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En cuanto a sugerir a sus ex amantes que abandonaran todo lo que tenían en Basílica para ir a vagar por el desierto hasta hallar una tierra de promisión, teniendo de paso una docena de bebés para poblar su nuevo hogar, era un tema que nunca surgía en las conversaciones. Algunas de ellas lo habrían hecho. Al contemplar las ruinas de su frívola vida en Basílica, al recordar el temor de esa pavorosa noche de disturbios y el horror de los cadáveres que los gorayni clavaron en las paredes, la idea de internarse en el desierto con un hombre de verdad que las guiara y las protegiera resultaría atractiva para algunas. Al menos los primeros días. Luego comprenderían que el desierto era solitario y aburrido, y desearían regresar a Basílica, a pesar de las ruinas, tanto como Mebbekew.

Eso no importaba. No pensaba plantear semejante proposición a ninguna de sus amigas. Que Elemak y Nafai le siguieran el juego a Padre y vieran sus estúpidas visiones. Mebbekew sólo quería una mujer que lo llevara a una casa limpia y bonita, a un lecho limpio y bonito, lo protegiera y lo consolara por la pérdida de su fortuna hasta que Elemak y Nafai se marcharan. ¿Por qué iba a volver al desierto? Aunque Basílica estuviera incendiada, aterrorizada y ocupada por los gorayni, los lavabos funcionaban en la mayoría de las casas, la comida era fresca y en la ciudad vieja aún abundaban el placer y la diversión.

Pero ni siquiera ese plan limitado habría funcionado por mucho tiempo, fue comprendiendo poco a poco. Durante sus vagabundeos matinales por la Villa de las Muñecas, comprendió que no podría ocultarse en Basílica por mucho tiempo. Había entrado en la ciudad ilegalmente, sin ser registrado, y en algún momento lo descubrirían. La guardia de la ciudad estaba más activa que nunca, y en las calles había puestos de inspección para controlar las huellas dactilares y oculares. Al final lo pillarían. Ni siquiera le resultó fácil ir desde la Villa de las Muñecas a la casa de Rasa, en la calle de la Lluvia.

Sí, la casa de Rasa. Le mortificaba, pero había intentado todo lo demás; así que allí estaba, dispuesto a rendirse totalmente a sus hermanos, su padre y sus absurdos planes. Aunque no se resignaba. Era insoportable. Humillante. Hola, qué tal, soy el hermanastro de los hijos de Rasa, y he venido porque mis ex amantes no me han tratado bien. Agradecería que Rasa y mis hermanastros me aceptaran y me dieran de comer y beber, por no mencionar una larga ducha caliente, antes de morir.

Era espantoso imaginarlo, pero debería hacerlo. Mebbekew no tenía mucha práctica en hacer cosas desagradables pero necesarias, así que hizo lo que habitualmente hacía en esas circunstancias. Esperó, a poca distancia de su dolorosa meta, y no se movió.

Pasó veinte minutos sin hacer nada —sufriendo tormentos imaginarios durante todo ese tiempo—, mirando a los jóvenes estudiantes reunidos en el porche. Captó algunas palabras y trató de imaginar la materia que se dictaba y el tema de la lección.

Eso lo distrajo unos instantes. Dedujo que el curso más próximo estaba estudiando geometría, química orgánica o construcción con bloques.

Una joven abandonó una clase, bajó la escalinata del porche y se le acercó. Sin duda lo había visto observando el porche y temió que fuera un exhibicionista o un ladrón. Mebbekew pensó en marcharse —lo cual era sin duda lo que ella esperaba— pero al estudiarle el rostro se dio cuenta de que la conocía.

—Buenos días —saludó ella con voz glacial, en cuanto estuvo a distancia suficiente para no gritar.

Mebbekew no temía un enfrentamiento. Jamás había conocido a una mujer bonita y joven a quien no pudiera engatusar rápidamente, si lograba averiguar qué deseaba, y luego se lo daba. Siempre era placentero tratar con una mujer con quien nunca había practicado esas artes. Sobre todo porque la reconoció de inmediato, o al menos le pareció reconocer cierta semejanza.

—¿No te llamabas Dolya? —preguntó.

