaró Nafai—. Pero estoy tan seguro de ello como de que estoy vivo y sentado aquí. El Alma Suprema quiere ir a la Tierra.

—Eso coincide con tu sueño, Shedemei —dijo Luet—. La humanidad abandonó la Tierra hace cuarenta millones de años. El profundo invierno que cubrió la Tierra habrá exterminado a la mayoría de las especies de reptiles, y todas las aves. Sólo habrán sobrevivido los peces y los anfibios, y algunos animales de sangre caliente.

—Pero eso sucedió hace cuarenta millones de años —objetó Shedemei—. La Tierra se habrá recobrado hace mucho¿ Ha habido tiempo de sobra para la aparición de nuevas especies.

—¿Cuánto tiempo estuvo la Tierra cubierta de hielo? —preguntó Nafai—. ¿Cuánto tardó el hielo en retroceder? ¿Adonde se han desplazado los continentes en tantos millones de años?

—Entiendo —dijo Shedemei—. Es posible.

—Pero ese truco mágico —intervino Hushidh—-. Alzar las manos y lograr que bajaran las semillas y embriones, y luego regar los embriones para que crecieran.

—Bien, esa parte me resultó clara al instante —dijo Shedemei—. En mis investigaciones almaceno las muestras de semillas y embriones mediante la cristalización en seco. Todos los procesos corporales se paralizan en el mismo instante de la cristalización. Los almacenamos en seco, y cuando llega el momento de restaurarlos, añadimos agua destilada y los cristales se descristalizan en una reacción en cadena muy rápida, pero no explosiva. Como el organismo es muy pequeño, recobra todas sus funciones en una fracción de segundo. Los embriones deben ponerse de inmediato en una solución líquida nutriente y conectarse con yemas o placentas artificiales, así que no podemos restaurar muchos al mismo tiempo.

—¿Cuánto equipo precisarías para trasladar las muestras necesarias para restaurar de nuevo una buena parte de la flora y la fauna que se habrían extinguido en la Tierra? —preguntó Nafai.

—¿Cuánto? Mucho… una gran cantidad. Una caravana.

—¿Y si tuvieras que escoger las más importantes… las aves más útiles, los animales más imprescindibles, las plantas más necesarias para tener alimento y refugio?

—Entonces el tamaño depende. Hay que establecer prioridades. Por ejemplo, si sólo tienes un camello, es todo lo que podrás llevar, a dos cajas por camello. Y otro camello para llevar cada equipo de restauración y otros materiales.

—Entonces podría hacerse —anunció triunfalmente Nafai.

—¿Crees que el Alma Suprema te enviará a la Tierra? —preguntó Shedemei.

—Creemos que en este momento es el acontecimiento más importante en todo el mundo de Armonía —asintió Nafai.

—¿Mi sueño?

—Tu sueño forma parte de ello —dijo Luet—. También el mío, creo. —Le contó a Shedemei su sueño sobre los ángeles y las ratas.

—Parece bastante plausible como símbolo de un mundo donde han evolucionado nuevas formas de vida —dijo Shedemei—. Pero olvidas que tu sueño no puede ser literalmente cierto si proviene del Alma Suprema.

—¿Por qué no? —preguntó Luet, un poco ofendida.

—¿Cómo sabría el Alma Suprema lo que sucede en la Tierra? ¿Cómo obtendría una imagen fidedigna de las especies de allá? La Tierra está a mil años de distancia. Nunca ha existido una señal electromagnética con fidelidad suficiente para comunicar transmisiones significativas a tanta distancia. Si el Alma Suprema te dio ese sueño, se lo inventó.

—Tal vez sea una conjetura —sugirió Hushidh.

—Tal vez sea una mera conjetura —concedió Nafai—, pero debemos hacer lo que ordena el sueño. Shedemei debe reunir esas semillas y embriones, y prepararnos para llevarlas a la Tierra.

Shedemei las miró asombrada.

—He venido a contar un sueño a Tía Rasa, no a abandonar mi carrera por un viaje descabellado e imposible. ¿Cómo pensáis ir a la Tierra? ¿En una nube?

—El Alma Suprema ha dicho que iremos —declaró Nafai—. Cuando llegue el momento, el Alma Suprema nos mostrará cómo.

—Eso es absurdo —dijo Shedemei—. Soy científica. Sé que existe el Alma Suprema porque nuestras exposiciones a menudo se transmiten a ordenadores de ciudades lejanas, algo que no se puede hacer de otra manera. Pero siempre entendí que el Alma Suprema era sólo un ordenador que controlaba una flota de satélites de comunicaciones.

Nafai miró consternado a Luet y Hushidh.

—Issib y yo realizamos un gran esfuerzo para llegar a esa conclusión —dijo—, y Shedemei lo sabía desde siempre.

—Nadie me lo preguntó —se justificó Shedemei.

—Ni siquiera nos habríamos dirigido a ti —dijo Nafai—. A fin de cuentas, eres Shedemei.

—Sólo otra maestra en casa de tu madre —asintió Shedemei.

—Sí, tal como el Sol es sólo otro astro en el cielo —sonrió Nafai.

Shedemei rió y sacudió la cabeza. › Nunca hubiera pensado que los jóvenes la respetaban tanto. Le complació que se lo dijeran —era grato saber que la ad* miraban— pero también le causó timidez y cierta vergüenza. Tendría que estar a la altura de la imagen que tenían de ella, y ella era sólo una mujer laboriosa que había tenido un sueño perturbador.

—Shedemei —dijo Hushidh—, aunque parezca imposible, el Alma Suprema nos pide que nos preparemos para este viaje. Ni siquiera se nos habría ocurrido pedirte que vinieras, pero el Alma Suprema te ha traído a nosotros.

—Una coincidencia me ha traído a vosotros.

—Coincidencia es sólo la palabra que usamos cuando aún no hemos descubierto la causa —adujo Luet—. Es una ilusión de la mente humana, un modo de decir que ignoramos el porqué y no pensamos averiguarlo.

—Esto ha ocurrido en otro contexto —dijo Shedemei.

—Tuviste el sueño y supiste que era importante —prosiguió Nafai—. Quisiste contárselo a Madre. Estábamos aquí cuando llegaste, y ella no. Pero también a nosotros nos reunió el Alma Suprema. ¿No ves que has sido invitada?

Shedemei sacudió la cabeza.

—Mi trabajo está aquí, no en un absurdo viaje cuyo destino está a mil años luz.

—¿Tu trabajo? —dijo Hushidh—. ¿Qué vale tu trabajo, comparado con la tarea de restaurar especies perdidas en la Tierra? Tu trabajo ya es un logro, pero ser la jardinera de un planeta…

—Siempre que sea verdad —objetó Shedemei.

—Bien —dijo Nafai—, todos nos hemos enfrentado al mismo dilema. Siempre que sea verdad. Nosotros no podemos decidir por ti, así que cuando hayas tomado una decisión, comunícanoslo.

Shedemei asintió, pero sabía que haría todo lo posible para no ver de nuevo a esa gente. Era demasiado extraño. Exageraban al interpretar el sueño. Le exigían demasiados sacrificios.

—Ella ha decidido no ayudarnos —anunció Luet.

—¡En absoluto! —exclamó Shedemei. Pero en su corazón se preguntó con cierto remordimiento cómo lo sabía Luet.

—Aunque decidas no acompañarnos —intervino Nafai—, ¿podemos pedirte algo? ¿Reunirás muestras de semillas y embriones suficientes para cargar dos camellos? ¿Y el equipo que necesitamos para restaurarlos? ¿Nos enseñarás a realizar esa tarea?