Ella se ruborizó, pero su expresión se volvió más fría y colérica. Conque Mebbekew tenía razón. Era Dol.

—¿Llamo a la guardia para que te eche?

—Te vi en Piratas y en Viento Oeste. Estuviste fantástica —dijo Mebbekew.

Ella se ruborizó aún más, pero su expresión se suavizó.

—Tenías talento —continuó él—. No eran sólo tu belleza, juventud y dulzura. No entiendo por qué no te dieron papeles adultos cuando creciste. Sé que habrías tenido éxito. Fue una injusticia.

Y ahora ella no parecía enfadada, sino divertida.

—Nunca he oído adulaciones tan cínicas y transparentes —dijo.

—Ah, pero he hablado con toda sinceridad, Dolya. Supongo que ahora usas tu nombre adulto, Dol.

—Sólo con mis amigos. Otros me llaman «mi señora».

—Mi señora, espero que algún día me gane el derecho de ser tu amigo. Entretanto, esperaba que me informaras si mis hermanastros Elemak y Nafai están en casa de Rasa.

Ella lo miró de arriba abajo.

—No te pareces demasiado a ninguno de los dos.

—Ah, ahora tú me adulas a mí —dijo él. Ella rió y se le acercó, ofreciéndole la mano.

—Si de verdad eres Mebbekew, te llevaré adentro. El retrocedió un paso.

—¡No me toques! Estoy hecho un desastre. Dos días de viaje por el desierto no te dejan muy perfumado, y si no te mata el tufo de mi cuerpo quedarás envenenada por mi mal aliento.

—No esperaba que fueras un ramillete de flores. Me arriesgaré a cogerte la mano para conducirte al interior.

—Entonces eres tan valiente como hermosa —declaró él, y aceptó la mano. Luego susurró—: Por el Alma Suprema, tu mano es fresca y suave al tacto.

Ella rió de nuevo. Una actriz que hubiera tenido tanta experiencia como Dol cuando era famosa no se dejaba engañar por las lisonjas, pero Mebbekew sospechaba que hacía años que nadie se dignaba adularla, de modo que el solo hecho de molestarse en intentarlo sería una especie de metalisonja de la cual ella no podría protegerse. Y por lo visto daba bastante resultado.

—No tienes por qué decir esas cosas —replicó Dol—. Tía Rasa dejó instrucciones para que te recibiéramos «en cuanto te dignaras aparecer», como dijo ella.

—Si hubiera sabido que te encontraría aquí, mi señora, habría venido mucho antes. Y, como dices, no debo adular a nadie para entrar en casa de Rasa, de modo que estas palabras son sinceras. De niño me enamoré de la imagen escénica de Dolya. Ahora te veo con ojos de hombre. Te veo como mujer. Y sé que tu belleza ha aumentado con el tiempo. No sabía que eras sobrina de Rasa, o me habría quedado en la escuela.

—Fui su sobrina. Ahora soy maestra. Comportamiento y todas esas cosas. Le he dado clases a Eiadh. Ya sabes, la mujer a quien corteja tu hermano Elemak.

—Es típico de Elemak cortejar una pálida copia e ignorar el original. —Mebbekew la miró fijamente, pero no a los ojos, sino estudiándole los labios, el cabello, todos los rasgos, consciente de que ella se sentiría halagada—. Por cierto, Elemak es sólo mi hermanastro. Cuando me haya aseado, comprobarás que soy mucho más guapo.

Ella rió, pero Mebbekew supo que había conquistado su interés. Tiempo atrás había aprendido que la adulación siempre funciona, y que incluso el elogio más descaradamente falso resultaba creíble si uno lo repetía y lo adornaba. Pero en este caso no era preciso mentir. Dol era hermosa, aunque no tan encantadora como cuando era una niña de trece años. De todas formas, sabía moverse con gracia y tenía una sonrisa deslumbrante. Ahora, tras unos minutos de conversación, lo miraba con ojos brillantes. Era deseo. Había despertado el deseo en ella. No un deseo pasional, sino el anhelo de oír más alabanzas para su belleza, más halagos verbales. Pero sabía por experiencia que sería fácil pasar de una cosa a la otra, si no estaba demasiado cansado después del desayuno y del baño.